“Así como hoy creo que a nadie se le escapa lo políticamente incorrecto que resultaría preguntarle a Obama qué siente haber sido presidente de los Estados Unidos siendo negro, o a Johanna Sigurdardóttir qué se siente ser presidenta de Islandia y lesbiana, llegará un día en que dará vergüenza preguntar qué se siente ser mujer y abrir la Feria del Libro”. Este es un breve tramo del discurso que Claudio Piñeiro pronunció en la agitada inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires de 2018. Pero ese día que menciona no llegará sin luchas. Claudia lo sabe bien y por eso, además de ser quizá la escritora más leída de la Argentina, es también una activa militante a favor de los derechos de las mujeres. Fue una de las caras visibles de la lucha para que se sancionara la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. De hecho, entendió que su condición de escritora y su militancia feminista no eran cosas separadas. Por eso, cuando le tocó pronunciar su discurso, levantó orgullosamente en el escenario el pañuelo verde que se convirtió en el ícono de los reclamos de las mujeres por poder decidir sobre su propio cuerpo.

En esta nota, que aparece un día antes del Día de la Mujer, habla de su compromiso con la causa femenina. 

 

Tu lucha por los derechos de las mujeres viene de lejos. ¿Es cierto que cuando murió tu padre exigiste que te dejaran llevar una de las manijas del féretro, tarea reservada a los hombres?

–Sí, es cierto, yo tenía unos 24 años. Veía que la gente que se acercaba no tenía que ver con mi papá, en cambio yo sí tenía que ver con él. Por eso, la división entre mujer y varón no tenía sentido.

–¿Fue una reacción de amor o ya tenías conciencia del lugar que ocupaba la mujer?

–Esa conciencia la tuve siempre y, además, gracias a mi padre. Por eso, mi actitud era un homenaje a él. Mi papá era muy conservador o pacato para algunas cosas. Si en un programa una pareja se besaba, apagaba el televisor. Usar una pollera corta estaba mal. Incluso, no le gustaban los zapatos que tenían el talón descubierto porque decía que la mujer no tenía que mostrar el talón. Pero, por otro lado, recuerdo que durante mi infancia y mi adolescencia todas mis amigas iban a corte y confección y mi padre no me dejaba ir porque decía que eso obligaba a una mujer a hacer la ropa para ella y su familia, que yo tenía que estudiar algo que me gustara y que con el dinero que ganara con eso tenía que comprarles la ropa a quienes la confeccionan. Ese criterio lo aplicaba en todo. Por ejemplo, a mí me hacía hacer los mismos deportes que hacen los varones. Era bastante estricto con el hecho de que las mujeres tenían que hacer lo mismo que los hombres para lograr su lugar.

Era contradictorio.

–Sí, esto iba junto a esa actitud atávica de “pero no muestres el culo”. Yo era muy buena alumna, siempre era abanderada y él se sentía muy orgulloso. Una frase que me decía siempre era “si no fueras mujer, podrías llegar a ser presidenta de la Argentina, pero en este país no te van a dejar”. Nunca tuve intención de ser presidenta. Pero él consideraba que de acuerdo con las condiciones que él pensaba que yo tenía, tendría que tener la posibilidad de serlo, pero que en la Argentina eso era imposible. Por suerte, el futuro lo desmintió. Creo que todo eso me preparó para pelear por mi lugar. Cuando me recibí de contadora, entré a trabajar en un estudio que hasta el año anterior no tomaba mujeres, pero como se asoció a un estudio de Estados Unidos, tuvo que cambiar de actitud porque allí había leyes contra la discriminación. Sobre diez personas que ingresaran, tres tenían que ser mujeres. Las tres mujeres que ingresamos éramos los mejores promedios de la universidad. A los varones, en cambio no se les exigía que fueran los mejores promedios. Por tener una determinada personalidad o porque se dan ciertas circunstancias, a veces una tiene la oportunidad de luchar de manera individual, pero las luchas tienen que ser colectivas, porque no todas las mujeres se pueden plantar para decir “yo también voy a cargar el cajón de mi papá porque tengo el mismo derecho que los que están acá o más, porque soy la hija”.

