En el libro Todos contra todos y cada uno contra sí mismo«, Premio La Bestia Equilátera de novela 2016, el escritor conocido como Bob Chow compone y entrecruza las fantasías paranoicas de la sociedad contemporánea y una representación neurótica, al extremo, de los vínculos interpersonales. La historia transcurre entre la selva boliviana, en el sitio arqueológico de Samaipata, casi desconocido aunque tan valioso como Machu Picchu, y Buenos Aires, una ciudad futurista «aunque no tanto», advierte el autor, dominada por pantallas, drones y estructuras superpobladas que sirven de viviendas.

 Los protagonistas: un pueblo donde «la salida del sol es solo presagio de lluvia»; una ciudad de monoblocs donde se respira hidrocarburos, monóxido y dióxido de carbono junto al «proverbial oxígeno»; una bióloga alemana «de llamativa belleza» llamada Cordelia Krauze, y un ingeniero argentino de nombre Martín Orlog, que darán forma a una trama donde lo ancestral se cruza con flashes de un futuro presunto y tecnológico, y donde la búsqueda del amor y de la verdad personal está guiada por la capacidad de perderse. 

Nacido en Buenos Aires en 1963, Bob Chow es Alvars Holms, quien durante los años de estudiante en el colegio Labardén de San Isidro quiso ser jugador de tenis, entrenó en forma consecuente y con persistencia en otro clásico de la zona norte bonaerense, el Club CASI, llegó a ligas provinciales y al momento de despegar, mediando los 17, conoció a un profesor de inglés, con un ojo de vidrio años y unos 30 años, que lo instruyó en los misterios de los encuentros del tercer tipo. Conoció su nombre cósmico, conoció a una novia, partió a Perú dispuesto a ser la semilla de una nueva humanidad en otro planeta y tras una implosión de expectativas en la que la prometida cuarta dimensión sonó vacía regresó al hogar materno en Acassuso. 

Aprovechó el trabajo de su padre en un ente de control aeronáutico para hacerse pasar por un alias que desenmascaraba irregularidades en agencias de viaje, y con el dinero que obtuvo y a causa de la hiperinflación de Raúl Alfonsín partió hacia Alemania. La caída del muro de Berlín en 1989 no lo conmovió al punto de querer quedarse -«nunca estuve con los movimientos»- y regresó nuevamente a la Argentina en una época en que «la globalización puso al inglés como moneda de cambio», dice en el bar peruano de Chacarita donde almuerza ceviche y dialoga con Télam acompañado por Ian, su hijo de siete años.

 Holms se hizo pasar por un profesor escocés aprovechando su nombre real; con la crisis del 2001 y la época dorada de los blogs creó el suyo (ahí pasó a llamarse Bob Chow) y creó su firma de traducción por Internet (ahí seguía llamándose Alvars Holms). Publicó las novelas La máquina de rezar (Marciana), El momento de debilidad y El águila ha llegado, ambas editadas por Nudista, la última en simultáneo con el disco El verdadero camino hacia el aeropuerto, y en 2015 viajó a Bolivia y se internó en el pueblo selvático de Samaipata con la intención de «escribir una novela para el premio de La Bestia Equilátera». 

El resultado fue la ahora premiada Todos contra todos y cada uno contra sí mismo.

 -Télam: ¿Cómo surge esta novela?  

-CH: Con el título, que es bastante más viejo que el libro. Hubo una época en la que se me ocurrían sintagmas, juegos de palabras que tienen vida propia o me gustan. Y este, en especial, para mí caminaba solo. -T: ¿Tenés títulos guardados para otras novelas? -CH: Sí, mi blog siempre empezaba con un título. Este habrá surgido en dos mil y algo. Me parecía muy fuerte, lo que significa todo eso, como una especie de hecatombe de los individuos, donde no hay encuentro, es toda una lucha por la supervivencia que se termina por volverse contra sí misma. Tiene una ventaja disponer de un título porque de alguna manera hay que empezar y dentro de la infinitud de ideas, significantes, palabras o tramas te condiciona, por ejemplo, a hacer metáforas. 

