Fundador de la Escuela de Psicología Argentina y discípulo dilecto de Enrique Pichón Riviere, pionero en el campo de la Psicología Social, Alfredo Moffatt concretó varios proyectos que abrevan en diferentes corrientes de la Psicología. No concibe al individuo como un ser aislado, sino como el resultado de un complejo entramado social. Quizá el más conocido de sus proyectos sea El Bancadero, un emprendimiento autogestivo que nació durante el último año de la dictadura cívico-militar cuando, según una encuesta de la época, el 25 por ciento de la población del país necesitaba asistencia psicológica. En un primer momento se llamó Cooperativa de Salud Mental. También fue el creador de diversos talleres del Borda y de otra organización autogestiva de ollas populares, destinada a chicos de barrios marginales.

Con sobrevivientes y padres de Cromañón fundó también Bancavida. Trabajó en Brasil junto a Paolo Freire y al cabo de su larga existencia –está próximo a cumplir 87 años- tuvo siempre la convicción de que “tener un proyecto siempre salva de la muerte”. Siempre estuvo presente en situaciones sociales críticas tanto a partir de la producción teórica a partir de sus numerosos libros, como de la ayuda concreta a las víctimas.

En esta oportunidad Tiempo Argentino dialogó con él acerca de la pandemia, el encierro y sus consecuencias.

-Cuando se habla de aislamiento social, se habla generalmente del encierro, pero no de la gente que vive en la calle, que queda “encerrada” afuera. ¿Cuáles son las consecuencias psicológicas en un caso y en el otro?

-Lo que nos quedamos encerrados dentro de nuestra casa sin poder salir perdemos el afuera. Lo que ocurre en ese caso es que nos quedamos sin futuro, porque no puede haber futuro dentro, el futuro siempre está afuera. Antes de la pandemia, la casa era el lugar donde descansábamos de lo que hacíamos en el día. Allí consumíamos pasado, elaborábamos lo que nos había pasado en el día. Dentro de la casa no hay futuro, solamente hay pasado. Por el contrario, quienes viven en la calle, viven la situación inversa, no tienen adentro y entonces lo que no tienen es temporalidad.  Yo trabajé mucho con chicos de la calle en el Bancapibes y ellos tienen lo que yo llamo “conciencia acrónica”.

-¿En qué consiste esa conciencia acrónica?

-Pasan el día y duermen en un lugar en el que no se puede dormir. Ellos mismos me contaban que si tenían un pedacito de frazada y se dormían, se descuidaban y perdían. Para ellos no hay un día diferenciado de la noche porque están en la sobrevivencia continua. Para ellos no hay un pasado ni un futuro, viven en un presente continuo. Viven tratando de cuidarse de la policía, de los otros pibes, de todos los peligros que hay en la calle. Nosotros estamos adentro sin futuro y ellos, afuera, sin pasado ni futuro. Es una situación muy loca. Cuando yo era chico, no importa si uno vivía en una casa pobre, pero salía por la mañana y saludaba a la gente porque la conocía. Hoy eso no sucede. Y eso es un desastre.

-¿Por qué?

-Porque no hay identidad adentro-afuera, ayer y mañana. Como estoy por cumplir 87 años, puedo contar que el mundo antes era distinto. Había afuera y adentro, ayer y mañana, pero todo eso lo perdimos. Si antes salíamos y saludábamos al vecino, hoy salimos y protegemos la billetera para que no nos la roben. El otro es hoy un desconocido.

-¿Y esta actitud frente al otro se intensificó con la pandemia?

-No, la pandemia inauguró algo muy distinto: no hay posibilidad de salir ni siquiera para cuidar la billetera afuera. Estamos en arresto domiciliario y lo peor es que estamos arrestados en el pasado porque el futuro se hace en los grupos sociales grandes, pero adentro no se puede fabricar un futuro, más aún en las familias actuales que están constituidas por tres o cuatro personas. Antes había familias más grandes, como de 15 personas y entonces por lo menos era posible sobrevivir un mes fabricando una especie de futuro. Si no salían afuera quedaban atrapadas en un pasado conocido. Hoy hay una patología de la temporalidad y, en este sentido, la pandemia y el encierro consecuente son algo gravísimo, porque perdemos los vínculos y quedamos en la depresión del pasado.

-¿De qué modo la pandemia modificó la situación de los chicos de la calle?

-La empeoró porque agudizó su falta de temporalidad y los obligó a estar aún más concentrado en su resistencia a la muerte. Esos chicos siempre se agruparon para sobrevivir. Su acronía se puede curar. Cuando hicimos El bancadero, armamos El bancapibes, les dimos tres piezas para ellos. Era el lugar al que volvían por la noche a dormir. Como los profesionales teníamos reuniones y los chicos nos escuchaban, al mes de estar viviendo allí ya hablaban como nosotros. Decían cosas como: “a mí me han asignado un rol que no se corresponde con mi tarea acá.”  Hablaban nuestro lenguaje y eso demuestra lo rápidos que son, porque si no son rápidos, en la calle no sobreviven. La pandemia los jode más aún, porque ni siquiera hay alguien que les dé algo porque la gente está en la supervivencia propia. Yo mismo no sé si ahora me animaría a hacer un Bancapibe, por miedo al contagio.

-En mucha gente el encierro es muy desesperante. Creo que eso lleva a pensar en la situación de quienes están en la cárcel, que viven en un encierro perpetuo. Quizá hasta ahora no nos dimos demasiada cuenta de lo que significa vivir encerrado.

