Lincoln Murray tiene 55 años y viaja en subte al trabajo. De pronto la ve: está ocupada en sus auriculares, el rostro simétrico que otorga belleza, debe tener la edad de su hija. Él toma una foto sin permiso. No hay flash ni sonido. Sabe cómo hacerlo porque lo ha hecho antes. Varias veces. Tanto que ya no pudo ocultarlo. Su mujer, escandalizada, lo ha abandonado.

Publicado en Argentina por Chai Editora, Un hombre con suerte, del estadounidense James Brinkley, es un compilado de protagonistas desafortunados. Son negros, son pobres y son, trágicamente, lo que se espera de ellos. “Solo la gente de Ghetto vive en el Ghetto”, ha comprendido el chico al que el colegio lleva de excursión a las casas de gente con dinero. También que la caridad es un modo sutil del racismo. El chico, como el resto de los personajes maltratados del libro, sobrevivirá porque el título, lejos de ser una torpe trampa, es un acto de fe: “Se necesita mucha suerte en este mundo terrible”.

En su debut literario, Brinkley ha ido por todo. Eso que llaman Tradición del Cuento Americano (léase estadounidense) invita más a la reverencia que al intento de compartir estante con Hemingway, Cheever o Carver (por el capricho de enumerar solo tres). Si encima decidió que fueran nueve cuentos (para muchos, Salinger clausuró esa cifra) es fácil suponer que se está frente a un desvergonzado o pretencioso (o ambas a la vez). Brinkley, sin embargo, ha sabido estar a la altura. Sin caer en el cliché del marketing que cada año presenta al autor que “renovó el género”, tuvo la audacia necesaria para publicar aquello que muchos estaban esperando leer. Historias de personas frágiles, vencidas, traumadas, que, pese a todo, aún pueden brillar, aunque esa luz no dure más que un pestañeo. “Debía estar aferrándose a aquella noche y al sentimiento, que en ese momento me atravesaba a mí, de estar vivo sin un atisbo de vergüenza. ¿Quién no lo daría todo por eso?”, dice el adolescente de J´ouvert, 1996 mientras piensa en el padre que se fue, ese hombre ausente que recupera solo a través de recuerdos (idealizados o no, ¿qué importa?); o la inesperada intimidad que siente con una mujer, acabada para el resto, el solitario protagonista de Clifton´s: “Estaba sucediendo algo que él no merecía, algo que no había tenido nunca en su vida”.

“Recuerdo sentir que me obligaban a realizar la niñez, la virilidad o la negrura de ciertas maneras”, confiesa Brinkley en la entrevista compartida en su página oficial, revelando otro de los atractivos, sino el más relevante, del libro: el tránsito por los rituales masculinos, aquello que se espera de un hombre frente al amor, el sexo, la familia o la raza. “Que nos gustaran se sentía como la confirmación de que teníamos sangre negra, una forma de ponernos un sello de autenticidad”, bravuconea uno de los amigos de No más que una burbuja en plena faena de conquista, incapaz de imaginar cómo terminará la noche.

Brinkley nació en Virginia, pero creció en Nueva York, de donde tomó los escenarios para sus cuentos: el Prospect Park de Brooklyn o los bloques de departamentos del Bronx. El mundo literario lo ha recibido con los brazos abiertos: Un hombre con suerte fue finalista del National Book Award en 2018, entre otros premios, y ya fue traducido al español, francés, alemán y portugués. El prestigio temprano se explica menos por el contenido que por la forma. Oraciones fuertes que construyen imágenes, permitiendo captar la poesía en el barro del realismo.

“La falta de privilegios de raza y clase en este país significa que (la persona) tendrá que lidiar con ciertos desafíos importantes, y quiero que mi ficción sea fiel a esa realidad. Pero parte de por qué no me gusta trazar una historia completa o comenzar con el final en mente es que no me gusta la idea de que las personas se vean reducidas a sus circunstancias”, justifica el autor.

Los personajes de Un hombre con suerte se enfrentarán a la vida en desventaja. Son culpables del crimen de la raza y al mismo tiempo víctimas de tradiciones caducas y expectativas que ni siquiera son las propias, pero eso ya lo saben: “El mundo era demasiado horrible. Lo que se ama, familia, amigos, nociones de uno mismo, siempre se pierde”.

Lo que falta descubrir es si elegirán la autojustificación o la voluntad milagrosa de ser mejores.