Una de las grandes posibilidades que ofrece el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba) es la de conocer autores fundamentales poco difundidos en el país. Por ejemplo, la española Marta Sanz, quien presentó aquí su novela Farándula, ganadora del Premio Herralde, en la que el mundo del teatro aparece como metáfora de la sociedad actual, con sus ficciones, actuaciones y ocultamientos. Una novela que habla de la realidad a través de la irrealidad del teatro y que descubre el drama detrás de las pompas de jabón y las luces de los reflectores.

-¿Por qué elegís el mundo del teatro y de los actores para hacer algo que es paródico, irónico y que más allá de ese mundo, representa de algún modo el funcionamiento de la sociedad?

Hubo varias razones para elegir el mundo del teatro. Había razones de índole personal y también de índole contextual e histórica que me hizo pensar que la metáfora del teatro era adecuada. Lo personal tiene que ver con una anécdota de mi vida. Cuando yo era pequeña mi madre estaba en una compañía de actores amateurs y entonces yo experimenté una de las sensaciones más horrendas de mi vida cuando veía a mi madre estudiarse el papel y hacer los ensayos e ir a la marca donde tenía que ir y todas esas cosas. Llegaba el día del estreno y yo temía que olvidara la letra y el resto del universo no viera a mi madre tan maravillosa como la veía yo. Eso me creó una relación traumática con el teatro y no te estoy hablando en broma. Iba al teatro y todo el tiempo pensaba “se van a equivocar”, “se van a equivocar”, “Se van a equivocar”. No era capaz de disfrutar de esa ficción real que ellos proyectaban, sino que estaba metida simplemente en el oficio, en su mundo.

-Es decir que en cierto sentido ese mundo representa un peso para vos.

Sí, y de alguna manera eso tenía que quitármelo de encima. Pero también es verdad que en todas mis novelas tengo un punto un poquito mitómano y siempre está presente el cine, siempre está presente el teatro, siempre está presente el mundo de la cultura porque de algún modo pienso que la cultura es algo trascendente, algo que sirve para construirnos como seres humanos. Por eso los personajes de mis novelas están rodeados de productos y de proyectos culturales que hacen de ellos lo que son, como me ocurre a mí. Además, me parece que el teatro es uno de esos lugares donde aún se producen esos vínculos fuertes entre el espectador y el actor, el espectador y el texto, vínculos que se están perdiendo un poco en la época de la virtualidad, de las redes. En el teatro todavía se produce la presencia , hay algo físico e incluso violento en el que me interesa como metáfora de la escritura que pretendo practicar, que es casi caligráfica, corporal, es casi una escritura a menudo contracturada. En España, en los momentos más duros de la crisis, las pequeñas compañías teatrales independientes fueron las únicas capaces de presentar proyectos imaginativos tanto desde el punto de vista de sus sostenibilidad económica como desde el punto de vista que asumieron para contar cosas que nadie contaba y que ellos se atrevieron a contar.

-¿Por ejemplo?

Por ejemplo, hablaron de corrupción, de personajes políticos españoles que en ese momento eran intocables, hablaron de desahucio, de las cosas que estaban preocupando a la gente. Otra razón muy obvia para elegir el teatro es que el mundo de los actores representa muy bien esa contradicción de ese glamour externo y todo los cuartos oscuros, las desigualdades que están por detrás para poder mantener ese brillo y ese glamour.

-El teatro tiene una teatralidad, valga la redundancia, que es explícita. Pero la teatralidad existe en todos los otros ámbitos de la vida, desde lo más cotidiano a la política. Por eso creo que tu novela va mucho más allá del mundo del teatro.