-Sí, es así. Lo que más teme el preso no es la paliza, es el buzón.

-¿Qué es el buzón?

-Es un espacio que tiene toda cárcel en un tercer sótano que está oscuro y silencioso. Un preso al que ponen 15 días en el buzón, desaparece. Eso es lo peor porque ahí se pierde todo futuro y todo pasado. La conciencia se vuelve acrónica. La conciencia tiene un ayer, un mañana, un adentro y un afuera, pero si siempre estás adentro y no hay ningún indicio del afuera, desaparece el tiempo. Eso es algo equivalente al psicótico que pierde la temporalidad.

– Usted habla de los efectos psicológicos del encierro. Pero la pandemia tiene también una dimensión política respecto del aislamiento. Quien reclama circular libremente sin que le importe el contagio aquí y en el resto del mundo, por lo general pertenece a una derecha que reclama incluso la libertad de contagiar a los demás. ¿No cree que hay que diferenciar ente el efecto psicológico y lo político?

No sé si te trata tanto de un fenómeno político como de que los jóvenes no creen en la muerte. Se manejan con omnipotencia. Están “afuerados” porque a ellos no les va a pasar nada y porque para un joven quedarse dentro de la casa es no conquistar el mundo, porque el mundo está afuera. En cuanto a la derecha…bueno, quizá desaparezca,  si persiste en los reclamos de libertad para estar afuera porque afuera, a larga, te contagias. Y esto no es una fantasía. Cada día hay 300 o 400 muertos en Argentina.  

-¿Qué cree que pasaría si apareciera de pronto una vacuna y se pudiera hacer una vida más parecida a la de antes? ¿Cómo se evidenciarían las consecuencias de un encierro tan largo?

-Al principio habría que conquistar el grupo otra vez. Por eso yo creo que los psicólogos sociales, que son los que trabajan en grupo, son los que van a salvar la humanidad. El resto que de los que se ocupan de la salud mental son el psiquiatra y el psicoanalista. El psiquiatra solo receta fármacos, no te hace conocer el mundo. El psicoanalista, por su parte, va hacia adentro y hacia el pasado. Creo que vamos a tener que formar especialistas en trabajar en grupos, en abordar la grupalidad. El ser humano es grupal. Si se queda solo, desaparece. Si se quedan todos solos, aparece la esquizofrenia. El futuro es la aventura de salir y entrar en lo desconocido que es el afuera. De otra manera no se puede armar un proyecto. La posibilidad de hacer un proyecto está afuera. Acostado en su casa solo nadie arma nada. En todo caso, en la cama se puede evaluar un proyecto y construir al día siguiente, afuera. El aislamiento ha producido una patología nueva porque vivimos una situación nueva. Se han vivido otras pestes, pero no simultáneamente en todo el mundo. Quizá no afectaban a determinados grupos, no a todos.

-En los años siniestros de la dictadura, una peste política, quizá había salvación si se podía acceder al exilio. Pero ahora no hay a dónde huir.

-Claro, hoy no podemos decir que, por ejemplo, en las Islas Caimán no hay bichos de estos, entonces nos vamos allá. Hoy no hay forma de huir porque todo el mundo está igual. Además de ser un fenómeno mundial, no se sabe cuánto va a durar y eso es muy psicotizante. Con la fiebre amarilla había ciertos lugares a los que no se podía ir, duraba un cierto tiempo. Esto es algo diferente, algo que no podemos ver, pero que mata. Uno a veces sale a la calle y ve gente enmascarada en todos lados como si hubiera un montón de ladrones. Esto es algo muy loco, que genera mucha paranoia.

-Usted habla de una situación psicotizante. ¿Qué debemos entender por psicotizante exactamente?

-El temor constante de muerte y eso es psicotizante porque no se sabe dónde está el virus y durante cuánto tiempo va a estar. Si, por ejemplo, el virus nos volviera verdes, sabríamos que nos contagiamos, pero esto no es así, el enemigo es invisible y no hay forma de saber dónde está. Esto es inédito y de allí el desconcierto que todos sentimos.

-Hay otro peligro y es que la gente mayor se acostumbra a no salir. Por eso es peligrosa la internación en la gente de muchos años, porque causa estragos.

-Sí, es así. En mi caso sucede que yo tenía el deseo de tener meses libres para poder escribir, para poder terminar mi libro final, La máquina curavida, que habla de la cura de vidas lastimadas, de vidas rotas. Ya lo terminé y me pregunto ¿y ahora qué hago? Ahora quiero que me dejen salir. Pero cuando se está cerca de los 90, como en mi caso, uno se aflige si se acaba el mundo por los que quedan, pero yo me tengo que ir. La vida es un viaje y nosotros pertenecemos a la raza de los uterumbas, vamos del útero a la tumba. La vida te va preparando para eso, aunque en el camino hay pozos, te apagan la luz o se inunda. Yo trabajé y escribí para ayudar a hacer lo mejor posible este viaje.

-¿Cuáles son las formas de mejorar la situación de encierro?

-Los grupos, aunque son virtuales, algo sirven. Yo virtualicé mi escuela de psicología, la joda, claro, es que es virtual. Hay gente que dice “¿Cómo vas a estar solo, si tenés la televisión?” Pero la televisión es virtual. Siempre hago el chiste de que yo estaba mirando televisión, lo puteé a Tinelli y él no me contestó. Ahí me di cuenta de que para Tinelli, yo no existía.