Hiciste una carrera “de hombre” pero te dedicaste a la escritura. Comenzaste en el periodismo y estuviste en la revista Emanuelle, que era considerada la más audaz de  las revistas femeninas. Sin embargo, la palabra “aborto”, si no recuerdo mal, no se mencionaba. ¿Cómo fue tu paso por allí?

–La necesidad de la escritura fue anterior a mi llegada a esa revista. En el momento de elegir una carrera, no podía pensarme como escritora porque en mi familia no había artistas ni escritores, por lo que yo lo veía como algo que estaba fuera de mis posibilidades. Escribía en soledad porque para mí los escritores y escritoras eran otras  y otros. Un día vi un aviso de Editores Asociados que dirigía Oscar Blotta en el que pedían estudiantes de carreras entre las que, por supuesto, no figuraba Ciencias Económicas. Entonces le escribí diciéndole que aunque no era de ninguna de esa carreras, creía que podía realizar tareas periodísticas. Me tomó y para mí fue una gran oportunidad porque Emanuelle en esa época era la única revista femenina que se separaba del lugar preestablecido de la mujer. Estando allí gané el Premio Pléyade con una nota que hablaba del preservativo. En esa época había una discusión con la Iglesia sobre si usarlos o no para protegerse del VIH. La nota se llamaba «Preservativos, una fobia masculina» y competía en el rubro Mujer y Hogar con una nota sobre macetas y otra sobre bricolaje (risas). Mujer y hogar venían juntos. No recuerdo si en Emanuelle se usaba la palabra aborto, pero en la Argentina se evitaba en general, estaba prohibida. Se decía «se lo sacó» o «se lo va sacar». Recuerdo que en esa época me llamó un amigo con el que teníamos otro amigo en común. Me contó que la chica con la que salía ese amigo común había quedado embarazada y que él le había dicho: “Se lo va a sacar, si es necesario, con los dientes”. Mi amigo no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. La sociedad, por su parte, obligaba a esa chica a realizar un acto clandestino. Qué violencia extraordinaria.

En Catedrales, el aborto es parte sustancial de la trama. Pero el tema aparece en muchas otras obras tuyas. ¿De dónde viene ese interés?

–Sí, ya aparece en Tuya en 2005. Creo que mi interés sobre el tema es parte de mi interés por la hipocresía social, por el ocultamiento, por las frases hechas que circulan en muchas familias como “los trapos sucios se lavan en casa”. Para mí, el tema del aborto es crucial porque tiene que ver con la imposibilidad de decidir sobre una misma. A partir de ahí, la falta de otros derechos viene en cascada. Si una mujer no puede decidir que no quiere ser madre porque tiene otro proyecto de vida, no tiene sentido hablar del lugar de la mujer en el mundo.

¿Qué es para vos el feminismo o los feminismos?

–Un movimiento político en que las mujeres nos encontramos para luchar por nuestros derechos, es una reivindicación del lugar de la mujer y de la lucha de las mujeres por conseguir igualdad con a los varones. Dentro de eso hay matices y sutilezas, pero la matriz es esa. Es un movimiento político que hace política de otra manera. No tiene un líder que diga “esto se hace así”. Es un movimiento horizontal donde no hay líderes, sino asambleas donde se discute y se producen consensos. En esos consensos aparecen muchas posiciones diferentes y creo que es lo que le da vitalidad. No es un espacio de nombres propios, sino de conjunto. A veces aparecen nombres propios solo para lograr ciertas cosas. Cuando se dio la lucha para lograr la sanción de la ley del aborto, por supuesto que Dolores Fonzi, Muriel Santa Ana, Carla Peterson, Nancy Dupláa, Verónica Llinás y muchísimas otras ayudaron a romper barreras con sus nombres, pero una vez que rompés esas barreras hay que dejar de utilizarlos. Si me preguntás en qué feminismo estoy, te contesto que en el que más incluye. Para mí, tiene que ser horizontal y sin barreras. No hay que dejar de pelear por una causa que se da en Ecuador, por ejemplo, o en cualquier otro país de América Latina. Me incomoda el feminismo que establece si determinada disidencia tiene que formar parte o no del feminismo.

