César González ya está en el escenario. No entró por la puerta principal, sino por el costado, un camino secreto. A su alrededor, las escaleras que funcionan a modo de gradas son insuficientes, el público es demasiado. La gente empieza a sentarse en los adoquines del patio de Casa Patria Grande. Desde el suelo la imagen de César González se agranda. Está lejos, alto, con la mirada inaccesible por los lentes de sol. Ya se van apagando los aplausos de bienvenida cuando dice: “esta vez la periferia viene al centro, algo que habitualmente decimos sin pensar de manera positiva, normalizamos algunos términos y movimientos. En este caso se invirtió el movimiento. Vino el punto B al punto A”. No es sólo geografía, es una idea sobre los lugares de enunciación y todo lo que implica decir margen. Alcanza una mirada rápida por el público para ver el desplazamiento: el ambiente es entusiasta, pero ajeno. Los amigos y artistas que lo acompañan están junto a la producción, al costado del escenario. Esas fronteras un poco se suspenden cuando empieza a leer.

Foto: Belén Nuñez / @latir.ar

Sus poemas son como epígrafes del cortometraje que vendrá después. Todos pertenecen a La venganza del cordero atado (ediciones Continente, 2011), aunque en esta lectura aparecen algo cambiados: “lo que estoy haciendo es una especie de intervención cuántica, porque estoy leyendo poemas que tienen más de diez años, que fueron escritos en un contexto muy particular que es el de la cárcel, entonces es inevitable que me transporte al momento en que los escribí y me sigue sorprendiendo que haya tenido ganas de escribir en ese infierno”, cuenta entre poemas.

En ese infierno, César González le escribió a la policía, al sistema de tortura de los penales, a la soledad del encierro y también a la gente de la Carlos Gardel, su barrio. “La vida en un mundo aparte,/ madres solas remando en un mar de piedra/ una cultura del padre ausente, del padre preso, del padre presente pero con la espalda disecada./ Los cascotes que inventan caminos así el barro no te muerde los tobillos./ Esqueletos de autos robados ya desmantelados y prendidos fuego./ El sonido de un disparo en una esquina./ Charlas de vecinas a través del alambrado mientras cuelgan la ropa en la soga”, lee el poeta.

Y sus palabras después se proyectan en imágenes. En el cortometraje “La vitalidad de los muertos”, que se presentó anoche luego de la lectura de poemas, retrata al barrio, su vida y su gente. Acá van algunas escenas fragmentarias. Un padre se levanta de la cama con el rayo del sol. Despierta a la hija. Se lavan los dientes apurados, no vaya a ser que se corte el agua. Desayunan: chocolatada para ella, mate para él. La televisión es un zumbido. Alguien en la pantalla habla del caso Báez. El padre se refriega la cara. Va al cuarto, se pone algo adentro del pantalón y dice “ya vengo”. Camina por el barrio, la música acompaña, es un latido peligroso. Hasta que el suspenso estalla como polvorín, pero en forma de canciones. Pibes y pibas rapean en diferentes planos. Juntos o solistas, a veces a capella. Y esto podría ser el final, pero hay más historias. Una entrevista a un hombre de unos 40 años en la que cuenta de todo, hasta los balazos que tiene en el cuerpo. Una mujer explica su oficio, el de embellecer uñas y pestañas. La crónica de un señor sobre el Gauchito Gil.

Foto: Guadalupe Toral / @latir.ar

Al final del encuentro en Casa Patria Grande, después del espectáculo en vivo de freestyle y el graffiti de los artistas que participaron en el corto, César Gonzáles respondió algunas preguntas a Tiempo.


Este evento se llama ¿Qué poesía hay en las villas?, ¿el cortometraje es una respuesta?

-Planteamos la pregunta desde un lugar medio irónico, medio cínico, porque las villas rebalsan de poesía, quizá no escrita, quizá no sofisticada en términos formales, pero la vida en la villa es muy poética, sin romantizar porque es una poesía que resiste a la muerte, como decía Deleuze. Resiste a la muerte concreta, física, pero también a un montón de otras muertes como que no haya perspectiva a futuro, que los pibes no tengan una salida laboral estable, que no crean en nada. Y a pesar de eso subsiste una vitalidad, una comunidad. Retomo lo que decía una de las vecinas en el corto: la gente se conoce, se saluda, se reconoce. Hay encuentros. Hay comunión. Hay comunidad. Sobrevive la alegría a pesar de esos síntomas tan adversos.

En el corto se ve el bombardeo mediático alrededor del caso Báez. Desde el arte, ¿qué se puede decir sobre todo esto?

-Es un acto de resistencia. La poesía, el cine, la música, pueden trabajar aspectos formales y estéticos, pero también son herramientas políticas, de militancia. Es un escudo, un refugio y un arma en la lucha de clases.