Si Don Quijote de la Mancha enloqueció leyendo libros de caballería, el inglés Edward Brooke-Hitching, el autor de “Libros peculiares, manuscritos extravagantes y otras curiosidades literarias” contrajo ya desde pequeño el virus de la pasión libresca. “Acababa de cumplir un año –dice en la introducción– cuando mi padre me usó por primera vez de paleta en una subasta. Con un tratante de libros como progenitor, el hogar es una casa hecha de libros, tanto de manera figurativa como estructural. Cada centímetro de la pared está recubierto de estanterías abarrotadas de colores brillantes: un lujoso rojo marroquí  (piel de cabra), vitela blanca (cuero de ternero fino), azul marino, verdes selva, oros sólidos, y marrones antiquísimos y malhumorados, todos resplandeciendo en distintos grados de recubrimientos dorados”.

Decía Rilke que “tal vez no se es de ningún país, sino del país de la infancia”. En el caso del autor de este libro la sentencia se cumple al pie de la letra. Creció entre libros y escribe e investiga sobre libros. Y lo más insólito es que sus libros raros, aparentemente destinados a lectores muy específicos, se convierten en bestsellers.

Tuvo éxitos resonantes con títulos como El atlas fantasma: los mayores mitos, mentiras y errores garrafales en los mapas, El atlas dorado: las mayores exploraciones, misiones y descubrimientos en mapas; El atlas del cielo: los mejores mapas, mitos y descubrimientos del universo; El atlas del diablo: una guía del explorados de los cielos, los infiernos y más allá. Además, tiene un libro sobre los deportes olvidados de la historia.

Su padre, como lo dice en la introducción, se dedicó al comercio de libros extraños y su abuelo fue impresor, erudito en materia de volúmenes antiguos  y autor de un manual de conservación: Los enemigos de los libros.

El autor no incluye solo libros con forma de libros, no parte de los primeros códices, sino que se remonta mucho más allá, al año 1600 antes de Cristo, por ejemplo, a los huesos oraculares, huesos de animales sobre los que se tallaban signos que eran predicciones de futuro. De estos huesos, según informa, se conservan muy pocos, porque cuando los descubrían en el pasado, los desenterraban y los comían pensando que eran huesos de un animal que no existe, el dragón, y de esta forma incorporaban la fuerza que se supone que tenía esa especie mítica.  

La escritura cuneiforme de los habitantes de la Mesopotamia también registraba predicciones, movimientos celestes y supersticiones sobre soportes “bastante menos comestibles” como las tablillas de arcilla.

El recorrido histórico que hace el autor antes de llegar al libro propiamente dicho es amplísimo y todas sus historias están profusamente apoyadas por fotografías que acreditan sus palabras. Es así que pueden verse “cuencos de encantamiento” con escrituras en espiral, el sistema de notación por nudo o quipus incaicos y otras formas de escritura muy alejadas del formato del códice.

Mucho más tarde, cuando el libro alcanza la forma en que lo conocemos hoy, registra,  por ejemplo, libros ahuecados donde esconder pistolas, lavabos portátiles con forma de libro destinados a viajeros amantes de la lectura, falsos libros con cajoncitos interiores para guardar venenos, herbarios con especies vegetales hoy extintas, cartillas de enseñanza con caracteres tallados en marfil, un violín en cuyo dorso el soldado Solomon Coon escribe su diario de batallas  y otras extravagancias dignas de un gabinete de curiosidades.

Particularmente interesante es el capítulo dedicado a los Libros de carne y hueso. “La piel de todas las criaturas que han corrido, saltado, reptado o nadado en este planeta –afirma el autor- se ha usado en algún momento para encuadernar un libro. Rayas con púas, monos, avestruces, tiburones (el último se conoce como chagrín), (aunque el `chagrín oriental` es normalmente piel de asno) ha vestido a la literatura. La forma `empática` de bibliopegia  (encuadernación) empareja el material escrito con el material externo apropiado: el Museo Británico posee el único ejemplar del Voyage to Botany Bay (1789) encuadernado con piel de canguro. Ejemplares de History of Erarly Part of the Reign of James II (1808) (`Historia del principio del reinado de Jaime II`) se vendieron en piel de zorro.” El autor afirma también que en registros de subasta pueden encontrarse ejemplares de Mein Kampf encuadernados con piel de zorrino,  El Capital con pellejo de boa constrictora, Moby Dick con piel de ballena y Lo que el viento se llevó con banderas confederadas.

En el siguiente capítulo el autor hace una pormenorizada descripción de libros encuadernados con piel humana y, bajo un título específico se refiere a los escritos con sangre. «Entre todo lo que se ha escrito solo amo lo que se escribió con sangre», escribió Friedrich Nitzsche en Así habló Zaratustra (1883-1891). «Escribe con sangre y descubrirás que la sangre es el espíritu». T.S.Eliot compartía aquel sentimiento apasionado: «La finalidad de la literatura –escribió- es convertir la sangre en tinta». La metáfora está muy clara, pero ¿cuántos se lo han tomado de manera literal?”, se pregunta el autor. La respuesta, por cierto, es inquietante, porque “la sangre ha estado ligada a la historia de la tinta”.

Según afirma, el libro más reciente escrito con sangre data de 1997 y lo habría escrito Saddam Hussein, quien con motivo de cumplir 60 años, le habría encomendado a un calígrafo una transcripción del Corán realizada con una tinta en la que se mezclara la propia sangre del líder. Claro que la afirmación es espeluznante, pero el ahorcamiento de Hussein transmitido por televisión no lo fue menos.

La galería de libros insólitos se completa  con ejemplares crípticos, fraudes literarios, colecciones curiosas, obras del mundo sobrenatural, rarezas religiosas, curiosidades de la ciencia, libros de tamaño espectacular -desde liliputienses a gigantes-, y títulos extraños.

Un  hermoso libro-objeto sobre libros que abre para el lector ventanas a increíbles mundos desconocidos.