“Se puede decir de la biografía lo que decía Borges del barroco: que es un género que agota sus posibilidades y por eso linda con la caricatura. Habría que agregar que su credibilidad no está menos en entredicho. Con el mismo puñado de datos fragmentarios y el pertinente aparato retórico, podrían hacerse múltiples biografías opuestas, todas ellas verosímiles. El biógrafo es siempre un exégeta por su obligación de interpretar lo que admite muchos significados posibles, pero también –y sobre todo- por la de darle a la vida una forma y un sentido que casi nunca tuvieron. (…) no importa cuán documentado este un texto, toda biografía es inevitablemente una ficción.” Con esta nota preliminar que es una declaración de principios comienza la novela del escritor español residente en Argentina Andrés Barba Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama). La historia que narra es la del arquitecto –o más precisamente constructor- valenciano Rafael Guastavino que en 1881, sin saber inglés, se va a Nueva York con 40 mil dólares que son producto de una estafa. Su propósito es patentar allí una técnica de construcción, la bóveda tabicada, que no es una creación de él, sino que nació en la Edad Media. De su desgraciado y finalmente disuelto matrimonio tiene un hijo favorito que seguirá sus pasos y que intentará culminar la obra de su padre. El título se refiere a los dos Guastavino que en sus accidentas vidas hicieron mucho dinero, lo perdieron y volvieron a empezar varias veces y que, en su afán de sobrevivir, terminaron por darle una identidad arquitectónica a diversas ciudades de Estados Unidos mediante la construcción de espacios emblemáticos como la Grand Central Station o la catedral de Saint John the Divine.

Aventureros, vivillos dignos de la picaresca, audaces, inteligentes, trabajadores… sus vidas, como todas las vidas, un conjunto heterogéneo de texturas, de actitudes inexplicables y de azares imposibles de controlar aunque una biografía se empeñe en lijar, pintar y presentar los hechos como una cascada de sucesos coherentes, es decir, se empeñe en darle un sentido a lo que no lo tiene. Andrés Barba trabaja a contrapelo de la tendencia de tejer entre los hechos causas que permitan lograr un conjunto coherente y con un sentido definido. Por el contrario, su gran acierto es presentar los hechos desnudos y preguntarse qué podrían haberlos motivado, es decir, devolverles a las vidas de Guastavino y Guastavino su caos esencial, su puro acontecer.

La novela fue escrita a partir de una beca de la Biblioteca Pública de Nueva York –a la que define como un “paraíso borgeano” a la que dice haber aplicado “sin mucha esperanza”-. La vida, como suele suceder, contradijo, afortunadamente, sus expectativas.

-¿Qué desafíos te planteó escribir una biografía?

-Me vi enfrentando a la inevitabilidad de caer en la ficción permanentemente. Lo más difícil fue encontrar un formato, hasta que me di cuenta de que tenía que escribir una biografía sobre la imposibilidad de escribir una biografía.

Recordé leyéndote un prólogo de Juan José Millás a unos casos clínicos de Freud en el que dice que el psicoanálisis, como la literatura, le dan sentido a lo que no lo tiene. En un relato todo pasa por algo. En la vida, en cambio, las cosas ocurren sin un sentido.

-Eso es lo que llevaría a concluir que el realismo es el género delirante por antonomasia. Lo que hace la ficción realista es otorgar estructura y sentido cuando en la vida no existen.

Incluso si uno escribiera una autobiografía sería muy diferente si lo hiciera a las 3 de la tarde, a las 8 de la noche o un día en que llueve y hace frío, porque los hechos de la propia vida se hilvanan de manera diferente según el estado de ánimo.

-Es exactamente así. Allí está contenido todo el genio de Borges y en eso se basa lo que he intentado hacer en este libro, que es un recurso literario: poner los hechos demostrados al lado de las suposiciones confluyentes o no confluyentes derivadas de esos hechos para que convivan en un estado de igualdad absoluta la suposición y el acontecimiento. Es un poco la confusión que se produce cuando uno lee un texto de Borges: qué es cierto y qué es una mera conjetura. Esto está en el origen mismo de la literatura y de la historia como género literario y quise que estuviera en este libro. Su finalidad, más que contar la historia de Rafael Guastavino era hacer comprender, a través del ejemplo de una biografía particular, cómo se estructura una conjetura de verdad y cómo en la construcción de una verdad y, sobre todo, en lo más sólido de una nación que es su propia identidad, las conjeturas y los hechos son indistinguibles.

-¿Y cómo fue escribir así una biografía que se supone que es el género de la verdad?

-En las biografías hay una cosa muy divertida y es que cuando uno está cumulando datos para la investigación, tú sabes que el tipo estaba aquí el lunes y estaba aquí el viernes, pero no sabes lo que pasó martes, miércoles ni jueves. Pero lo que hizo en esos días no es ajeno a la persona en que se ha convertido el viernes, sino que afecta a toda su naturaleza. Lo divertido del biógrafo es que, con frecuencia, tiende a suponer que lo que ha sucedido martes, miércoles y jueves es algo que da coherencia a su estar ahí el viernes, cuando en realidad no tiene por qué ser así. Hay una caída inevitable del biógrafo en tratar de generar un sentido que es inevitable en la propia narración. Es lo que hace que todo esté impregnado de ficción. Desde el punto de vista de una biografía, lo que es divertido es hacerle volver la mirada al lector todo el tiempo a la estructura artificial  de la biografía. Creo que cuanto más adquirimos conciencia de la estructura artificial de cualquier narración histórica, más seremos conscientes de lo artificial de la estructura de nuestra propia identidad nacional o personal. Esa identidad no se ha construido solo descontando cosas que, en realidad, solo suponemos, sino también olvidando un montón de cosas que sí fueron excepciones cuando sucedieron y que ahora no nos convienen porque estropearían la coherencia de la narración. Es una especie de doble negación: la negación de lo que no conviene a la coherencia y la conjetura que se presenta como un hecho.

