Ana Ojeda: “La literatura y el arte son el exceso erótico de la vida”

Por: Mónica López Ocón

En la novela Vikinga Bonsái, la escritora no sólo cuenta una historia. Además, o sobre todo, inventa una lengua recobrando el olvidado placer infantil de jugar con las palabras para encontrar nuevos sentidos distintos de lo que se encuentran petrificados en el diccionario.

Quien abra Vikinga Bonsái, de Ana Ojeda (Eterna Cadencia) con laidea de deslizarse plácidamente por las páginas de una novela convencional, apenas comience a leerla se dará cuenta de que esa módica expectativa no sólo no se va a cumplir, sino que va a ser superada. Es más, comprobará que la lectura tomará un rumbo tan inesperado como sorprendente.

Si es cierto, como dicen, que para un escritor la patria es su lengua, de Ojeda podría afirmarse que su patria, con actitud separatista, ha proclamado la independencia del castellano standard para hablar en un idioma a propio que no sólo abunda en neologismos, sino que impone su propia sintaxis. En suma, Ojeda inventa, a partir del español, una lengua literaria que dicta sus propias reglas. Lo más sorprendente es que, a poco de comenzar la novela, el lector descubre la clave, entra en el juego y lo disfruta como si se hubiera anotado en uno de esos cursos cuya publicidad promete que, quien lo siga, será capaz de entender y hablar en otro idioma apenas en unos minutos, sin esfuerzo y sin necesidad de aprender gramática.

Es que la lengua que propone Ojeda tiene algo de juego y de ahí su enorme posibilidad de disfrute. Suerte de geringoso para adultos rescatado del desván de los juguetes de la infancia, jueguito de química que mezcla lunfardo con lenguaje inclusivo e italiano con neologismos, Vikinga Bonsái es una varita mágica que transforma lo ordinario en extraordinario y hace que una “vidita” se convierta en suceso.

Vikinga Bonsái que vive con Maridito –quien está de excursión en la selva paraguaya- y Pequeña Montaña, su hijo adolescente, organiza una cena con amigas y, a partir de allí, la realidad comienza a moverse con la celeridad de una película muda y se va convirtiendo en una historia desopilante y tan disparatada como suele serlo la propia realidad.

¿Cómo surge esta novela llena de palabras inventadas y con una sintaxis dislocada?

-Casi te diría que surgió de la búsqueda del entretenimiento personal. Creo que en la escritura hay un espacio lúdico muy importante que tiene que ver con el juego de los sonidos que, por alguna razón, en la actualidad, ese juego está del lado de los poetas y las poetas. Daría la impresión de que la prosa ha abandonado esa zona, la ha entregado, como si dijera “no me interesa, yo me ocupo del argumento, mis libros tienen trama, tienen personajes.” Pero a mí, en el momento de escribir me interesa jugar con los sonidos, jugar con lo que antiguamente se llamaba “cacofonía”. Cualquiera que haya viajado a un país en que se habla en otra lengua sabe que para comunicarse no es necesario entender el 100 por ciento de lo que está diciendo y recibiendo. Nos entendemos con un nivel bastante bajo de decodificación de un mensaje. A veces, el mero gesto de una mano es equivalente a todo un mensaje. Yo escribo así, en general, es lo que me entretiene-

-En tu novela hay mucho humor, cosa que no es frecuente en la narrativa argentina.

-Sí, esa es otra pata que la narrativa argentina parece haber olvidado o que yo no encuentro tanto. Generar placer en quien te lee para mí es fundamental. Por lo menos en mi experiencia como lectora me enamoro de lo que leo cuando lo que leo me general placer. Eso se puede lograr de muchas maneras distintas y una de ellas es jugar con los sonidos del lenguaje.

-¿Qué escritores argentinos son para vos referentes en este sentido?

-Leo todo el tiempo escritores y escritoras argentinas pero me cuesta mucho construir un canon.  Es que estoy en contra del canon. A fin de año se dice “los diez mejores libros el año”, “los más leídos del año”. Para mí esa manera de pensar la literatura deja afuera muchas cosas. No tengo un santo patrón o una santa patrona que me haga pensar “esto es lo máximo”. Leo con placer un montón de cosas. De lo que leo tomo lo que me interesa.

-Pero seguramente hay cosas que te interesan más que otras.

– Sí. Por el juego con el lenguaje te podría mencionar La guaracha del macho Camacho de Luis Rafael Sánchez, una excelente novela que trabaja con la cacofonía y, mientras tanto, te cuenta una historia. De aquí te podría mencionar a Gabriela Cabezón Cámara que hace una literatura con la que me siento en contacto. También a César Aira con sus “novelitas” que son pequeñas aventuras. Yo también escribo corto, cuando llego a las 60 páginas me parece que ya está. No podría escribir como Stendhal esos novelones infinitos. Creo que la experiencia del tiempo que tenemos hoy que cambió y que se acortó tano para escribir como para leer. Es muy difícil sostener la atención más allá de una novela de 150 o 200 páginas.

