“Mi familia, como toda familia provinciana, era de esas que festejaban hasta el cumpleaños del perro. Y este era el motivo para las reuniones en las que no podían faltar las rancheras, las milongas o los pasodobles tocados con acordeón o bandoneón”. Quien pronuncia estas palabras es Rubén Juárez, artista fundamental del tango de las últimas décadas.

A diez años de su deceso, Álbum blanco en tiempo negro es una película documental que cuenta la historia de la concreción de El álbum blanco, el último disco que grabó el artista luego de un paréntesis de 16 años sin entrar en los estudios de grabación. El nombre del disco alude de manera evidente al Álbum Blanco de The Beatles y da un indicio de la apertura musical y el interés por otros géneros de quien es un verdadero ícono del tango. De joven tuvo incluso su propio grupo de rock, The black coats, en el que tocaba bajo el seudónimo de Jimmy Williams.

Con dirección del cantor Carlos Varela, productor de ese disco mítico y de la película, de la que también es guionista junto con el escritor Gastón Varela -aunque tienen el mismo apellido no tienen un vínculo de familia-, el documental se basa en testimonios de diversos artistas que trabajaron con Juárez o que lo conocieron de cerca. Sus voces no solo abordan el costado artístico del bandoneonista y cantor, sino que, además, se internan en los hechos que marcaron la historia de nuestro país entre 2001 y 2002, momento crítico en que el intérprete grabó El álbum blanco, que sería su último disco.

“Heredero de toda una tradición cultural –afirma Gastón Varela en el documental- Juárez fue construyendo un estilo. Cantor y bandoneonista exquisito, es en el Álbum blanco que publicó en 2002 donde logra la síntesis de lo que fue como artista y como faro para toda una generación de nuevos creadores en el tango. La estética de ese disco es desbordante y casi rebelde. Y esto se encadena con el momento en el que se estaban tirando piedras a una construcción política nefasta”.

El documental se estrena este domingo 26 a las 22 por Canal U, el canal de la Universidad Nacional de Córdoba. Carlos Varela, que, además, fue amigo entrañable de Juárez, dialogó con Tiempo Argentino.

-¿Qué representa para vos Rubén Juárez?

-Creo que es uno de los artistas más importantes de la cultura nacional de los últimos sesenta años. Empezó de muy pibe con un instrumento que es endemoniado que, como decía él, «lo podés o te puede». La imagen y la influencia de Rubén se incrementaron a medida que fue desarrollando su trayectoria artística.

– ¿Por qué creés que Juárez tiene gran aceptación tanto en el público de más edad como en los jóvenes?

– Pienso que es porque él genera un quiebre en sus comienzos, a finales de los sesenta y principios de los setenta. Luego produce otro quiebre a mitad de su carrera en los ochenta. Y a partir del 2000 genera un tercer quiebre, que es acercar el tango a la juventud al relacionarse con algunos músicos de rock. Aquellos que conocieron a este último Juárez, encontraron en él las respuestas de un artista que tenía mucho para entregar y decir y la sabiduría que obtuvo por compartir experiencias con Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Leopoldo Federico, Ángel “El Paya” Díaz y tantos otros referentes del tango. El Negro absorbió mucha información y le gustaba compartirla con la gente joven. No era un tipo mezquino y esto los artistas jóvenes lo supieron apreciar.

– En uno de los primeros momentos de la película aparece en una foto con Troilo y Goyeneche. ¿Esta imagen podría definirlo como una síntesis de ambos?

– Esto es, justamente, lo que plantea Gastón Varela, con quien hicimos este documental. Él afirma que Juárez es una síntesis entre el tango que ya que se venía haciendo y lo que empezó a generar una nueva oleada de autores y compositores que no pretendían tener una postura revolucionaria, pero sí una búsqueda de evolución del género. Creo que el punto máximo de su crecimiento como artista total lo consigue en el Álbum blanco, en el que se permite ser él mismo. Al no tener un sello discográfico que lo presione para que grabe discos con determinados repertorios y en circunstancias abrumadoras para cumplir con determinados contratos, él se siente con la plena libertad de poder decidir lo que realmente le interesa hacer.

– ¿Cómo se gestó la producción del Álbum blanco, teniendo en cuenta que hacía 16 años que no publicaba un nuevo disco?

