Según el informe que cada fin de año confecciona la Cámara Argentina del Libro, el ejercicio 2017 marcó un nuevo escalón en el descenso de la producción editorial, que bajó de un total de 63 millones de ejemplares impresos durante el año anterior a 51 millones. Dichos números confirman una tendencia que ya lleva tres años de derrumbe acumulado, desde que en 2014 el sector alcanzara un techo de 129 millones de ejemplares impresos. Al mismo tiempo que la producción local se desbarranca, la importación de libros crece en proporciones casi idénticas: en el mismo período 2014-2017 el valor de las importaciones editoriales se triplicó, subiendo de 40 millones de dólares hasta alcanzar los casi 130. Las perspectivas para el año en curso, que acaba de completar una magra primera mitad, no son alentadoras. Si bien no hay números oficiales que lo confirmen, son muchas las voces autorizadas que mantienen las alarmas encendidas, proyectando que la crisis económica que de manera sostenida viene minando la economía local en casi todos sus niveles, impactará de modo negativo en la ya golpeada realidad de esta industria. Resta saber qué tanto afectarán variables importantes, como la subida del dólar o la inevitable devaluación, cuando se las traslade al 2018 completo.

Consultados por Tiempo, un grupo de editores responsables de distintos sellos independientes ayudan a entender cuál es la actualidad del mercado de los libros y cuáles las perspectivas a futuro. Quienes aceptaron la invitación son Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, editorial que este año cumple una década de actividad; Andrés Beláustegui, responsable de la recién fundada Compañía Naviera Ilimitada; Damián Ríos, editor junto a Mariano Blatt del prestigioso sello independiente Blatt&Ríos; y Luciano Guiñazú, uno de los hombres detrás de la librería Caburé y la pequeña editorial Caterva. 

«La situación actual en la industria editorial es absolutamente crítica e incierta, como lo es para la industria y el consumo en general», afirma Djament y Ríos, crítico habitual de la gestión Cambiemos, amplía: «el mercado se achicó por lo menos un 30% y todavía hay que ver las consecuencias de la última devaluación». En la misma dirección señala Beláustegui, quien sostiene que «la combinación del aumento de los costos y la baja del consumo en general (y de la compra de libros en particular) hace que el escenario sea muy complicado». Por su parte Guiñazú agrega, y Ríos lo secunda, que «la recesión va mostrando sus diferentes caras con la caída de la cadena de pagos o la baja en las ventas no sólo en las librería, sino en las ferias, que es el espacio en el que las editoriales independientes vendemos el grueso de nuestra producción».

Djament aporta más números: «las ventas cayeron por segundo o tercer año consecutivo, acumulando promedios de un 25 por ciento». Y suma a la fórmula de la crisis el aumento de los insumos importados, atados al crecimiento de la divisa: «en lo que va del año, el precio del papel subió muy por encima de la inflación y la cartulina que se utiliza para las tapas, de la que no hay producción nacional, subió un 145 por ciento». Todo eso apuntala un escenario de pérdida de rentabilidad. Por un lado en la venta minorista, ya que el aumento de los costos, que Guiñazú calcula «en torno del 30%», es imposible de «trasladar al precio de los libros» porque, como afirma Beláustegui, «los dejaría a un precio demasiado alto para el comprador promedio». Por el otro «también dificulta las exportaciones, ya que el libro argentino resulta caro para el resto de los países latinoamericanos e incluso España», como explica el propio Beláustegui, quien antes de comandar la joven editorial Compañía Naviera Ilimitada estuvo al frente del sello Páprika, luego rebautizado con el nombre de Sigilo. Djament afirma que «en este contexto recesivo y de incertidumbre es muy difícil planificar ni siquiera en el corto plazo» y Ríos se suma para agregar que, si bien «las editoriales se pueden achicar y sobrevivir», el panorama es aún más complejo para las librerías independientes, que «corren peligro de cierre». Beláustegui coincide en que ellas son «el eslabón más castigado en este momento».