Este tipo de biografía literaria tiene una tradición. ¿Cómo te inscribís en ella?

-Para mí, Borges es, desde luego, uno de los grandes maestros. En Historia universal de la infamia están muchas de las claves de Vida de Guastavino y Guastavino. Para mí ese libro de Borges es fundacional para mi comprensión de la literatura. Es un libro que me golpeó. Es un libro sentimental para mí que llevó a querer escribir una biografía en algún momento de mi vida. Pero hay muchos maestros, sobre todo franceses y anglosajones, como Marcel Schwob, Pierre Michon, Thomas de Quincey del que el propio Borges toma muchas de sus biografías para la Enciclopedia Británica, que tenía unas entradas larguísimas, de unas 50 páginas. Y De Quincey hace en esa enciclopedia las entradas de Shakespeare, de Milton, de Goethe y también son entradas fantásticas porque son bellos pretextos para especular sobre cosas que le interesaban a De Quincey. Él dice: hacer una biografía solo es pertinente si me ayuda a reflexionar sobre algo que necesito resolver hoy en mi vida. En realidad la biografía es un pretexto para entenderme yo. Es curioso que todos los grandes biógrafos que me interesan dan por descontado que es un género fraudulento, que es imposible contar una vida, que no se pueden transmitir el nivel de incertidumbre natural y de desorientación que forma parte de la esencia absoluta de nuestra vida. Eso es irreproducible literariamente porque apunta contra el credo más elemental de la narración que es que loque te voy a contar tiene un sentido y una coherencia. Lo que me interesa de los grandes maestros de la biografía en su asunción de que es un fracaso anticipado. Creo que en Argentina hay más gente interesada en leer biografías que en España, donde hay más interés en leer novela histórica que es un hijo bastardo de la biografía y ocupa el lugar equivalente al de la novela rosa respecto de la novela realista.

-¿A que lo atribuís?

-Puede que Argentina sea mucho más consciente de que la construcción de su identidad nacional es más reciente y eso, al mismo tiempo, le haga ser mucho más consciente de lo artificial y de lo aleatoria que es una identidad nacional. Los elementos aleatorios terminan por creerse necesarios. Creo que los argentinos son más conscientes de la ficción de una identidad nacional. Los españoles creen que España está ahí desde la creación del mundo.

En tu libro también aparece el tema de la representación, del mundo como un gran teatro en el que todos representamos un papel.

-Sí, de hecho, la literatura costumbrista que es la literatura realista se funda en un hecho muy fácil de comprobar y es que todos somos un chiché por muy únicos que nos creamos. La literatura realista funciona porque podemos dar por sobreentendidas muchas cosas. Y podemos dar por sobreentendidas muchas cosas porque somos un cliché. El dilema del cliché no es que sea falso, sino que es parcialmente, incompletamente verdadero,  y en esa apreciación hay una enorme diferencia. El problema no es que haya cosas falsas en el cliché, sino que falta información. Es como el mínimo común denominador. Guastavino es un cliché y Nueva York es otro cliché. Cuando él llega a Nueva York uno proyecta sobre la ciudad una escenografía de gángsters que es cierta, pero solo parcialmente. Es divertido hacer que el lector se burle de su propio cliché. Por lo menos es un juego con el que me he divertido mucho.  

La picaresca española

-En la biografía clásica no hay contradicción y Guastavino es contradictorio.

-Creo que la gran invención española es la picaresca. La gran novela de formación centroeuropea nace de allí.  En ella hay alguien que confiesa cómo ha engañado al mundo, cómo se ha construido, cómo ha sido indigno. Pero, al revelar sus indignidades, lejos de rebajarse, se engrandece. Cuando comencé a escribir este libro me pregunté de qué va la vida de este tipo. Mirada desde fuera, como absoluto cliché, sería el gran sueño americano. Un tipo un poco caradura que llega a una Nueva York en plena eclosión, patenta un sistema de construcción medieval, acaba forrándose, pierde el dinero, vuelve a ganarlo… En el sueño americano está la idea protestante de que los exitosos son elegidos de Dios, opuesta a la conciencia católica  en la que los elegidos de Dios son los pordioseros. Guastavino entra en el sueño americano pero por la puerta de atrás, de una manera fraudulenta, con esfuerzo pero con mentiras. Me interesaba desactivar toda esa conformación mitológica, mostrar lo aleatorio de la identidad nacional y la absoluta falta de conciencia por parte del héroe de que es un héroe. ¿Quién convierte al héroe en héroe, sus propias acciones heroicas o el relato heroico que hacemos después? No quise tomar partido aunque parezca cobarde como narrador. No cualquiera llega a un país y monta una compañía como la de Guastavino  y hace edificios maravillosos, aunque haya patentado una creación de la Edad Media. Me gustaba dejar al lector en tierra de nadie,  en un lugar ambiguo en el que no pudiera juzgar nada.