Se cumple mañana el 75° aniversario de la liberación de Auschwitz, el campo de exterminio nazi en la Polonia ocupada, y su conmemoración tendrá lugar en uno de los escenarios políticos más complejos desde que el avance del ejército ruso obligó a su par alemán a abandonar el lugar, dejando el horror al descubierto. Hoy hace rato que las noticias hablan del renacimiento de movimientos de extrema derecha en Europa, incluida Alemania. Los mismos tienen como principal blanco de su furia a los flujos migratorios provenientes de África y Medio Oriente, pero también revelan que el antisemitismo nunca desapareció.

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El 9 de octubre pasado un joven militante de ultraderecha intentó ingresar armado a una sinagoga en la ciudad de Halle, Alemania, durante la celebración del Yom Kippur. Al no conseguirlo mató a tiros a una mujer que pasaba por ahí, a un joven obrero que se encontraba en un local de comida turca e hirió a otras dos personas mientras huía. Lo transmitió todo en vivo. Durante los primeros días de 2020 un hombre apareció disfrazado de Adolf Hitler en una convención de motoqueros al este de ese país. En el video que tomó uno de los presentes se ve a la gente sacándole fotos y celebrando su aparición como si se tratara de una gracia, entre ellos un policía que se encontraba custodiando el evento. Sus superiores evalúan sancionarlo por no intervenir, ya que en Alemania está prohibido el uso o exhibición de simbología vinculada al nazismo. Sin ir más lejos, esta semana el ministro del interior germano Horst Seehofer anunció la prohibición de Combat 18, grupo extremista acusado de promover el antisemitismo. Los números en el nombre de la agrupación corresponden al orden que tienen dentro del alfabeto las letras A y H, iniciales del líder nazi. Un presente desalentador.

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El campo de exterminio de Auschwitz fue el más grande los que instaló el régimen nazi y el gran símbolo de su plan sistemático de exterminio, el centro de la llamada Solución Final. Solo ahí murieron asesinadas más de un millón de personas. Ese fue el lugar elegido por Joseph Mengele para instalar su laboratorio, en el que utilizó sobre todo a mujeres y niños de origen judío o gitano para realizar experimentos genéticos atroces con el objetivo de “mejorar la raza”. El nefasto médico tenía especial interés en trabajar con mellizos, enanos y personas con otros defectos físicos, sobre cuyos cuerpos realizaba pruebas sin utilizar ningún tipo de anestesia. Debido a esa crueldad sus víctimas lo bautizaron El Ángel de la Muerte. Mengele escapó de Auschwitz diez días antes de su liberación y se perdió en América del Sur hasta su muerte, ocurrida en Brasil en 1979. En su camino pasó por Uruguay, Paraguay y también por la Argentina. El escritor francés Oliver Guez reconstruyó ese itinerario en su novela La desaparición de Joseph Mengele (Tusquets). El autor trabaja el relato a partir de un narrador en tercera persona pero cercano al protagonista, recurriendo de manera constante a fragmentos en primera persona que remiten a los diarios personales criminal.

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UN CRIMINAL NAZI DESPUÉS DE AUSCHWITZ

Serge y Beate Klarsfeld se conocieron en París en 1963. Ella era alemana e hija de un ex soldado de la Wehrmacht, nombre del ejército alemán durante el nazismo. Él, de origen rumano y judío, fue criado en Francia desde que su familia se mudó ahí a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. En 1943 su padre fue deportado a Auschwitz, donde murió. El matrimonio Klarsfeld fue pionero en la tarea de investigar los crímenes del régimen liderado por Hitler y rastrear a sus responsables ocultos. Así llegaron a convertirse en los “cazadores de nazis” más famosos. Gracias a su trabajo fue denunciado y enjuiciado, entre otros, un personaje infame como Klaus Barbie, conocido como El Carnicero de Lyon, a quien encontraron escondido en Bolivia, donde fue protegido por varios gobiernos de facto, hasta su detención en 1983. El año pasado Beate Klarsfeld pasó por Buenos Aires para presentar el volumen de sus Memorias (Libros del Zorzal / Edhasa), en el que junto a su marido recorren su intenso y valioso legado.

En su libro Querido país de mi infancia (Libros del Zorzal), la francesa Hélène Gutkowski reconstruye los desgarradores relatos de niños judíos que sobrevivieron al nazismo viviendo clandestinamente, ocultos en el seno de familias católicas. Gutkowski reside en nuestro país desde 1961. Acá se recibió de socióloga y ayudó a fundar la Asociación Generaciones de la Shoá en Argentina. Su obra expone una llaga abierta que ayuda a no olvidar que hay horrores que no deben volver a ocurrir.

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