“No creo en merecimientos ni en historias de superación”, dice Camila Sosa Villada en La novia de Sandro. Sin embargo, en un mundo meritocrático, la suya podría ser leída como una historia ejemplar. Nació en La Falda, Córdoba, y fue bautizada como Cristian Omar. Uno de sus primeros actos de rebeldía, según lo consigna Juan Forn en el prólogo de Las malas, se produjo a los cuatro años: la niña oculta en un cuerpo de varón se negó a hacer pis parada. Su padre, policía y militar, le auguró un futuro tan negro como inexorable: prostituirse y terminar en una zanja. Convertirse en Camila fue un proceso que implicó viajar a Córdoba capital, unirse a las travestis del Parque Sarmiento para ganarse la vida, estudiar, convertirse en una actriz de éxito y luego en una escritora cuyos libros figuran en el top ten de los más vendidos.

Quizá para publicar La novia de Sandro (Tusquets), el libro de poemas que escribió en 2015, fue necesario el éxito resonante de su novela Las malas (ídem), posterior, pero publicada primero. La novia de Sandro era el nombre de la banda de rock de una amiga y luego pasó a ser el nombre del blog que Camila escribió hasta 2009. Publicados los libros en sentido inverso a su producción, en la poesía narrativa del más reciente es posible vislumbrar las raíces del anterior. En La novia de Sandro la autora compone con fragmentos una suerte de collage autobiográfico.

–¿Tu blog fue la semilla de lo que sería tu escritura?

–No, yo escribo hace muchos años. Del blog pasé al Facebook. Lo que pasa es que ese blog tenía fotos mías triple equis, fotos pornográficas y textos muy explícitos que me daba un poco de vergüenza que la gente los viera y, sobre todo, mis viejos.

La poesía de La novia de Sandro es muy narrativa. ¿Prefigura a Las malas?

–Me cuesta saber dónde se corta un verso, pero cuando hice La novia de Sandro en 2015 pensaba que lo sabía. Me fluye mucho mejor escribir de un tirón y sin puntos y aparte. Quizá en la poesía clásica en que había que rimar y contar sílabas era un poco más sencillo saber dónde se cortaba un verso. Yo soy una diletante. Lo poco que sé lo sé por haber leído a algunos poetas.

En La novia de Sandro recorrés un gran espectro de sentimientos.

–(Risa)

–¿Por qué te reís?

–Porque me da vergüenza. Hablar de los sentimientos es un montón. A veces pienso que me haría falta callarme un poco la boca (risas).


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Por ejemplo, hay un poema referido al día en que fuiste con tu madre a una marcha del orgullo gay y que ella parece en realidad tu hija porque tiene como una revelación, accede a un mundo desconocido y quizá te entiende un poco más. Ese poema tiene mucha síntesis y quizá en esa síntesis, en esa condensación, esté la poesía.

–Sí, la economía, la síntesis son algo muy de la poesía. Y ese poema es bien bonito. Es uno de mis preferidos. A veces, se los leo a mis amigos y lloro. Mi madre estaba muy emocionada porque había visto por primera vez a una niña trans. Y yo estaba emocionada por registrar su cara, su emoción, todo lo que estaba procesando en ese momento. Estaba tan emocionada que no vio un cantero que era visible para todo el mundo y se cayó. Fue muy angustiante. Ahí entendí algo del miedo que pueden llegar a tener las madres de que sus hijos salgan al mundo, lo conozcan y lo toquen por primera vez. Yo me crié en una familia donde se hablaba de tíos que hacían pactos con el diablo y dialogaban con los animales, y de tías que eran ermitañas y vivían solas en el medio del monte. Las palabras que yo fui recibiendo de todo eso y el modo en que las recibí se vuelven a activar en ciertos episodios como la marcha del orgullo gay, donde lo que pasa es tan poético y tan transformador. Para el estreno de Mía marchamos con un carro por la Avenida de Mayo. Me atravesaba ver las imágenes de esas maricas, de esas travestis desfilando por el medio de la avenida y de las viejas bailando en los balcones. Era realmente una instancia muy poética, como cuando García Márquez dice: “Años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Muchos de esos elementos mágicos están en Las malas.

