En este mundo exitista y en el que la felicidad parece ser una obligación, la sensibilidad y la lucidez suelen medicalizarse o ser consideradas como una carencia. Joan Didion “padeció” ambas cosas, una sensibilidad extrema y una lucidez implacable, solo que ella tuvo la tenacidad y el valor de volcarlas en una excepcional obra literaria y periodística. Por fin, a los 87, luego de una vida que no le ahorró dolores, murió debido a una complicación de la enfermedad de Parkinson, aunque se dijo también que padecía Alzheimer. Falleció en su casa de Manhattan, Nueva York.

Saltó a la fama en 1968 tras la aparición del ensayo en el que analiza pormenorizadamente la cultura Hippie, Arrastrándose a Belén.

Pero sus dos libros icónicos que la consagraron de manera definitiva son El álbum blanco y El año del pensamiento mágico, que  le valió la obtención del Premio Nacional de Estados Unidos a la Mejor Obra de No Ficción de 2005 (The National Book Award).

En el primero, tomando como referencia el disco de The Beatles se refiere a la movida californiana y a la presencia de la cultura de masas en la sociedad estadounidense.

En el segundo, aborda la negación ante la muerte. Su única hija, Quintana, había muerto de pancreatitis a los 39 años. Este golpe brutal y el de la muerte de su marido, John Gregory Dunne, otra figura icónica del nuevo periodismo de los años 60, le hicieron decir en una entrevista en El País de España: “La experiencia del dolor fue obsesiva para mí”. El libro comienza con una frase que merecería figurar entre los mejores principios de la literatura de no ficción: “Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir”. En la entrevista mencionada explica por qué se lanzó a la escritura de ese libro que puso sal en sus heridas o acaso la ayudó a comprender mejor su dolor poniéndolo en palabras: “La actitud de los norteamericanos ante la muerte –dijo-fue uno de los motivos que me llevaron a escribir El año del pensamiento mágico. Yo misma había rehuido siempre encararme con el tema de la muerte, hasta que un día no me quedó más remedio que hacerlo y cuando sucedió, me di cuenta de que no estaba preparada. La muerte era terra incognita. No había mapas para adentrarse en ella. Comprendí que mi obligación era romper el sortilegio y entrar, aunque fuera a ciegas. Y agregó: “Los antropólogos y los psiquiatras hablan de pensamiento mágico para referirse a una actitud mental que nos hace sentirnos firmemente convencidos de que tenemos poderes para influir en el curso de los acontecimientos. El pensamiento mágico es característico de los niños. Cuando una pareja se divorcia es frecuente que los hijos se sientan culpables; tienden a creer que la causa de la separación es su mal comportamiento. Los ritos propiciatorios que buscan provocar la lluvia son un ejemplo muy característico de pensamiento mágico entre adultos. Cuando perdí a mi marido me aferré al pensamiento mágico con una intensidad que después me causó asombro. Me negaba a tirar sus zapatos porque estaba convencida de que si los conservaba, John volvería a por ellos.”  Consideró que ese libro en el que le costó adentrarse era algo “inevitable” y que, una vez concluido, entendió que su escritura había sido una “experiencia luminosa”.

Comenzó su carrera trabajando en la revista Vogue. Escribió para  TimeThe Saturday Evening Post y The New York Magazine, y luego, a través de los años, volcó su talento en el ensayo, la novela y, junto a su esposo, en el guión cinematográfico. Le proporcionaba placer narrar los entretelones de la sociedad estadounidense y en esa tarea unía su pulso certero para la crónica con los recursos de la literatura. No por casualidad era admiradora de Hemingway, en el que también se unían la pasión periodística y la literaria.

Según venga el juego y Sur y Oeste figuran también entre sus libros notables. En 2011, publicó el último, Blue Nights, considerado una continuación de El álbum blanco. Recibió algunas críticas adversas que es posible que le hayan producido dolor.

Sobrevivió a la esclerosis múltiple que le fue diagnosticada cuando tenía 30 años y a la pérdida de las dos figuras fundamentales de su vida. Eso no le impidió ser una observadora sagaz de la sociedad ni transformar su dolor en palabras con una maestría insuperable. Ocupó un sitial de honor en el Nuevo periodismo junto a figuras de la talla de Gay Talese.

Su sobrino, Griffin Dunne, filmó un documental sobre su vida, El centro cede, que está disponible en Netflix y que es una forma de acercarse a ella. Pero ningún acercamiento más directo a esta mujer que guardaba un huracán dentro de su cuerpo menudo, que leerla. La escritura fue legado.