A los 77 años murió el escritor ruso Eduard Limónov, “un disidente orgánico»

Por: Mónica López Ocón

El deceso del controvertido líder del partido La Otra Rusia se produjo en un hospital de Moscú este martes. Autor de más de 70 libros entre novelas y ensayos, en nuestro medio lo hizo más conocido la novela que Emmanuel Carrere escribió sobre él, Limónov.

Aunque las causas de la muerte no se especificaron en el escueto anuncio que dio a conocer la organización política a la que pertenecía y que él mismo había fundado, se deduce que esta fue causada por las diversas cirugías a las que había sido sometido en los últimos tiempos debido a serios problemas de salud.

Quizá la expresión que mejor defina a Eduard Limónov, nacido Dzerzhinsk con el nombre de Eduard Veniaminovich Savenko, sea la de “disidente orgánico” en todos los ámbitos de su vida, desde el literario al político. Y la paradoja que mejor refleje su relación con el mundo sea que, habiendo sido un autor prolífico que escribió más de 70 libros entre novelas y ensayos, por lo menos por estas latitudes se lo conozca más por el libro referido a él de Emmanuel Carrere editado por Anagrama, Limónov, traducido a 23 idiomas.

Alejado de la corrección política que suelen ostentar los escritores de fama internacional, Limónov fue siempre a contrapelo del sistema, cualquiera que este fuera. Fue alguien que siempre se caracterizó por nadar contra la corriente. En 1974 abandonó la Unión Soviética, según informó, para no convertirse en “un soplón de la KGB.

Su destino fue en ese momento la ciudad de Nueva York, donde no dudó en convertirse en miembro del club Punk CBGB. Allí conoció a la famosa banda The Ramones. A esa época pertenece la novela Soy yo, una de las cuatro que fueron traducidas al castellano.

Tampoco dudó en expresar su repudio visceral a la figura de Vladimir Putin, durante cuya gestión fue acusado de terrorismo y de desestabilizador del orden constitucional debido a la compra de armas ilegales. La acusación tuvo un precio alto que pagó con dos años de cárcel.  En 2012 quiso presentarse como candidato a presidente para derrocarlo en las elecciones, pero no se le permitió.

Hombre frontal, no disimuló que empuñó un arma, más precisamente una ametralladora, junto al líder serbobosnio Radovan Karadzic cuando se produjo el asedio de Sarajevo. Esta escena se convirtió casi en una postal. En la última etapa de su exilio en Francia fundó el Partido Bolchevique Nacional, cuya lógica es difícil de entender. Por lo menos en nuestro medio, ya que dicho partido se proponía reclutar adeptos a su causa tanto entre los miembros de la ultraizquierda como de la ultraderecha. Fue tildado tanto de nazi como de comunista, tan poco ortodoxa o muy fluctuante resultó siempre su posición política que lo llevó a ser guerrillero en Serbia y candidato presidencial en su país.  

En París fue mendigo y también ejerció como mayordomo, por lo que no se puede decir que no haya sido un hombre que conoció el mundo desde los más diversos puntos de vista.

Su perfil fue tan singular que Le Carrere se vio obligado a aclarar en el comienzo de su novela de no ficción: “Limónov no es un personaje de ficción. Es real y yo lo conozco”. Dijo además, en una entrevista: “Tenía ganas de escribir un libro sobre el postcomunismo, y descubrí que Limónov era el personaje que me permitía hacer una novela de aventuras al estilo de Dumas y, al mismo tiempo, hablar de postcomunismo.”

Como no podía ser de otro modo, Limónov también fue disidente respecto de la novela que Carrere inscribió basándose en él. Dijo en una entrevista: “Nunca estoy contento con nada. Pero nunca intervine en la redacción del libro, y le dije al principio que no iba a oponerme a nada. Me siento un escritor muerto biografiado. Se lo digo porque cuando dejé París, hace veinte años, ya pensé que como escritor estaba muerto. Mi primer libro me trajo mucha popularidad en París en los ochenta, después marché a las guerras balcánicas y París se olvidó de mí. Además, es una ciudad que perdió interés para mí durante un tiempo, aunque lo ha recuperado. Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo hiciera. Tengo otros amigos que decían que iban a escribir un libro sobre mí, pero no lo hicieron. Carrère, además, es muy diferente a mí, él es un representante de la burguesía francesa, y yo no.”

En la misma entrevista fechada en 2019, Limónov también opinó sobre las mujeres: “Por supuesto –dijo- , las mujeres son honorables, qué le voy a decir. Pero a mí las mujeres realmente no me gustan (ríe). Siento una profunda enemistad contra ellas, me han chupado mucha sangre. Es broma… Pero ahora que me he hecho viejo llevo ese tema mejor. Tengo una amiga 35 años más joven que yo y tenemos continuas broncas, pero aguanto mejor que antes. Pero también le digo que no me llevo bien con ciertas feministas, esas que quieren ser como los hombres.”

Es lícito decir que el libro de Carrere contribuyó en gran medida a afianzar el mito que Lemónov ya era en vida y que seguramente se ampliará luego de su muerte. Ese mito, como todos, se alimentó de anécdotas luminosas y también de basura porque todo material resulta bueno para convertir a un agitador cultural en una figura mediática y devorar así lo que su personalidad excéntrica pueda tener de bueno. En este sentido, su posición pro Serbia resultó tan explotable como su supuesta condición de bisexual. Como es bien sabido, es mucha la prensa que se alimenta de información chatarra. En este caso, además, es probable que contara con la ayuda –consciente o inconsciente- del propio Limónov que siempre pareció estar más allá del bien y del mal y que dijo frases tales como “Marx nunca me cayó buen” o “tanto el comunismo como el capitalismo están agotados”, “ahora se viene la guerra entre hombres y mujeres, será con armas y ganarán ellas porque tienen más odio.”

Puede decirse que Limonov fue un hombre que vivió absolutamente cómodo en la incertidumbre de la contradicción y nunca se sintió preocupado por la coherencia en el pensamiento. Si alguna coherencia tuvo fue la de convertirse él mismo en personaje de una ficción y de alimentarlo diariamente hasta el final de sus días. También su legado fue coherente: “Lo que le aconsejo a todo el mundo –dijo en una entrevista- es la rebelión.»

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