–Sí, tal cual. Es que ese es el registro que yo tenía del mundo y de los personajes que me rodearon durante toda mi vida: mis amigas las travas, mis compañeras de facultad, mis maestros, mi padre y mi madre. Todo era un poco animalesco. No sé cómo explicarlo, pero para mí la humanidad pasaba por otro lado, por otro tipo de personas que no eran las que conocía fuera de ese ámbito.

¿Y quiénes eran esas personas?

–Lo que una feminista describiría como «hombre blanco, clase media, universitario de unos 40 años». Para mí, esa era una humanidad que yo nunca iba a alcanzar viniendo de esta fauna, de las maricas trasnochadas.

Vos pensabas que nunca ibas a alcanzar lo que suele llamarse “normalidad”.

–Sí, y en buena hora. Esa era para mí una humanidad demasiado higiénica, como si estuviera esterilizada. Y la sigo considerando igual.

¿Una humanidad que responde a un mandato que no se cuestiona?

–Sí, y te pongo el caso de mi familia. Las mujeres de mi familia están muy presentes en La novia de Sandro. Eran mujeres que aparecen cocinando, enseñando. Eran mujeres analfabetas o casi analfabetas. Toda su vida lucharon para alcanzar cierta estabilidad, cierto confort. Era una pobreza que estaba educada de esa manera. Siempre estuvieron ahí, tratando de ser parte de algo que, por supuesto, nunca les llegaba. Yo heredé un poco de eso, pero en un determinado momento me di cuenta de que no me interesaba formar parte de eso, que no había nada que me pudieran ofrecer. Mis tías se casaron, tuvieron hijos, tuvieron nietos. Es decir, el universo les fue dando pequeñas señales de una posible felicidad burguesa. Yo no tuve ninguna de esas señales.

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(Foto: Prensa)

¿También fuiste rebelde respecto del mandato travesti de las tetas de silicona?

–En realidad, no estaba en contra de las tetas de silicona, sino de la silicona líquida.  Una vez, yo estaba sentada en un consultorio esperando para pasar a que me inyectaran silicona líquida. Eso era algo que hacía una travesti en su casa y vi salir a otra con una cara desfigurada por el dolor a tal punto que me asusté. Pensé en mi vieja, en mi papá, en caerles con esas tetas que son un peligro.

–Vos hablás del cuerpo travesti en relación con lo político. ¿Cuál es esa relación?

–Creo que la existencia de las mujeres trans es profundamente política aunque nosotras no nos enteremos o nos enteremos tarde. La cuota de rebeldía, de renuncia, el movimiento de desagregarse de inmediato de una sociedad aunque te amenacen, aunque te digan que vas a terminar muerta en una comisaría o cortada en pedacitos porque te agarró un hijo de puta en la calle, la certeza de que no hay otra forma de vivir, todo eso es profundamente político. No es una revolución que heredamos de libros de historia y que sucedió en un país lejano donde actuó un héroe heterosexual. Es una revolución sobre el cuerpo, sobre el deseo, sobre lo orgánico, sobre tu rostro, tus manos, tu manera de salir a la calle. Es algo que no se puede esconder, que no se puede camuflar como sí se puede camuflar un ideal, una moral. Ser travesti es algo que se lleva por fuera y eso es profundamente político en un mundo en que todo pasa hacia adentro. Ser travesti es algo que se sabe desde siempre y por lo cual se puede renunciar a todo aunque tengas que irte de tu casa a los 14 años. No sé cuántas personas son capaces de hacer algo así. Hay quienes están dentro de un matrimonio que se está secando y se hacen los boludos hasta que se mueren, quienes soportan un trabajo que los empequeñece. Esas son cosas que las travas nunca hicimos.

–¿Por qué hoy no hablás con tono mexicano como hiciste en otras entrevistas?

–(Risas) Estuve hablando en mexicano durante dos semanas en muchas horas diarias de entrevistas y terminé un poco cansada.

–¿Encarnar un personaje fuera del teatro es una forma de señalar que el mundo es impostura, que se puede aparentar lo que no es?