– Cuando empezamos a trabajar pusimos sobre la mesa un repertorio de 180 temas para elegir los que finalmente integrarían el álbum. Primero hicimos una preselección con su pianista y arreglador, José “Pepo” Ogivieki, y luego con Rubén fuimos afilando el lápiz para elegir los temas que formarían parte de la placa. Él tenía mucho para ofrecer en ese momento y estaba muy entusiasmado con el sonido que había conseguido en su disco anterior, De aquí en más, que había grabado 16 años antes. Ahí estaban temas como “Vientos del ochenta” o “Qué tango hay que cantar”, y versiones con tratamientos novedosos y arriesgados de “El choclo”, “Tinta roja” o “Melodía de arrabal”. Ya se intuía el camino que quería transitar cuando en los ochenta grabó Piedra libre junto con Litto Nebbia, en el que hizo temas como “Tanguito de Almendra” de Alejandro del Prado, “Cotidiano” de Chico Buarque o “Canción sin puñales” de Nebbia. Gracias a este disco empieza a entreverarse con los muchachos del rock. Y esto le abrió las puertas a un público que no era habitué del tango. Este tipo de interacción le generó un gran crecimiento y, como él era un músico abierto a todo tipo de música, se enriqueció y se potenció su personalidad sonora.

– ¿Y cómo fue trabajar con él en ese momento tan particular de su carrera?

– En lo personal, tal vez yo no tenía conciencia del monstruo con el que estaba trabajando. Y creo que tampoco tenía la dimensión de lo que estábamos produciendo. Y trabajando un año y medio en este documental me asombro de la aventura que emprendimos en ese momento, no solo por el aspecto artístico sino también por el contexto social y político que estábamos transitando. Cacho Castaña dice en el documental que Juárez no sabía quién era. Y Susana Rinaldi afirma que él pensaba que las cosas le salían de casualidad. Y no hay casualidad. No tenía la dimensión de lo que era o, por lo menos, no te lo hacía notar. Lo que hizo el Negro a lo largo de su trayectoria es el producto de trabajar de manera constante y de arriesgarse a explorar los límites del género.

– Lo interesante del documental es que está encuadrarlo dentro de  la situación que se vivía en el país en ese entonces.

– Eso es mérito de Gastón. Su idea es muy potente y muy precisa, porque en general no hay un entrecruzamiento entre el tango y los sucesos sociales y políticos que ocurren en determinados momentos. Y desde la mirada que le dio al guión él consigue darle al disco el estatus de obra de resistencia. Fue un momento muy difícil de nuestra historia, en el que la banda de sonido del país era “piquete y cacerola, la lucha es una sola” y terminó en 2002 con el asesinato de Kosteki y Santillán. A pesar de todo eso que condicionaba cualquier iniciativa, todo fluyó y un sello nacional se interesó en publicar el disco. También es de destacar la entrega de los músicos, que resignaron parte de lo que deberían haber sido sus remuneraciones para llevar adelante el proyecto. Al editar las imágenes del documental, intenté generar un equilibrio entre lo duro que fue lo que ocurría en ese momento y los testimonios tanto del Negro como de los que aparecen en la película. En este sentido, el trabajo que realizamos con el guión hizo que la película respirara. Hay un desarrollo si se quiere dramático por los sucesos que ocurrieron en 2001 y 2002, pero no nos apartamos de la consigna que era retratar el trabajo y la grandeza de un artista de excepción.

– ¿Cómo lo definirías como artista y como persona?

– Tenía sus cosas… Pero cuando entrabas en confianza te mostraba que era un tipo de una gran nobleza. Era alguien que disfrutaba mucho tocar en vivo. Era un prestidigitador. En cualquier momento sacaba un conejo de la galera y te sorprendía. Arrancaba con una nota y no sabías que tango iba a tocar. Él disfrutaba haciendo fluir su relación con la música y con sus músicos. Algunos decían que tocar con Juárez era como tocar con Miles Davis o Frank Zappa. Y este era el verdadero goce que encontrabas cuando lo ibas a ver en alguna de sus actuaciones. Recuerdo haberlo visitado en varias oportunidades en su casa de Villa Carlos Paz, y mientras charlábamos, él tenía siempre el bandoneón en su falda. O sea que “musicalizaba” la conversación. Y esto, que parece solo una anécdota simpática, es ejercicio, es tener horas de vuelo con el instrumento. Por eso es que se permitía “jugar” con la música. Creo que hay dos momentos que son clave en la película: el comienzo, en el que habla sobre su fascinación por «ese» instrumento, el bandoneón, y el final, en el que armamos una especie de diálogo entre Rubén y Héctor Arbelo, el primer músico profesional que lo acompañó al inicio de su carrera. Me parece que es profundamente emotivo y que cierra todo. Porque ese final nos hace volver al principio, a ese Jorge Rubén que de chico tenía muchas ganas de ser cantor.

Álbum blanco en tiempo negro

Domingo 26 a las 22 por Canal U, el canal de la Universidad Nacional de Córdoba.

Trailer: Rubén Juárez, álbum blanco en tiempo negro
https://www.youtube.com/watch?v=OinuRa7S14Y&feature=youtu.be