Luego de su paso como director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno que dejó un tendal de despidos y que convirtió a la institución en un lugar cerrado, pensado, sobre todo, para la consulta de los investigadores, Alberto Manguel volvió a ser noticia.

Hace unos días se supo que donó los 40.000 volúmenes de su biblioteca personal a la l ciudad de Lisboa, lugar al que llegarán el mes próximo. Entre esos libros hay algunos tesoros como una Biblia manuscrita del siglo XIII, un manual de tipografía y ortografía del siglo XVI y una historia de la literatura arábigo-andaluza de Ángel González Palencia al que su amado Borges -a quien Manguel, como tanto otros, le leyó libros cuando era muy joven- le estampó su firma en 1934. «Siento esto como un milagro. Recuperaré mi paraíso, en el sentido borgeano de biblioteca, y su resurrección ocurrirá en el país de los antepasados de Borges. Coincidencia más feliz, imposible», dijo Manguel según consta en una nota de Pablo Gianera aparecida el 8 de este mes en el diario La Nación.

El milagro viene con un bonus track: se creará en Lisboa un Centro de Estudios de la Historia de la Lectura. Su director no será otro que Manguel quien contará con un consejo honorario de lujo. Estará integrado por Margaret Atwood, Salman Ruschdie, Olga Tokarczuk, Enrique Vila-Matas, Roger Chartier y el argentino José Emilio Burucúa. Además, para organizar y mantener en orden la biblioteca, serán contratados cuatro bibliotecarios.

Pero los beneficios colaterales del milagro no terminan aquí. Además, el centro de estudios fundado a partir de la biblioteca de Manguel funcionará en el palacio de los marqueses de Pombal. Se trata de una suntuosa construcción que estaba vacía y que será restaurada para la ocasión.

Aunque los libros donados son de su propiedad  y en la sociedad capitalista no hay nada más sagrado que la propiedad privada, resulta inevitable preguntarse por qué razón Manquel, que nació en la Argentina aunque tiene doble nacionalidad argentino-canadiense, que hizo de su admiración por Borges el leit motiv de sus libros y alocuciones y que realizó su acariciado sueño de ocupar el lugar que en el pasado ocupara el autor de El Aleph, prefirió no donar su biblioteca a este país bárbaro del Río de la Plata.

“No faltan quienes –dice la nota mencionada-, con curiosidad nacionalista o intención torcida, se preguntan por qué Manguel no decidió que su biblioteca desembarcara en la Argentina; valdría la pregunta contraria: por qué tendría que haberlo decidido así.” La respuesta de Manguel está contenida en la misma nota: “La biblioteca en Buenos Aires…: nada me hubiese gustado más, salvo que, después de mi experiencia en la Nacional, entendí que, si bien tenemos muchos talentosos especialistas en el tema de la lectura y bibliotecarios especializados, el país no tendría el presupuesto necesario para contratarlos, ni para instalar y mantener una biblioteca como ésta. Sobre todo, en medio de esta crisis.»

Ante esta declaración, la respuesta del personal de la Biblioteca Nacional agremiado en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) no se hizo esperar y lanzaron un comunicado recogido por la Agencia Télam: «Enterados de esta noticia –dice el documento-, los trabajadores de la institución fundada por Mariano Moreno en 1810 queremos manifestar públicamente nuestro rechazo a sus declaraciones. Sabemos perfectamente los padecimientos que atraviesa hoy el mundo entero. Más aún conocemos la magra situación en la que quedó nuestro país y en particular nuestra Biblioteca luego de cuatro años de la gestión de Cambiemos, de la cual Manguel fue integrante».

El comunicado señalaba también que durante los dos años escasos que duró la gestión de Manguel al frente de la Biblioteca Nacional, ya que entró en funciones bastante después de haber sido nombrado y se fue antes, efectuó «recortes presupuestarios, despidos, intimidaciones laborales, cierre de la editorial y proyectos, clausura del Museo del Libro y de la Lengua, gastos superfluos, almuerzos esponsoreados, costosos viajes internacionales y una escasa presencia».

En otro párrafo, el comunicado señala: «Al contrario de lo afirmado por el exdirector, como trabajadoras y trabajadores de la casa sabemos que la institución reúne las condiciones estructurales y el personal idóneo para acrecentar y conservar su patrimonio, tal como lo hacemos todos los días como parte de nuestras tareas fundamentales y cotidianas».

Es cierto que ninguna ley obliga a Manguel a donar su biblioteca a la Argentina. Pero no es menor que el terreno cultural, del que el libro es un elemento emblemático, es también un campo de disputa política. Al frente de la misma institución que dirigió Manguel estuvo antes Horacio González quien realizó una gestión impecable que amplió los límites de la Biblioteca, la convirtió en un centro de irradiación cultural y llevó a cabo un plan editorial que hizo que se publicaran más de 400 libros representativos de la cultura argentina que ninguna editorial comercial hubiera publicado. Lejos de ser un depósito de libros reservados para especialistas, la Biblioteca no solo extendió sus horarios de atención, sino que, además, conquistó un público que quizá nunca hubiera ido si él no hubiera decidido convertirla en una institución viva en vez de momificarla en el sagrado nombre de la erudición.  

