Cynan Jones, un narrador galés que llegó a las librerías argentinas con las novelas Tiempo sin lluvia y La tejonera gracias al acierto literario de la editorial cordobesa Chai (y felizmente, a las traducciones de Esther Cross y Laura Wittner), es un escritor definitivamente instalado en la narrativa rural. Si hubiera que ponerle un título a su obra sería “Los trabajos y los días”.

Con una prosa concentrada enhebra párrafos aislados, desgrana los temas de los que se va a ocupar delicada y amorosamente: los trabajos rurales, los ciclos de la naturaleza y sus catástrofes, el comportamiento de cada una de las especies, el ritual de los partos y los entierros de los animales, los silencios abrumadores de la vida campesina, la brutalidad y la violencia solapadas, que replican, en su solemnidad, toda su densidad existencial.

         Y en esa isla que es la familia y la vida de granjero (todo el imaginario claustrofóbico de los relatos insulares propios de la literatura británica funciona en estos textos) los temas, como nudos, se concentran para expandirse: el tiempo y las marcas que deja en los cuerpos y los cambios que produce en el deseo y en el amor; las pérdidas -el gran tema de su literatura- en los embarazos fallidos, los terneros nonatos y los duelos; la ira contenida en sus silenciosos personajes y la naturaleza como un ser omnipresente.

         Tiempo sin lluvia, publicada en nuestro país el año pasado, narra un día en la vida de su protagonista, un puro presente que se proyecta hacia el pasado en el único libro que, como la Biblia, ilumina sus días: las memorias del padre escritas en galés y al mismo tiempo, hacia el futuro, en los planes de compra de unas tierras que unirán a su descendencia al terruño, ese “espacio significativo” que es el lugar propio.

 La tejonera, el título recientemente publicado, narra el proceso del duelo de su protagonista que acaba de enviudar y esa ausencia cobra una dimensión material, como su íntima relación con la naturaleza, de la que pareciera, sólo se puede hablar a partir del sentido del tacto.

Invitado al FILBA de este año, este notable autor galés habló con Tiempo argentino de lo que entiende por literatura: un modo de elaborar la experiencia permaneciendo fiel a sí mismo y a su historia.

-Los trabajos rurales y la vida de granjero, tan rigurosamente detallados en estas dos novelas ¿forman parte de tu experiencia personal?

-Mis abuelos eran granjeros. Los primeros años de mi vida estuvieron definidos por el mundo que la granja me proveía. Era una granja pequeña, pero para mí, siendo un niño, era como un territorio sin fin. Tenía un bosque, un terreno rústico y campos que llegaban hasta el mar. Tenía todo el campo de juego que podría querer. Cuando yo nací criaban sólo un puñado de vacas lecheras. Aparte de esto, crecí y fui a la escuela con niños de distintas granjas; y la familia de mi esposa son todos productores de ovejas. Los procesos agricultores siempre han sido parte de mi vida, parte del ritmo del año.

-La relación con el tiempo y los ciclos naturales, propia de la vida rural, es un tema central en estas dos novelas. Un tiempo que no está vinculado a la memoria sino al cuerpo. ¿Qué es lo que más te interesa explorar en esta relación?

-Estos ciclos y ritmos tienen una directiva innata con cualquiera que esté conectado con los procesos de la granja. Ya sea el parto de las ovejas, la henificación (el proceso de conservación del forraje) o la rutina diaria de ordeñe del ganado. Las demandas que estos ritmos requieren traen consigo una estructura y una restricción a los involucrados. Eso, creo, puede crear una relación compleja con temas como el cuidado y la responsabilidad.

-Dentro de tu tradición literaria ¿a quiénes considerarías tus referentes?

-Todo lo que leo me influye, de una manera u otra. Pero es el mundo de mi alrededor el que me moviliza a contar historias, en vez de la inspiración que me proveen los libros. Lo que obtengo de los libros es la inspiración técnica. Todo lo que sé sobre escribir lo aprendí de los grandes escritores. Pero, cuando tiene que ver con mis historias, trato de mantener mi vista en la realidad, no en la literatura. Una historia tiene que ser fiel a sí misma, no debe ser similar a otra situación ya escrita anteriormente.

El terruño cobra un protagonismo tal en estas dos novelas, al punto que, en La Tejonera, Daniel considera que el lugar al que se pertenece también posee una memoria de los que vivieron en él. -¿Se trataría no de vivir en un lugar sino de pertenecerse mutuamente?

-Creo que sí. Ya mencioné anteriormente la relación de la estructura y la obligación con la recompensa. Siento que soy un producto de este paisaje y, como consecuencia, también lo son mis historias. Cada vez más y más personas viven su vida en movimiento. Aquellos que siguen conectados con el lugar que los formó tienen quizás una relación diferente con el mundo que aquellos que se establecen de forma transitoria. Como resultado, la relevancia de un lugar es o profundizada o disminuida y creo que la tierra en sí misma puede albergar eso. (¿Por qué las áreas más castigadas -o duras- de la ciudad en donde las familias tienden a quedarse tienen más alma que las áreas exclusivas donde las personas vienen y van?).

-En esta novela, el contraste entre la ternura del trabajo del duelo del protagonista y la crueldad y violencia de algunas escenas es muy marcada. ¿Cómo narrar la brutalidad, el salvajismo, la ferocidad sin convertirlo en un “otro” del “mundo civilizado”?

-Intenté duramente ser un testigo, no un voyeur. Espero que mis textos reflejen eso. La violencia no está modificada. Sólo intento escribir lo que pasa. El presente es algo que el lector debe juzgar por sí mismo, en vez de decirles yo cómo debería reaccionar.

-Casi no hay diálogos entre los personajes en esta novela

 ¿El diálogo es con la materia a través de los sentidos, sobre todo, del tacto?

-Gran parte de las tareas de un granjero son llevadas a cabo de forma solitaria. Una vez más, esto es una espada de doble filo. Por un lado, hay tiempo para la reflexión, no hay un requerimiento de portarse de cierta manera delante de nadie o lidiar con el humor de nadie; pero por el otro lado, hay aislamiento. La salud mental de los granjeros se ha convertido en una preocupación seria. Pero creo que el consuelo, la compañía, y la conversación pueden encontrase en los procesos físicos que deben ser hechos, y en las cosas físicas que rodean a esos procesos.

-Los espacios en blanco entre párrafos subrayan la concentración de tu prosa y le dan un tono religioso o místico a los textos. ¿Es un efecto buscado?

-Absolutamente.

-¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Podés contarnos algo?

-Usualmente, soy muy monógamo en lo que respecta a un nuevo proyecto. Una historia determina que quiere ser escrita y yo me comprometo. Recientemente, por un gran número de razones, ese no ha sido el caso. He estado trabajando en una variedad de cosas. Historias cortas, varias como borrador. Una “reedición” de una historia anterior. Tengo “algo” nuevo en progreso -no estoy seguro de qué es todavía. Quizás una historia larga-corta más experimental. Y durante la cuarentena escribí una novela de aventuras de 50.000 palabras. El tipo de historia que me atrajo a los libros cuando era más joven, como La isla del tesoro, Los contrabandistas de Moonfleet, 20.000 leguas de viaje submarino. Me atraparon, a todo el mundo a mi alrededor lo atraparon. ¡Así que decidí irme a un viaje extraordinario!