Antes se decía “crimen pasional” en lugar de “femicidio”. ¿Qué importancia tiene el lenguaje en los cambios de criterio acerca de la violencia machista?

–Es fundamental. El crimen pasional tendría un atenuante. Allí habría dos involucrados, porque la pasión es entre dos. Hay que luchar por cambiar las palabras que no nombran las cosas de la manera adecuada. De todos modos, creo que la palabra femicidio no es la apropiada. En casi todos los otros países de América Latina  y en España se dice feminicidio. Femicidio significa matar a una mujer. En cambio, feminicidio contiene la raíz de la palabra genocidio y el concepto de que hay una impunidad luego de esa muerte, que hay un sistema que permite que pasen esas cosas. Creo que hay que hacerse cargo de que hay un sistema que lo permite, no se trata solo de un hombre que termina matando a una mujer luego de muchas otras agresiones. Durante esas agresiones hubo un sistema que no protegió a la mujer, que no le tomó la denuncia y si la tomó no le importó, no le dio el botón antipánico, no registró la violación de la perimetral. Esa muerte no es un femicidio, es un feminicidio porque no solo hubo un hombre violento, sino también un Estado que no logró proteger a esa mujer.

Mañana, 8 de marzo, es el Día de la Mujer. ¿Que exista este día es un signo del avance femenino o una expresión de lo mucho que nos falta por conquistar? De hecho, no hay un Día del Hombre.

–Creo que las dos cosas. Si no tuviéramos que pedir derechos exclusivos y pudiéramos pedirlos para todos, sería distinto. Pero mientras eso no suceda, creo que la fecha es importante para recordar todo lo que nos queda por delante y para confirmar todo lo que hemos conseguido.

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(Foto: Télam)

El alto precio de defender la causa femenina

«Muchas mujeres y muchos hombres -dice Claudia- reciben agresiones en las redes, pero las que recibimos nosotras tienen que ver por lo general con la sexualidad: puta, abortera , cómo tus hijos te soportan… Son todas cosas relacionadas con el hecho de ser mujer. También hay agresiones de tipo político que compartimos con los varones, como que te manden fotos de Falcon verdes y te digan ‘te vamos a pasar a buscar’. Lo más violento que recibí fue el video de un hombre que tortura a una mujer a golpes y que está tomado de una película francesa. Decía, además, ‘Así van a quedar’. En casi todos los casos estas agresiones son anónimas. Pero también hay algunas que no lo son tanto. Por ejemplo, cuando vino a la Argentina Leonardo Padura, yo fui contratada para presentarlo en la Fundación Osde. Iba a presentar una novela policial de un autor policial e íbamos a tener un diálogo. Entonces se organizaron grupos de WhatsApp para decirle a la Fundación que no me dejaran hacer esa presentación por mi posición ante el aborto. Fueron cientos de mensajes por día para que me bajaran de ese trabajo. Por suerte, tanto la Fundación como la Editorial Planeta sostuvieron que yo presentara la novela y no hubo problema. Ese fue un hecho concreto. No sé si hubo otros parecidos de los que no me enteré. Pero el saldo es positivo, porque también hay personas que me arropan. Me contó un librero que una chica le pidió que le recomendara un libro para regalar. Él le dio tres opciones, entre ellas, un libro mío. Ella eligió el mío y le dijo: ‘Me llevo este porque ella hizo tantas cosas por nosotras que a mí me gustaría hacer algo por ella’. Una recompensa amorosa e inesperada.»