Lamentablemente, la última vez que Antonio Muñoz Molina, merecedor del Premio Príncipe de Asturias en 2013, viajó a Buenos Aires fue en 2009. Presentó aquí la monumental novela La noche de los Tiempos. Desde entonces, como suele decirse, corrió mucha agua bajo los puentes o, más precisamente, mucha tinta. En ese lapso Muñoz Molina ha presentado dos libros más sin viajar a Buenos Aires, una ciudad con la que mantiene una relación particular ya que una de sus novelas, Carlota Fainberg, forma parte de su escenario y  Borges es en esa trama uno de los escritores que movilizan a un profesor a viajar hasta estas tierras a un Congreso que se realizará en torno a la figura del gran escritor argentino. 

Los dos libros que escribió después no son ficción en sentido estricto: Todo lo que era sólido es un ensayo y el otro es una historia que se sustenta en lo real para ir tras los pasos del asesino de Martin Luther King, Como una sombra que se va.

 Esta vez, renunciando a la ficción, según lo informa El País de España, Muñoz Molina presenta Un andar solitario entre la gente (Seix Barral). Para escribir este libro, no se ha sentado en la soledad de su escritorio, sino que ha salido a la calle, libreta, grabador y lápiz en mano para escribir un libro fragmentario que suma nada menos que 496 páginas. Sus escenarios son las calles de París, Madrid o Nueva York, ciudades a las que les toma el pulso, ausculta y cuyos datos registra. Observador atento y profundo, no hay duda alguna de que su mirada las recrea o las reinventa. 

Desde hoy el libro, editado por Seix Barral, se distribuye en las librerías de España aunque dado que las distancias se han acortado, seguramente no será difícil comprarlo desde Argentina donde Muñoz Molina tiene un sinnúmero de devotos lectores. “Yo buscaba”, reproduce  El País, “una música de palabras que fuera al mismo tiempo la de la poesía y la del habla cotidiana y la de los anuncios y los periódicos y las revistas de moda y los mensajes eróticos y las profecías del horóscopo: una música transparente que se respira como el aire y que sin embargo nadie hubiera imaginado ni escuchado nunca”. Cada uno de los capítulos está titulado por un slogan publicitario o un fragmento de un poema. 

“Un andar solitario entre la gente –puede leerse en el sitio oficial del escritor. es la historia de un caminante que escribe siempre a lápiz, recortando y pegando cosas, recogiendo papeles por la calle, en la estela de artistas que han practicado el arte del collage, la basura y el reciclaje —como Diane Arbus o Dubuffet—, así como la de los grandes caminantes urbanos de la literatura: de Quincey, Baudelaire, Poe, Joyce, Walter Benjamin, Melville, Lorca, Whitman… A la manera de Poeta en Nueva York, de Lorca, la narración de Un andar solitario entre la gente está hecha de celebración y denuncia: la denuncia del ruido extremo del capitalismo, de la conversión de todo en mercancía y basura; y la celebración de la belleza y la variedad del mundo, de la mirada ecológica y estética que recicla la basura en fertilidad y arte.”

 No parece casual que Muñoz Molina haya escrito un libro de calle y no de escritorio ya que en su breve autobiografía proclama también un credo estético en el que desacraliza lo literario aunque haya dedicado su vida a escribir y sea para él una actividad gozosa: “La literatura es mi afición y mi trabajo, pero no creo que sea lo más importante de la vida, ni mucho menos que se baste para darle sentido. Más que la literatura me importa el bienestar de las personas que quiero: mi mujer, nuestros hijos, nuestra doble y complicada familia. Mi padre, Francisco Muñoz Valenzuela, murió en marzo de 2004 y todavía me acuerdo mucho de él, y pienso en cómo sería si hubiera seguido viviendo, internándose en la vejez que le daba tanto miedo.”

 Si algo puede decirse de Muñoz Molina es que, además de ser un hombre afable para el que el mundo es una incógnita a develar diariamente, lleva a cuestas su pasado que ha transformado muchas veces en palabras. Lo lleva sin melancolías edulcoradas, con la naturalidad con la que se llevan los rasgos de nacimientos o las costumbres aprendidas en la casa. Es un gran conservador y un observador agudo. Un hombre al que el mundo le duele mucho y por eso ha decidido mudarse a las palabras, no para huir de él, sino para tratar de explicárselo, para mostrarlo y desarmarlo, para intentar conjurar sus peligros. Y, finalmente, porque en la vida son muy pocas las cosas que uno elige. Más bien se es elegido por ellas. Y Muñoz Molina ha sido elegido por las palabras.