Ante un paisaje semejante, las editoriales independientes han tenido que trazar distintos planes de emergencia. «Estamos inventando estrategias sólo para sobrevivir», dice Ríos. «En Blatt&Ríos hemos recortado títulos para este año», porque «la situación requiere que tomemos menos riesgos, apuntando a títulos más conservadores», completa. Por su parte Guiñazú señala que «muchas editoriales independientes tenían un fondo editorial que de algún modo les permitió sobrevivir hasta el momento», pero que «otras más pequeñas, como Caterva, nos hemos visto en serios problemas para lanzar títulos nuevos por falta de presupuesto». Y agrega que también tienen «problemas para reimprimir, dado que en muchos casos no es posible cobrar los libros que se han vendido en las librerías». Beláustegui confirma la mirada de su colega: «Compañía Naviera Ilimitada es una editorial que recién comienza y ya tenemos que estar replanteándonos la calidad material de los libros que hacemos, para poder bajar costos». Guiñazú suma a la delicada ecuación la situación de los autores, quienes «no siempre llegan a cobrar sus derechos de autor y que razonablemente, cuando pueden, se van a firmar contrato con las editoriales más grandes y las multinacionales».

Al presente oscuro se le suma un futuro negro, del cual los actores del sector ven muy difícil escapar sin un abordaje serio de las problemáticas que se presentan. «No creo posible que el sector se recupere en el corto plazo ni en el mediano», se sincera, sin embargo, Ríos. «Será necesario que cambie el panorama más general por un lado y que aparezcan políticas de apuntalamiento del sector», agrega Beláustegui. Djament cree que la solución se encuentra atada a una recuperación general de la economía. «La única manera de que se recupere la industria editorial es en el marco de una recuperación del consumo en general, y de una reactivación de la actividad económica y cultural en el país, y del desarrollo de una serie de medidas que trabajen con ese objetivo», afirma tajante la cabeza editorial de Eterna Cadencia.

Ríos cree que para eso «se necesitaría una gestión económica decorosa, algo que hasta el momento no ha sucedido», porque «una política económica que privilegia lo financiero sobre la producción no hace más que destruir emprendimientos productivos». Beláustegui por su parte se anima a arriesgar algunas sugerencias. En primer lugar «políticas de fondo que ayuden a mejorar la rentabilidad, sobre todo de cara a la exportación». También considera «fundamental» la implementación de «apoyos que ayuden a la visibilidad y mayor circulación de los libros de micro, pequeñas y medianas editoriales». Y pone el acento en la cuestión del Impuesto al Valor Agregado (IVA), un tema clave para el sector que lleva años sin resolverse.

La precaria situación que atraviesa la industria editorial, que inevitablemente se ve afectada por las variables que golpean a todos los rincones de la economía, no debería ser una sorpresa para nadie. Cuando a comienzos de 2016 el actual gobierno anunció sus primeras medidas destinadas el mercado del libro, un grupo de editores se apresuraron a alertar sobre las consecuencias negativas que la aplicación de las mismas podía generar. En ese grupo se destacaba la voz de Damián Ríos. Dos años y medio después, el combativo editor cree que se quedó «corto» en la previsión de los daños que aquellas políticas terminarían provocando. Su opinión de la gestión Cambiemos es clara: «Destruyen todo lo que tocan». «

El rol de Avelluto

Pablo Avelluto es el elegido por Mauricio Macri para ocupar el cargo de ministro de Cultura desde el inicio del gobierno de Cambiemos, a fines de 2015. Su llegada a la cartera fue producto de una exitosa carrera previa como editor, en la que llegó a desempeñarse como director de la filial local de Random House Mondadori, uno de los grupos editoriales más importantes del mundo. Sin embargo hasta el momento su labor no parece haber estado muy atenta ni ser particularmente beneficiosa para el sector. «La gestión de Avelluto pasa sin pena ni gloria, incluso con pasos payasescos, como el caso del stand de la Feria del libro en Bogotá», afirma Damián Ríos. Y aunque acepta que esto tal vez se deba a la falta de un presupuesto que le permita desarrollar acciones concretas, sostiene que tampoco «ha demostrado tener ni imaginación, ni solvencia administrativa», y que ni siquiera «está claro cuál es su idea de cultura», porque «si la tiene, no la demuestra en su gestión». Belaustegui coincide en que la administración actual no le dio «una especial atención al mundo del libro», aunque recuerda que «se continuaron algunas políticas de apoyo, sobre todo para viajes a Ferias del Libro. Pero no mucho más». También menciona la polémica decisión de asociar al fútbol el stand de la Feria de Bogotá, pero reconoce que la excursión a Colombia tuvo «muy buen resultado en convocatoria y venta de libros de autores argentinos». Ríos en cambio es terminante. Dice que la de Avelluto es «una gestión pobre, con una dirección imprecisa, a tono con el resto del Gabinete».