Con un trazo tan elocuente que le permitió prescindir de las palabras, Mordillo fue tal vez el humorista argentino más universal: lo logró gracias sus temáticas despojadas de una pertenencia territorial o temporal, pero también a partir del descubrimiento de un estilo moldeado por la intuición y el azar.

«A los 34 años, mientras vivía en París me quedé sin trabajo. Entonces, me puse a hacer dibujos para ganarme la vida. Como no sabía el idioma muy correctamente, entonces los hice sin palabras. Esta fue una decisión que tomé por necesidad y por instinto», definió alguna vez Mordillo el origen de sus viñetas silenciosas.

El ilustrador, que murió mientras cenaba en un restaurante próximo a su residencia en la isla mediterránea de Mallorca -donde pasaba largas temporadas que alternaba con su casa en Mónaco- comenzó a dedicarse de manera profesional al cómic a los 34 años, precisamente cuando se instaló en París y, tras permanecer varios meses desempleado, empezó a realizar dibujos para ganarse la vida.

Pero Mordillo no era ningún improvisado en el rubro: se había formado en la Escuela de Dibujantes -llamada hoy Escuela del Cómic- luego de una infancia en Villa Pueyrredón marcada por su afición al dibujo y al fútbol, dos temáticas que luego aparecerían entrelazadas en su carrera profesional.

A los 23 años, antes de recalar en la meca parisina, el humorista gráfico vivió en Perú durante cinco años y después se radicó en Nueva York, donde obtuvo trabajo en los estudios Paramount como dibujante de los films centrados en el célebre marino Popeye.

La publicación de un dibujo en la revista Paris Match, en 1966, selló el lanzamiento internacional de Mordillo. Esas viñetas fueron luego reproducidas por la revista alemana Stern y de allí a publicaciones de cuatro continentes.

«Los dibujos míos también son atemporales. Por eso un tema que aparece mucho es la soledad, que es ancestral, actual y futura. ¿Es que acaso no estamos en soledad permanente? No todos lo sienten, pero estamos solos. Empezando por el planeta, que es un puntito en una galaxia y no sabemos si hay más. En la inmensidad del planeta, de la especie humana, no sabemos si estamos solos o no», sostuvo hace algunos años Mordillo en una entrevista.

La producción de Mordillo, que llegó a hacer más de 2.000 dibujos con un promedio de 60 anuales, se destaca por su potencia visual que se cuela en los detalles técnicos que deparan al lector una contemplación minuciosa en la que los aspectos minúsculos terminan siendo reveladores de una trama reflexiva de alcances universales.

Su humor atravesado por la ironía se desplazó en los últimos años hacia una serie de viñetas que se internaban de lleno en la muerte. Así surgió por ejemplo una escena gráfica en la que se ve una casa y a la muerte golpeando la puerta, mientras un pequeño hombre de nariz pomposa entreabre y señala a un perrito que mordisquea un hueso a un costado de la casa, ajeno a la traición de su amo.

Entre los galardones recibidos a lo largo de su extensa carrera figuran el Premio Phoenix de Humor (1973), el Premio Yellow Kid (1974), el Premio Nakanoki (1977), el Cartoonist of the Year del Montreal International Salon of Cartoons (1977) y la Palma de Oro de San Remo.

Sin embargo, el dibujante solo realizó tres exposiciones: una en París a finales de los sesenta; otra en Barcelona; y la última en Palma de Mallorca en noviembre de 1989, cuyos fondos obtenidos se destinaron al tratamiento de niños autistas en la isla mallorquina.

Con ilustraciones de su obra, los dibujantes Liniers, Horacio Altuna y Rep lamentaron la muerte del humorista gráfico.

«Gracias Mordillo … un gigante se fue. QEPD», tuiteó el historietista Ricardo Siri Liniers junto a una ilustración de Mordillo, mientras que Rep compartió como homenaje un dibujo propio del barrio histórico del dibujante: Villa Pueyrredón.

Por su parte, el creador de «El loco Chávez», Horacio Altuna, manifestó «tristeza» por la noticia y acompañó sus palabras con varias ilustraciones y una fotografía del dibujante abrazado a una réplica de sus conocidas jirafas.