Más preguntas que certezas. Así puede describirse a la estructura sobre la que se encuentra montado el relato de Las poetas visitan a Juana Bignozzi, documental que la cineasta Laura Citarella dirigió junto a la periodista y poeta Mercedes Halfon, que forma parte de la Competencia Argentina del 34° Festival de Cine de Mar del Plata. De hecho la primera incógnita aparece de forma muy temprana y de inmediato se convierte en uno de los ejes sobre los que se organiza la película: ¿es posible narrar la ausencia? ¿Cómo hacerlo? Intentando responder esas preguntas Las poetas visitan a Juana Bignozzi no solo irá avanzando, sino que llegará hasta el final sin resolver el enigma. Pero no se trata de una falla ni de un problema. Desde que Homero escribió La Odisea está claro que ese detalle suele carecer de valor, porque el verdadero tesoro se encuentra en el tránsito, en el recorrido que se genera a partir de la búsqueda. Si se tratara solo de eso podría decirse que la película cumple con su misión.

Juana Bignozzi es uno de los nombres fundamentales de la poesía argentina desde la década de 1960, cuando recién era una poeta joven que publicaba sus primeros libros, hasta la actualidad. Pero además de construir su propia obra, desde los años ‘90 asumió el rol de matriarca para las nuevas generaciones, amparando e impulsando a las sucesivas camadas que a lo largo del tiempo fueron ocupando la eterna categoría de los jóvenes poetas. Con algunos de ellos estableció un vínculo tan estrecho que acabaron convertidos en sus herederos, no solo en un sentido literario, sino en estrictos términos legales. Bignozzi murió en 2015 sin hijos ni familia y decidió legar su herencia a distintos poetas. Entre ellos, nombró como albacea de su obra a Mercedes Halfon. Esta última, algo abrumada por la inmensidad de la tarea –o al menos así se la percibe en algunos tramos del film, aunque tal vez la revelación no sea del todo voluntaria ni planificada- decidió convertir su incertidumbre en película.

La primera parte de Las poetas visitan a Juana Bignozzi muestra a los tres herederos en la compleja tarea de desocupar el departamento de su mentora. La prosaica obligación de vaciar roperos, bibliotecas, cajones y estantes cargados con decenas de figuras con forma de elefantitos que la poeta coleccionaba, no es otra cosa que el anuncio del desafío que Halfon tiene por delante. El resto de la película tendrá su nudo dramático en la deconstrucción de Bignozzi, personaje al que mientras más se lo intenta abrazar, más ajeno se va volviendo. Los objetos íntimos se convertirán para Halfon en la evidencia de que tal vez no conocía tanto a esa mujer a quien la unían el amor y la poesía. Y así Bignozzi se volverá una extraña en las fotografías que comparte con personas que el tiempo y la muerte han convertido en completos desconocidos. ¿Quién fue en realidad Juana Bignozzi? Al llegar a la mitad de la película las protagonistas han llegado al centro de ese laberinto y no tienen idea de cómo salir.

Tal vez por eso Citarella invierte tiempo –quizá demasiado– en interrumpir la continuidad de los testimonios de quienes conocieron a Bignozzi con escenas banales, como cuando ella misma discute con su equipo si hay que sacar de cuadro o no a una maceta. O cuando se entretiene en largas secuencias en las que se la pasa dando indicaciones a Halfon de cómo proceder frente a la cámara. Por otra parte este último recurso revela el artificio del relato cinematográfico, que ni siquiera en un género como el documental, vinculado directamente con la realidad, pierde su carácter de puesta en escena. Una particularidad que la película de Citarella comparte con otras de la productora El Pampero, de la cual la directora es socia junto a sus colegas Alejo Moguillansky y Mariano Llinás.

Superada la mitad de la película, bienvenidos retazos de archivo recuperan la voz y la imagen viva de Bignozzi. Una decisión acertada, porque coloca por un rato a la poeta en ese lugar central que las jóvenes poetas del título insisten en ocupar más de la cuenta. Al mismo tiempo algunos versos y textos sobreimpresos, más la lectura de varios de sus poemas por parte de, entre otros, el actor Luis Ziembrowski, revelan sumariamente un fragmento mínimo de su obra. Suficiente para el cine: quienes quieran conocer más del trabajo poético de Bignozzi deberán esperar a salir de la sala para ir a buscar sus libros. Si la película consigue implantar ese deseo en el espectador habrá cumplido con el más noble de los objetivos.