–No sé. En verdad, soy mucho más tímida de lo que parezco. Algunas personas se imaginan que porque soy actriz o porque soy lenguaraz, soy muy dada. Pero soy muy tímida y hay instancias de sociabilización que me resultan insoportables. Para que te imagines: en mi casa hay cuatro sillas, cuatro platos, cuatro copas, cuatro vasos, cuatro juegos de cubiertos, cuatro individuales porque las reuniones con más gente no las puedo soportar. Las fiestas, los cumpleaños, las entrevistas son instancias en que realmente la paso muy mal. Encontrar una manera de hablar que me permite perderme en cómo suenan las palabras me ayuda. Me siento más segura, más a salvo. Pero te voy a ser sincera, tampoco sé bien quién soy (risas). Casi toda mi existencia tiene que ver con mi trabajo, con lo que escribo, con lo que actúo, con lo que canto. Lo que tengo con mis amigos o con mi chongo son instancias muy breves. Me cuesta encontrar momentos en que no sea ni escritora, ni cantante, ni actriz, ni tenga que decir algo interesante.

La literatura, la vida y el humor

“Hay algo que me pasa con la literatura –dice Camila Sosa Villada– y es que no me divierto leyendo lo que escriben varones. En cambio, sí me divierto leyendo a mujeres. Como las minas hemos estado escondidas toda la vida escribiendo en la cocina, como yo cuando volvía de hacer la calle, o como las que escriben un poema entre que se ocupan de un hijo y llega el esposo, me parece que nos permitimos cosas que los varones no. En la literatura eso se nota muchísimo. Si traslado eso al mundo y me pregunto con qué personas estoy, me respondo que con las que nos reímos de lo mismo. Con mi vieja íbamos a un velatorio, nos mirábamos y teníamos que salir para reírnos afuera. Una vez fuimos con mis viejos al santuario de la Difunta Correa a agradecer, era una promesa que habían hecho ellos. Mi viejo estaba muy compenetrado en ese ritual. Yo la miré a mi vieja y le dije: ‘Está muy sexy la Difunta Correa con un pecho afuera’. Nos dio tal ataque de risa que mi viejo nos cagó a pedos. Compartir la risa con otro es maravilloso. No quiero ser soez, pero los mejores polvos que he tenido han sido con aquellos con los que me he reído en el antes, en el durante y en el después. Reírme con mi analista fue dar un salto en el recorrido del análisis”.

Elementos de una biografía

Camila Sosa Villada nació en 1982 en La Falda, provincia de Córdoba. Estudió cuatro años de Comunicación Social y también cuatro de la licenciatura en Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba.

En 2009 realizó su primer espectáculo unipersonal, Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti.

En 2011 protagonizó la película Mía de Javier van de Couter. Más tarde, en 2012, actuó en la miniserie La viuda de Rafael.

En 2014 hizo la obra El bello indiferente de Jean Cocteau. En 2015 trabajó en Despierta, corazón dormido/Frida.

A estos trabajos actorales se suman Puta madrx en 2016 y en 2017, El cabaret de la Difunta Correa.

Además de los dos libros de ficción que se mencionan en la nota, es autora del ensayo El viaje inútil publicado por Documenta y de la novela Tesis sobre una domesticación, publicada en 2019 por Página/12.

La literatura, la vida y el humor

“Hay algo que me pasa con la literatura –dice Camila Sosa Villada– y es que no me divierto leyendo lo que escriben varones. En cambio, sí me divierto leyendo a mujeres. Como las minas hemos estado escondidas toda la vida escribiendo en la cocina, como yo cuando volvía de hacer la calle, o como las que escriben un poema entre que se ocupan de un hijo y llega el esposo, me parece que nos permitimos cosas que los varones no. En la literatura eso se nota muchísimo. Si traslado eso al mundo y me pregunto con qué personas estoy, me respondo que con las que nos reímos de lo mismo. Con mi vieja íbamos a un velatorio, nos mirábamos y teníamos que salir para reírnos afuera. Una vez fuimos con mis viejos al santuario de la Difunta Correa a agradecer, era una promesa que habían hecho ellos. Mi viejo estaba muy compenetrado en ese ritual. Yo la miré a mi vieja y le dije: ‘Está muy sexy la Difunta Correa con un pecho afuera’. Nos dio tal ataque de risa que mi viejo nos cagó a pedos. Compartir la risa con otro es maravilloso. No quiero ser soez, pero los mejores polvos que he tenido han sido con aquellos con los que me he reído en el antes, en el durante y en el después. Reírme con mi analista fue dar un salto en el recorrido del análisis”.