En tiempos de pandemia, la vida pasa, en gran medida, por las pantallas. A través de su luz centelleante nos comunicamos con nuestros seres queridos, tenemos reuniones de trabajo, hacemos consultas médicas y hasta nos psicoanalizamos. Pero mucho antes de que el coronavirus impusiera de prepo la virtualidad, el doctor Carlos Pachuk, médico y psicoanalista, hizo un trabajo de investigación referido al análisis de grupo a distancia que hoy puede considerárselo precursor.  Fue en el año 2008 que, como profesor titular de Teoría y Técnicas de Grupos Terapéuticos en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (USES), presentó en el Departamento de Investigación del establecimiento un proyecto de terapia de grupo virtual que fue aprobado. Al año siguiente, se inició la investigación que duraría cuatro años con resultados positivos.

Esa experiencia está contada en Terapia de grupo virtual. Curarse por Internet, un libro que plantea que hoy hay un ser humano-tecnológico y que no hay vuelta atrás para la tecnología, está definitivamente incorporada a nosotros y está en todas partes. La terapia psicoanalítica no es la excepción. La afirmación dispara una serie de preguntas inquietantes: ¿es lo mismo analizarse de manera presencial que virtual?, ¿la pantalla modifica la relación entre el analista y el paciente?  Pachuk contesta a éstas y otras preguntas. 

-En su libro usted maraca algunas diferencias entre la terapia presencial y la virtual. Una de ellas es que la transferencia es más suave o más líquida, en términos de Bauman, cuando la terapia es virtual. ¿Esto es así en la terapia de grupo o también en la terapia virtual?

-Si es virtual, también puede darse en la terapia individual. Yo lo marcaba más en la terapia de grupo porque en la terapia grupal hay otras transferencias que tienen que ver con los otros que están en el grupo y con el grupo en sí mismo. La terapia de grupo es una ampliación de la forma terapéutica. En la individual la transferencia se da solamente con el analista, pero en el grupo hay otras personas al mismo tiempo y lo que uno puede ver en el aquí y ahora de la sesión es cómo una persona se conecta con los otros, que relación juega en relación con el resto. Como terapeuta uno ve eso en el mismo momento en que se produce, cosa que no ocurriría en una terapia individual porque en ese tipo de sesión el paciente trae el relato de lo que le pasa con los otros, pero uno a los otros no los ve.

-¿En el caso de una terapia individual la transferencia se daría en la misma forma que si fuera presencial?

-Se daría de la misma forma, pero con algunas diferencias. Por ejemplo, la terapia virtual no es para atender pacientes graves. A pacientes psiquiátricos, pacientes con violencia de género, pacientes adictos es imposible atenderlos con terapia virtual porque en esos casos se precisa de la presencia física del analista.

-¿Por qué? ¿Qué rol cumple en esos casos la presencia física del analista?

– Contiene al paciente, produce un efecto de contención. Hay algo que se llama pulsión de apego, el analista incluso puede abrazar al paciente en un momento de desborde. Además, la mirada del terapeuta al paciente es directa porque está ahí, lo que no es lo mismo que mirarlo desde una pantalla.  En la distancia, en cambio, si el paciente se desborda el terapeuta no puede hacer nada.

-¿Qué sucede con un paciente acostumbrado a hacer diván, donde habla sin ver a su analista? ¿Cómo pasaría el diván a la virtualidad?

-Sin la cámara, solamente con la voz. En ese caso no sería posible una mirada de ninguna de las dos partes. Muchos pacientes acostumbrados al diván plantean lo que usted acaba de decir, que no quieren ver al analista. Entonces suprimimos la cámara y hacemos la sesión con audio.

-En ese caso sería lo mismo hacer una llamada telefónica tradicional.

-Sí, prácticamente sería lo mismo, lo que pasa es que el celular es más cómodo y ahora todo el mundo está acostumbrado a hablar por WhatsApp, a comunicarse a través del celular.

Hoy estamos obligados a la virtualidad, no hay otra opción. ¿Pero no es conflictivo hablar de sus problemas dentro de la casa si uno no vive solo? El consultorio del analista es un lugar de intimidad, hermético, donde se cuentan cosas o se las analiza desde un ángulo diferente. Me parece que hablar con el analista dentro de la propia casa adquiere casi un carácter clandestino.

-Es verdad, se plantea un problema con la intimidad. Muchos pacientes se van a hablar al auto. Eso es algo muy común. Y ahora que habilitaron los bares, hay pacientes que se van a hablar allí. Ayer mismo atendí un paciente que estaba en un bar de Nordelta sentado tranquilamente hablando conmigo, teniendo su sesión a través de su celular. Antes de esto, cuando la cuarentena era total, los pacientes se iban al auto.

-¿Eso lo hace alguien acostumbrado al análisis o un paciente que no tuvo antes la experiencia de analizarse no tiene esos reparos?

-Los reparos los tiene cualquiera que siente que violan su intimidad. Imagine a alguien que nunca hizo terapia, vive en un departamento chico, tiene a su hijo jugando y al esposo o la esposa dando vueltas. En esas circunstancias no se puede hacer una sesión porque hay una constante interrupción y el paciente está medio perseguido. Suponga que quiera hablar algo de la pareja y la pareja está en la casa. ¿Cómo hace? Es imposible. A veces suceden cosas cómicas.

-¿Cuáles, por ejemplo?

-Por ejemplo, en una terapia de grupo virtual había un paciente que sabía que su mujer llegaba a su casa media hora después de comenzar la sesión. Entonces él aprovechaba esa media hora para hablar de su mujer. Y todos en el grupo le dejaban ese lugar porque sabían que después no podía hablar más. Hay otros casos cómicos, por ejemplo de gente que habla bajito para que no la escuchen.