-T: Y ahí aparece lo de la selva…  

-CH: La experiencia de la selva es muy recomendable aunque en la selva hay que estar alerta. Estuve en el lugar. Creo en pocas cosas: creo en la calvicie, creo en la fuerza de gravedad y quisiera creer que estar en el lugar no es lo mismo que no estar. Yo estuve enfrente a la chinkana (NdR: pozo arqueológico), me la mostraron. Estuve en la pieza de William Burroughs, en el laberinto de Borges, me metí en todos los lados posibles que había para meterse. 

-T: ¿Cuando decís en el laberinto de Borges en dónde estuviste?

 -CH: En el museo. Está al lado de la casa de Borges y él se imaginaba el laberinto ahí. Es ahí donde hice un descubrimiento raro, vi unos manuscritos de El Aleph, Las ruinas circulares, la primera vez que veía manuscritos de Borges. Tenía una letra muy chiquita, como muy perfeccionista, muy cuidada. Y en ese manuscrito de Las ruinas circulares hay dibujadas por Borges seis columnas, seis becerros y seis elefantes, el número de la bestia. Se lo comento a María Kodama y en una conversación extrañísima ella me dice: «Borges was not the devil, Borges is the devil». No sé qué significa. ¿Pero por qué estamos hablando de esto? 

-T: Porque veníamos hablando de la selva, vos hablaste del laberinto y ahora me acuerdo de lo fácil que es perderse para tus personajes en la novela… -CH: La sensación de selva es muy extraña. Las cantidades, si seguimos hablando de números, todo es mucho y forma un laberinto en el cual es muy fácil desorientarse, todo es muy verde y muy parecido. De hecho en Samaipata está prohibido internarse solo en la selva. Y con un poco de generosidad, esa metáfora también puede trasladarse a la selva de cemento.

 -T: ¿Y el «contra sí mismo» del título dónde entra? 

-CH: No quisiera hacer un spoiler, pero tal vez entra en esa decisión final de sus protagonistas. 

-T: ¿La Argentina de esta novela es la de un futuro cercano? 

-CH: Es una sensación de futurismo que tenemos en el presente. ¿En qué se convirtió el futuro: en autos que vuelan o en cuadras repletas de cámaras, sonidos que en lugar de ser pájaros son alarmas que suenan y, en vez de otra cosa, en villas miseria rodeando las carreteras? Así como los elementos hallados en la ruinas egipcias, en un futuro distópico la cámara de vigilancia va a ser un fósil en el que los arqueólogos van a decir, «mirá, esos tipos se miraban a sí mismos».

 -T: ¿Por qué se cuela en la trama la muerte del fiscal Alberto Nisman?

 -CH: A veces tengo la impresión de que estoy nadando como en otro balneario y que no puede ser todo una selva extraña, exotismo. Necesito crear un vínculo con la Argentina, marcarme que no estoy totalmente por fuera. Fue un toquecito de folclorismo dentro del que elegí datos extraños, como que Nisman se preocupaba por saber qué aparatos había en un resort brasileño, detalles que no van para un lado ni para el otro pero me llamaban la atención. Además estaba escribiendo y la palabra Nisman brotaba en el aire en ese 2015.

 -T: ¿Y los personajes femeninos?

 -CH: Me cuesta desprender a la mujer de su lugar de cosa atractiva, es como sacarle los pétalos a la flor. De todas maneras no creo que sea una descripción irreal de lo que ocurre.

 -T: ¿Y el niño?  

-CH: El niño está por encima de todo, termina siendo un valor sobre todo, el objeto más perfecto que se le puede cruzar a uno. Eso también es una idea arcaica. -T: Lo oculto y la búsqueda metafísica atraviesan todo el libro… 

-CH: Sí, pero lo oculto no convencional. La chinkana es un objeto marginal dentro de un petroglifo que ya es marginal en sí, nadie conoce el Fuerte de Samaipata que tiene tanto valor arqueológico como las ruinas de Machu Picchu o las ruinas de Angkor. Esos lugares te llevan a considerar algunas cosas como el viaje astral, hay ambientes donde uno empieza a sentirse extraño.

 -T: ¿Qué buscabas mientras escribías? 

-CH: Simplemente algo que gane un premio.