Tanto en el terreno del arte como en el de la política, siempre existieron agoreros del Apocalipsis. Se anunció la muerte de las ideologías, de los grandes relatos, del libro tradicional y, con bombos y platillos, desde hace muchos años se viene anunciando la muerte de la pintura.

El artista argentino residente en Francia Antonio Seguí, pintor, escultor y grabador, demuestra que los muertos que matan los agoreros gozan de buena salud. Dijo en una entrevista: “Mientras existan hombres que tengan las mismas necesidades que las mías, la pintura existirá.”

De hecho, el 18 de febrero a las 19, en el Museo del Grabado, se inaugurará la muestra Una vuelta al mundo de Seguí en más 50 años y 60 obras que podrá visitarse hasta el 19 de abril.

La exposición estará integrada por 60 obras en que el artista realizó con esta técnica que tiene múltiples variantes y que requiere además de talento, un minucioso y paciente trabajo artesanal. Estas obras, que incluyen litografías, fotograbados, aguafuertes, aguatintas, serigrafías, carbolitografías, linograbados y carborundums, provienen del patrimonio del Museo Nacional del Grabado, de una colección particular y de la colección del artista que donó al museo 16 carborundum.

La historiadora del Arte Justina Socas señala que Seguí aprendió este arte en México al mismo tiempo que comprendió su carácter vanguardista en la medida en que permite multiplicar las reproducciones. Por su parte, el ministro de Cultura de la Nación dijo al respecto: “El grabado es un arte múltiple y, por ello, generoso. Damos las gracias muy especialmente, a Antonio Seguí por su donación de 16 obras recientes: este gesto posibilita actualizar la colección del Museo Nacional del Grabado y, en términos más amplios, nutrir nuestro patrimonio artístico nacional”. El grabado cuestiona la noción misma de “original” y democratiza el acceso a la obra.

Nacido en Córdoba en 1934, Seguí vive en París desde 1963 y, sin dudas, es uno de los artistas argentinos que mayor dimensión internacional ha alcanzado. Bien dicen que nadie es profeta en su tierra, porque si bien es posible encontrar obra de él en diversos lugares del mundo, hace aproximadamente una década que no exponía en la Argentina.

Entre 1951 y 1961 estudió pintura en la Argentina, en España y en Francia. Su primera exposición la realizó en 1957 en su Córdoba natal. En 1958 viaja por América Latina y se radica un tiempo en México. En 1963 se instala en París y con la dictadura el regreso se le hace imposible por la ironía crítica que desplegó en su pintura respecto del gobierno de facto de Argentina. Como les sucedió a tantos artistas y escritores argentinos, Seguí construyó su vida en Francia aunque siempre anduvo con su patria a cuestas.

“El hombre anónimo es el gran protagonista. Con él como su gran aliado, el artista nos introduce en diálogos que van de lo rural a lo urbano, de lo regional a lo universal y de lo individual a lo colectivo”, dice la historiadora Camila Palacios para definir la obra de Seguí.

La imagen que mejor lo identifica son sus fondos abigarrados llenos de hombrecitos con sombreros, con poses cancheras como de tangueros de otra época, hombres que, seguramente, vio en su infancia.

El propio artista define su trabajo en una entrevista con Cristina Castello: “Sí, yo creo que la mayor parte de mi trabajo es producto de la memoria de mi infancia; allí está la raíz de mi sentido lúdico y la del humor, en Córdoba. En la revista Leoplan me inspiré para la serie de Feicitas Naón, con la cual participé en la Bienal de los Jóvenes de París, que fue un poco el motor que me dejó anclado en esta ciudad. Más tarde hice la serie A usted, (que nació) de hacer la historia y los objetos en tres dimensiones que provenían directamente de Billiken.”  Más adelante agrega: “Digamos que mi alimento fueron las tiras cómicas, las caricaturas políticas de cuando era niño, los almanaques de Alpargatas que traía mi padre ¡y tantas cosas de entonces que me vienen ahora a la cabeza! Y es que en la Argentina nunca fuimos escasos como fabricantes de sonrisas, y esto es algo a reivindicar, porque no debemos apartarnos de nuestras virtudes. ¿Cómo olvidar, además, cuántas veces Molina Campos me hizo soñar?”

La presencia decisiva de su infancia en su obra la corrobora en el documental Cuando sea grande realizado en 2015 por Emilie Berteau: “Todos mis trabajos están relacionados con mis recuerdos y juguetes de infancia. Es una incomodidad recibirse de adulto, ¿no?”

Esos hombrecitos con sombrero que son característicos de su obra, también forman parte de su niñez. Según lo dice Palacios, los momentos compartidos con su padre y con su abuelo en la infancia, también se incorporaron a sus personajes pictóricos y para ambos el sombrero era un accesorio de rigor. Esta especialista en arte define de este modo su obra: “Los mundos creados en sus trabajos son aparentemente banales, pero el ojo crítico del artista se hace presente a través del característico humor cordobés, cargado de ironía. Sutilmente, pone en tela de juicio la sociedad de consumo y nos acerca a la soledad existencial del hombre de ciudad. En este juego ambiguo, lo obvio se vuelve cuestionable y lo solemne, ridículo. Es la capacidad de adentrarse en estas reflexiones y su abundante muestrario de imágenes lo que hace de Seguí un gran comunicador además de un artista versátil que se inserta en su contemporaneidad, sea cual sea el contexto histórico.”

La exposición, producida por Julio Suaya y auspiciada por la Dirección de Asuntos Culturales de Cancillería de la Nación, la Embajada de Francia y el Instituto Francés de Argentina cuenta, también, con el apoyo de Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (SBASE). En Riobamba 985, CABA.