Sí, creo que has dado en el clavo. Para mí el teatro es la metáfora que me sirve para hablar de la literatura que es el mundo que mejor conozco, pero interponiendo un filtro de distancia para ser verosímil de cara a los receptores. También me sirve por extensión para referirme a la cultura y al cambio cultural de lo analógico a lo digital frente al que no me siento apocalíptica, pero sí llena de incertidumbres respecto de mi propio papel. Farándula es una novela en la que se habla de esos miedos al cambio que a veces pueden ser identificados con lo reaccionario y a veces no. Creo que habla también de los que nos está pasando a todos en este mundo cada vez más globalizado, precarizado, donde todos tenemos más dificultades para llegar a fin de mes, donde tenemos que trabajar en cinco mil oficios diferentes para ir cubriendo los huecos. Eso habla de las máscaras superpuestas que llevamos todos. Además, hablo en forma implícita de la literatura porque creo que los que se dedican al teatro o los que nos dedicamos a la literatura y quienes se dedican a otras actividades artísticas, en realidad estamos desnudándonos y dando una perspectiva autobiográfica que no se identifica de manera exacta con la peripecia vital exacta que hayas tenido a lo largo de tu vida, sino con tus valores, tu ideología, tu visión del mundo, con las cosas que te suscitan preguntas.

-Creo que quienes más usan y abusan de la teatralidad en este momento son los políticos. Tengo la sensación que por lo menos en la Argentina ha ganado un asesor de imagen, de puesta en escena, que una plataforma política. ¿Es así también en España? ¿Cómo ves el mundo político en relación con esa teatralidad?

Estoy de acuerdo contigo y creo que esto es algo que hemos malheredado de las formas de hacer política de los Estados Unidos. Hay una venta publicitaria del discurso político que se vale de las estrategias de la publicidad, de la propaganda para darnos a todos una especie de discurso vacío. Todos los políticos dicen cosas muy similares y lo que se está vendiendo es la corteza, la cáscara. Me interesa muchísimo cuando se analizan los debates en Clinton y Trump porque están pendientes del pelo, de la luz, el movimiento de las manos, si el otro va a traer a la amante. Creo que todo eso nos está contaminando a todos. Muchas veces los políticos en vez de encarnar ideas, se convierte en una especie de marca. Me pareció muy preocupante, por ejemplo, que en España, Podemos, que es una agrupación política novedosa que había puesto y todavía pone muchas esperanzas de transformación y de cambio, presentara su programa electoral haciendo un guiño cómico, pero trascendente desde el punto de vista ideológico, en un catálago de Ikea. Puede haber una burla en esas nuevas formas de hacer política, pero al fin y al cabo, si el medio es el mensaje, tú estás de algún modo abaratando lo que quieres transmitir a los demás. Sí, creo que la teatralidad ha empapado completamente el mundo de la política en un período de la historia en el que se busca malintencionadamente la desideologización de la gente.

-La farándula lo ha invadido todo y puede producir rechazo en algunos pero en la mayoría ejerce una fascinación muy grande, sobre todo desde los ’90 en que por lo menos en Argentina se perdió el sentido de lo que es público y lo que es privado. Y hay algo perverso en esa farandulización de la política porque mientras se habla sobre el vestido de la primera dama o del vestido de novia de la actriz que se casó con el gobernador de Salta, hay gente que se muere de hambre.

-Sí, es exactamente así y no sólo en Argentina. Por eso, uno de los temas fundamentales de esta novela es la confrontación entre la posibilidad de que el arte sea transformador y muestre las zonas oscuras de la realidad y, junto a esto, la posibilidad de que el arte sea una fábrica de sueños que nos haga mirar hacia otro lado cuando están pasando cosas muy feas. Hace años yo era muy estricta y decía que el arte tiene que ser transformador y comprometido. Luego, he suavizado un poquito mi postura porque una vez tuve una conversación con una poeta española mayor que vivió la Guerra Civil cuando era pequeña y que se llama Paca Aguirre, una poeta espléndida. Ella me contó cómo mataron a su padre durante la Guerra Civil, cómo se quedó sola con su hermana y con su madre pasando necesidades en una situación muy difícil. Para ella, el lado farandulero de ciertas propuestas literarias, el lado evasivo fue salvador. Le permitió construir una especie de realidad paralela que ella necesitaba para sobrevivir. Por eso, es verdad que esa farándula parece que quisiera cerrarnos los ojos y alienarnos, pero  puede tener también un lado salvífico para la gente que necesita respirar. En España hay muchos programas de farándula, incluso creo que más que en Argentina. En ellos se habla de las miserias y de las bondades de cantantes como Isabel Pantoja, pero también hay programas que crean especialmente personajes para enseñarnos un lado íntimo hecho a medida de lo que queremos ver. Estoy hablando, por ejemplo, de los personajes del reality show que habitualmente son muchachos que no tienen ni oficios ni beneficios más allá de querer ser populares. No son populares porque sean cantantes o escritores, simplemente son personajes que se crean una ficción, una vida, una intimidad que está pensada para ser vendida. El mundo de la farándula es muy representativo de cómo hemos cambiado en los últimos años el concepto del pudor. Esto está en la novela a través del personaje de Natalia de Miguel que era el personaje del que menos sabía cuando escribía porque yo tengo mucho más que ver con Valeria Falcón o con Ana Urrutia. Al terminar la novela no sabía si Natalia era el personaje más listo o el más tonto. Hoy creo que es el más listo porque es el más resiliente, no tiene que calentarse demasiado la cabeza, sabe que en este mundo vivimos en un permanente elogio de la ignorancia, sabe que la cultura le puede dar un tipo de lucidez dañina y por eso no quiere parecerse a su maestra aunque la respete mucho. Sin duda, era la más lista.