-Vos usas la palabra “novelita” para referirte a la producción de  Aira, cosa que él mismo hace. ¿Hay en ese diminutivo un intento de desacralización del discurso literario?

-Totalmente. Es el intento de no respetar o considerar sagrado ningún ámbito. Para mí todo son palabras. Una palabra es como una carretilla: trae algo encima, vehicula algo. Podés poner las palabras en un contexto perfecto o ponerlas en un contexto en que no pegan y ahí es cuando se produce el efecto cómico. Si estoy hablando de personajes desastrados totales que mencionan a Mozart, resulta gracioso, porque es algo que no esperás.

-Como los indios de Aira que hablan de filosofía.

-Exacto. Es lo inesperado que produce humor. En esa actitud hay algo de desacralizar y descontextualizar que para mí es muy interesante y, además, muy productivo. A mí no me gusta la literatura seria (risas). No digo que no esté bien, pero me cuesta entrar en esa cosa muy solemne. La solemnidad me cuesta en general. A veces leo autores solemnes y me digo “qué bien que está, le salió bárbaro”, pero no es algo que me impacte Prefiero reírme de todo en general.

-¿Cuál fue el germen deVikinga Bonsaí?

-Trato de vivir escribiendo. Par mí escribir todo el tiempo sería el estado ideal. Permanentemente escribo cosas que a veces se transforman en novelas, a veces, en cuentos y, a veces, en nada. En este caso me interesaba pensar literariamente qué es el futuro, qué es el tiempo que todavía no vivimos. Así se me ocurrió la idea de una pequeña familia a la que le sucede algo inesperado y a partir de ahí se les viene encima un futuro medio inmanejable. Así comenzaron a surgir estas mujeres, los personajes que, en conjunto, parecían un cotolengo. Los nombres son un reflejo de eso, porque uno es más esperpéntica que la otra, una más ridículo que la otra. Constituyen una familia elegida, no vinculada por la sangre, sino por elección. Son de esas familias que uno se va armando a lo largo de la vida, con amigas, con amigos, gente que uno quiere tener en su propia vida. A veces se establece vínculos con gente que no tiene nada que ver con uno en su profesión o en otras cosas, pero que uno quiere tener en su vida.

-La novela tiene una gran celeridad. ¿Eso es algo buscado?

-Sí, no me gustan los tiempos muertos. No me gustan esas novelas que dicen cosas como “Carlos estaba deprimido, entonces volvió a su casa, se sirvió un whisky…” Son dos o tres páginas en las que no pasa nada. ¡Entonces, sacalas! Si alguien va a invertir tiempo en leer, que pasen cosas. A veces se suceden páginas y páginas de este tipo, un poco como escribía Arlt en los 20, se largaba un monólogo interior para dar a entender que el personaje estaba en las últimas, estaba decepcionado de su vida. Entonces se suceden páginas, y páginas y páginas que se podrían resolver con una frase.

-Mientras la leía pensaba en las películas de cine mudo, sobre todo cómico, en las que sólo aparecía un cartelito escrito que contextualizaba la acción.

-Sí creo que quizá, aunque no sea consciente, tiene que ver con el cine también como se lo concibe ahora, con un bombardeo de imágenes, pasa todo junto y todo al mismo tiempo. Eso se traslada también a la vida. En mi trabajo es todo mail, teléfono, gente que habla, todo a la vez. Algo de eso drena a la literatura y me parece que la literatura se tiene que hacer cargo de eso. No podemos seguir escribiendo como hace dos siglos porque nuestra mentalidad ya es otra. 

LITERATURA Y JARDINERÍA

Valeria Tentoni –cuenta Ana Ojeda- me dijo que Vikinga Bonsái era una novela hecha de retazos y creo que es verdad. Cuando querés hacer algo que no es lo consabido te dicen: “No, es muy difícil, no te van a entender” y la realidad es que no es tean difícil. Sí, cuando lees te das cuenta de no hablás así, pero no pasa más que eso. Y ahí el espacio que se abre para explorar es enorme y para mí ese lugar es el más productivo de la literatura de ficción. Si vamos a usar el lenguaje un ese espacio de juego, la posibilidad de crear cosas maravillosas. Es como sucede con las plantas cuando se hacen injertos y de ese injerto de dos plantas distintas sale una flor nunca vista o de un color que nunca había existido. Nosotros también tenemos impacto en el lenguaje, entonces, modifiquémoslo a ver qué sale, qué genera ese injerto. El lenguaje genera un conocimiento que no vamos a ver si no lo corremos de lo obvio. Cuando los chicos comienzan a adquirir el lenguaje comunican lo que quieren decir de una manera que no es la usual y eso es delicioso, porque es la oportunidad de ver el mundo de otra manera. La literatura y el arte en general son el exceso erótico de la vida.

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