-Hacia el final del libro usted escribe una frase muy categórica que dice: “No hay una distancia sujeto-objeto. Internet demuestra que los objetos forman parte del psiquismo y del cuerpo y constituyen una unidad funcional.” Parecería que no hay vuelta atrás en la irrupción de Internet en el campo de psicoanálisis. ¿Es así?

-No hay vuelta atrás porque desde que aparecieron los celulares todos somos los primeros cyborgs. Dígame qué persona hoy puede estar sin un aparato de esos en su mano. No hay nadie que salga a la calle sin el celular. El celular forma parte del cuerpo prácticamente. Yo escribí una ficción en la que decía que el celular se iba a colocar en el antebrazo porque la gente dice que es la prolongación de la mano. Usted debe haber escuchado esa frase más de una vez.  

-De acuerdo con lo que venimos charlando, la terapia virtual tiene condicionamientos, por ejemplo respecto de la intimidad.

-Sí, además pasa otra cosa y es que el paciente puede ver también la casa del analista. Hoy todos nos fuimos del consultorio y estamos recluidos en nuestras casas. Entonces uno tiene que tener mucho cuidado de dónde atiende al paciente porque puede ver su casa. Me ha pasado de pacientes que me dicen, por ejemplo: “¿Y ese cuadro de dónde lo sacaste?  Es decir que la intimidad se pierde de ambos lados, no solo del lado del paciente.

-¿Cree que el psicoanálisis está marcado por la virtualidad a tal punto que incluso cuando exista una vacuna para el coronavirus va a prevalecer la virtualidad?

-Lo que sucede es que a partir del celular la terapia se transformó incluso antes de la pandemia. Todos los pacientes van al analista con el celular. Más de una vez pasa que le dicen a uno: “escuche el audio de lo que me dice mi pareja.” Y yo escucho lo que le dice su pareja de forma directa. Incluso en las terapias de pareja uno saca al celular y le dice al otro: “mirá lo que me dijiste en tal oportunidad. Acá te hacés el santo y mirá cómo gritás.” O sea que ya se perdió esa dimensión presencial porque todo el mundo usa el celular en la terapia y esto comenzó mucho antes de la pandemia.

-Es decir que la tecnología ha modificado también la relación analista-paciente.

-Tal cual. Al principio los analistas nos resistíamos a los celulares. A los integrantes de un grupo yo les pedía al entrar que pusieran el celular en modo avión. Dejé de hacerlo cuando a un paciente le sonó el celular antes de entrar al grupo y era su hija que le avisaba que la estaban internando por una apendicitis aguda y que lo llamaban porque era el único que podía firmar el permiso para la operación. A partir ese momento dije que había que dejar el celular abierto. La idea de que el celular esté en modo avión en la terapia ya no corre más.

-¿A partir de la pandemia se incrementó mucho el número de pacientes que hacen terapia ya sea individual o grupal por vía virtual?

-Sí, se ha incrementado masivamente porque ahora se usan todas las plataformas, todas las formas de conexión que hay. Antes el Zoom no lo usaba nadie y se usaba más el Skype. Esto es muy masivo y es probable que siga después de la pandemia. Le doy un ejemplo. Yo tengo un grupo virtual de pacientes porteños y me llamó un muchacho de Córdoba que quería participar de la terapia y yo lo incluí. Cuando termine la pandemia, el grupo de porteños va a seguir de forma presencial, pero el muchacho de Córdoba no va a venir a Buenos Aires. Pondré la notebook en el medio del consultorio y el muchacho continuará de modo virtual.

-En su libro habla de que en la experiencia de investigación que llevó a cabo se incorporaron, por ejemplo, personas de Brasil que hablaban en portuñol, gente con distintos códigos lingüísticos y culturales ¿Eso es un impedimento o es algo positivo para el análisis grupal?

-Creo que viviendo en ámbitos cerrados tenemos una mirada provincial del mundo. Creemos que el mundo es la provincia en que vivimos nosotros. Con la terapia virtual, con la globalización, uno encuentra gente que ve las relaciones amorosas, las relaciones sexuales, los vínculos de otra manera y entonces uno aprende a intercambiar. Respecto de lo que usted señala, me pasó una vez que yo atendía a un muchacho argentino que se fue a Estados Unidos porque había conseguido una beca en una universidad. Le sugerí que hiciera la terapia con alguien de habla hispana. Hizo entonces terapia con un terapeuta chileno que estaba en Estados Unidos. Pero luego me llamó y me dijo que quería seguir haciendo terapia conmigo de forma virtual. Le pregunté por qué y me contestó “porque yo le digo ´mirá, el chabón se llevó a la mina´ y el tipo no me entiende”. Aunque los dos hablaban castellano, había cosas que no se entendían porque son locales. También pasan este tipo de cosas.

-Entonces parece que los conflictos solo pueden entenderse en el seno de una cultura determinada. Lo que es un conflicto para alguien de Japón podría no serlo para un argentino. ¿Es posible hacer terapia de grupo partiendo de culturas tan disímiles?

-Bueno, yo aspiro a lograr una globalización humanizada donde podamos entender al otro sin discriminarlo, tratando de entender qué significado tiene para ese otro lo que nosotros hacemos y vicerversa. Me parece que, en este sentido, la globalización puede democratizar al mundo y salir de la discriminación donde el otro es un extraño. La idea de extranjero es la idea de extraño, de alguien que es ajeno a mí. Me parece que sería progresista lograr esto. Si uno trabaja con el inconsciente, con la asociación libre y con la transferencia, que son los tres pilares del psicoanálisis, puede usar cualquier encuadre.