La entreverada literatura del rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) no es para cualquiera. No se trata de un asunto snob o de un simple capricho elitista. Se requiere paciencia, temple, tiempo y una concentración peculiar. Se requieren estos atributos, esencialmente, porque leerlo supone ingresar a un mundo intenso de acumulaciones variopintas y tonos lisérgicos. Porque supone dejarse impregnar, íntima y completamente, por un universo barroco de constantes cruces entre realidad y ficción, entre narrador e historia, sueño y vigilia. 

                   Cărtărescu entiende que Nostalgia, el libro que Impedimenta publicó, debería concebirse como una novela. No obstante, técnicamente, está compuesto por relatos; y, el volumen, estructurado en 3 partes, sumado a un anexo fotográfico final. La primera sección es el prólogo, que incluye el célebre cuento “El ruletista”; el epílogo está integrado por “El arquitecto”; y el segmento central consta de tres relatos extensos que configuran el cuerpo del libro y lleva por nombre, justamente, “Nostalgia”. Estas tres historias centrales se despliegan (en verdad se repliegan y despliegan, constantemente) en un juego de relatos enmarcados que lleva de las vivencias y consideraciones del narrador al interior de la historia y viceversa.

                   El centro medular de Nostalgia, entonces, titila como una estridente baliza anaranjada en mitad de un océano violáceo, o, mejor –y para entrar de una vez en tema– se erige como la alargada y negruzca torre central de una antigua ciudad cenicienta y laberíntica. De una ciudad que, por algún nombre propio, por alguna referencia explícita, se comprende, es Bucarest. Pero, antes que una Bucarest objetiva o referencial, una que surge de las entrañas insondables de este lóbrego escritor, candidato hace ya unos años, al nobel de Literatura.

                  “El mendébil”, “Los gemelos” y “REM”: tal, los títulos de los tres relatos del segmento central que, al decir del narrador (el mismo que deambula por todos los textos del libro) funcionan no como simples vehículos para contar historias sino en tanto formas de exorcizar una obsesión. La infancia y la adolescencia intervienen en ellos, en mayor o menor medida, como espacios simbólicos, perdidos irrevocablemente. Cărtărescu escribe para dilatar una ilusión que nace trunca: la de revivir esa instancia en la que el juego –tan individual como colectivo– fomenta una instancia colmada de felicidad, de verdadera plenitud.

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                   En los tres hay pandillas de niños y niñas relativamente crueles cuyo protagonista cursa un aprendizaje doloroso, de ribetes fantásticos y surrealistas.  El mendébil es un niño especial que, en su exótica genialidad, hipnotiza al resto del grupo con su calma sabiduría; los chicos juegan a la sombra de los inmensos edificios de bloque, en la avenida Ştefan cel Mare; en “Los gemelos”, el travestimiento de un hombre es interrumpido por el narrador para evocar su propia adolescencia y su tóxico vínculo con Gina; y en “REM”, unas niñas juegan, durante una semana, a ser reinas, y en sus deseos imperiales, la realidad se imbrica con una fantasía onírica desenfrenada, cara a la oscuridad terrorífica de las pesadillas.

Bucarest por escrito

                  De cualquiera manera, la gran protagonista de Nostalgia (y, en cierta medida, de la obra del rumano) es la peculiarísima Bucarest. Inmersa siempre en una nebulosa onírica, de colores estridentes, laberíntica y enigmática, con callejuelas sinuosas o avenidas inmensas, cubierta por cielos estrellados y refulgentes, la ciudad deja entrever huellas politemporales, de un pasado medieval o gótico, de un tiempo contemporáneo, surrealista, expresionista, comunista… El libro, que se compone de otros dos relatos (los ya mencionados “El ruletista” y “El arquitecto”), termina con un anexo fotográfico de Andrei Pandele, “La Bucarest de Cărtărescu”. Las intenciones de este apartado, con sus fotografías que reflejan la urbe en los años mozos del autor, lejos están de pretender retratar la ciudad que Cărtărescu ha fraguado con su prosa abarrotada; por el contrario, muestran, por contraste, el inmenso poder de una escritura capaz de pergeñar, con el talento y la melancolía de los que abrevan en la infancia, el inconsciente y la imaginación, una ciudad fundada en sueños.