Por otra parte, tal como señala en su comunicado el personal de la Biblioteca, «Nuestra Biblioteca Nacional se ha conformado a partir de valiosas e innumerables donaciones, entre ellas la de Jorge Luis Borges -el ex director tan admirado por Manguel– y las de (Adolfo) Bioy Casares y Silvina Ocampo que él mismo en su ocasión impulsó, completando a través de un mecenas las gestiones iniciadas en el período del exdirector Horacio González».

Es justo reconocer que Manguel tiene un enorme prestigio internacional y que libros como Una historia de la lectura, que lo hizo conocido en casi todo el mundo, es, como tantas otras obras suyas, un espejo en el que cualquier lector apasionado puede sentirse reflejado. Su saber en materia libresca nunca estuvo en duda, lo que sí resulta irritante es que escondido detrás de los libros de su enorme biblioteca trate de presentarse como alguien absolutamente inocente en materia política como si los libros nada tuvieran que ver con ella. Extremadamente pulcro, con una cuidada barba blanca y a veces con algún sombrero que recuerda la vestimenta de Manuel Mujica Láinez, Manguel trata de adecuarse a la expresión con que se lo nombraba y quizá se lo siga nombrando en Fancia, “el señor libro”.

¿Pudo Manguel ignorar que el macrismo que lo trajo de Europa para que se pusiera al frente de la Biblioteca Nacional degradó el Ministerio de Cultura a la categoría de Secretaria reduciendo el presupuesto, cerró centros culturales y bastrdeó la escuela pública entre muchas otros atentados culturales? ¿No escuchó Manguel decir a Macri cuando era presidente “qué es eso de andar fundando universidades por todos lados”? ¿No se enteró de su política de destrucción contra el CONICET? Si algo caracterizó a los funcionarios del macrismo fue su desprecio absoluto por la cultura y también una ignorancia supina acerca de todo que fue mucho más allá de atribuirle a Borges algo que nunca dijo o de equivocarse al citar a Cortázar, quizá dos hechos “menores” dentro de la debacle cultural (y de todo tipo) que produjo su gobierno.

En su momento, la designación de Manguel al frente de la Biblioteca generó sorpresa. Su perfil libresco parecía no coincidir en nada con el grosero perfil del Secretario de Cultura Pablo Avelluto, quien en mayo de este año declaró haberse arrepentido de «no haber hecho más para cerrar Télam y la TV Pública.»

Hay fundamento suficiente para creer que la designación de Manguel fue un sutil intercambio de favores. Mientras supuestamente el gobierno mejoraba su imagen ante los ojos del mundo que por un exceso de narcisismo siempre creyó que estaban posados en él, Manguel se daba el gusto de ocupar el trono que alguna vez ocupó Borges. También él agrandaba su imagen “ante los ojos del mundo”. La designación como director de la Biblioteca y la aceptación del cargo se parecen más a un hecho de marketing que a un suceso cultural.

Mientras tanto, en 2017, reversionando un título de Walter Benjamin, Manguel escribe Mientras embalo mi biblioteca. Se trata de una reflexión sobre los libros que realiza mientras prepara la mudanza de sus libros del antiguo presbiterio ubicado en Francia, más precisamente en el valle del Loira, un espacio bucólico donde solo el canto de los pájaros acompañaba su dedicación a la lectura. Esa mudanza lo lleva a hacer una suerte de autobiografía libresca que culmina en 2017, cuando ha sido designado ya director de la Biblioteca Nacional.

En esta suerte de obra elegíaca, Manguel tiende un velo melancólico sobre el hecho sorprendente de que en su nueva condición debió dejar de lado su pasión libresca para ser también “contable, técnico, abogado, arquitecto, electricista, psicólogo” e incluso de “especialista en política sindical”. El lector que vivía retirado del mundo parece haber sido atacado por el agresivo virus de la realidad y haberse convertido en víctima.  

Más allá de si fue o no todas las cosas que enumera, lo cierto es que la donación de los 40.000 ejemplares a la ciudad de Lisboa no sólo le permite ubicar en un palacio los libros que, luego de salir del Valle del Loira, estaban depositados en cajas en Canadá, sino que además, lo transforma en el centro de un ambicioso proyecto europeo. Otra vez la realidad se le muestra tan pulcra como sus camisas.

El género elegíaco parece haberle dado buenos resultados. La pandemia ya no le permite dedicarse a dar charlas culturales en los cruceros, tarea que realizó luego de irse de la Argentina tras su breve gestión. Un país europeo le da la oportunidad de curarse simultáneamente de su desgarro por la biblioteca perdida y de su breve exposición a los reclamos de los bárbaros que habitan al sur del sur, en un país que queda en el culo del mundo, en el que, por esos azares del destino, nació él y también Jorge Luis Borges.