-El desprecio por la cultura está muy impuesto, incluso en gente que se supone de izquierda, pero que piensa la cultura desde la derecha. Intelectual es una palabra que se usa con sentido peyorativo.

Creo que lo que tenemos que hacer las personas que nos dedicamos a oficios culturales es llevar a cabo lo que se llama el elogio de los empollones, que en España son esos niños que estudian muchísimo y que se lo saben siempre todo y que luego se convierten en intelectuales, en ratones de biblioteca. En la medida en que somos más ignorantes, somos más manipulables y nos llevan por donde quieren. Es verdad que la lucidez a veces puede hacer daño, que puede generar malestar frente a las fallas de tu sociedad, pero a la larga eso deriva en que las cosas se puedan cambiar. En este mundo la literatura se convierte en un espacio de resistencia porque propicia un tipo de comprensión lectora, una manera de leer connotativa, profunda, silenciosa que de algún modo contraviene el signo de los tiempos. En el comienzo de la novela Valeria Falcón engancha su tacón en un respiradero del piso y se ve obligada a frenar y ahí tiene una experiencia hipersensorial propia del género de terror y se da cuenta de que todo le hace daño: los olores, las músicas, las cosas que ve. El arranque de la novela es muy significativo de la necesidad de pararse, mirar, observar para no dejarnos arrastrar por inercias terribles.

-En tu novela se hace una obra teatral que deriva de una película. Es como la actuación al cuadrado. Me pareció importante que la obra derivara de una película porque creo que todos estamos marcados por un pensamiento muy hollywoodense o quizá Hollywood supo aprovechar una tendencia que es natural. Lo cierto es que creo que todos pensamos en nosotros mismos en términos dictados por Hollywood: el éxito, el fracaso, el gran amor, el buen vivir.

-Totalmente. Elegí que mis personajes hicieran la adaptación teatral de la película Eva al desnudo que está hablando del mundo del teatro. Es, como dices, la vuelta de tuerca sobre la vuelta de tuerca. Es que en esa película se da algo que también ocurre en Farándula y es el cambio de modelo cultural: el cambio de la actriz teatral de prestigio a la actriz más polivalente, que puede hacer televisión, teatro, cine. Ahí hay un juego de espejo que me interesaba. Pero, por otra parte, hay un leitmotiv que recorre todo mi trabajo como escritora y es esa relación de la realidad con sus representaciones parte de la base de que la cultura no es algo inofensivo, no es baladí, sino que forma parte de nosotros. El cine de Hollywood y algunas películas de la época del destape español sirven para configurar un modelo físico de mujer, pero no sólo se trata del modelo físico, sino de los valores ideológicos cotidianos, las formas de concebir el amor, las expectativas del amor que pueden resultar traumáticas y frustrantes, el modelo de éxito. Ese tipo de productos culturales no son asépticos. Creo que a veces escribo mis libros para contestar a esa naturalización de los valores de los productos culturales que aparentemente no son ideológicos cuando nos están inoculando una ideología dañina un día detrás de otros.

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