Publicado por Anagrama acaba de aparecer el tercero y último tomo de Los diarios de Emilio Renzi, alter ego de Ricardo Piglia. Se trata de Un día en la vida, que estuvo antecedido por Años de formación y Los días felices. Se trata, sin duda, de un monumental legado literario del autor fallecido el 6 de enero de este año. 

El volumen está escandido en tres partes: «Los años de la peste», que abarca de 1976 a 1982 y es la última parte de los diarios; «Un día en la vida», una narración en la que Renzi se convierte en personaje y «Días sin fecha», que reúne anotaciones de los últimos años y que alude tanto a su última clase en Princeton como a la enfermedad que lo llevó a jugar una carrera contra el tiempo para poder ordenar sus diarios.

Precisamente el libro se inicia con la narración que hace Piglia de la enfermedad de Renzi, que es la suya propia, en relación con la literatura. “Habían pasado varios meses, exactamente desde principios de abril de 2014 hasta fines de marzo de 2015, trabajando en sus diarios, aprovechando una dolencia, pasajera según los médicos, que le impedía salir afuera; como decía bromeando Renzi a sus amigos, salir afuera nunca fue una tentación para mí, tampoco me interesa lo que podríamos llamar ir adentro, o estar adentro, porque inevitablemente, les dijo Renzi a sus amigos, uno se pregunta, ¿adentro de qué?, en fin, que gracias a –o a causa de- esa dolencia pasajera había podido por fin dedicar todo su tiempo y toda su energía a revisar, releer, revisitar, sus diarios, de los que había hablado demasiado en otra época, porque siempre estaba tentado –en otra época- de hablar de su vida, aunque no se trataba de eso, sino de hablar de sus cuadernos. Pero no lo hacía, apenas si aludía a esa obra personal, privada y ´confidencial´, aunque muchas veces lo que había escrito en sus cuadernos pasaba, como quien dice, tal cual en sus novelas y ensayos, y en los cuentos y relatos que había escrito a lo largo de los años.”.

 “Pero ahora, aprovechando la dolencia que lo había atacado de pronto, pudo encerrarse en su estudio, dedicado a transcribir los cientos y cientos de páginas escritas con su letra manuscrita en sus cuadernos de tapa de hule. De modo que cuando se sintió afectado por una dolencia misteriosa, cuyos signos eran visibles –por ejemplo, le costaba mover la mano izquierda- pero cuyo diagnóstico era incierto, entonces como decía, dijo Renzi, empezó una tarea interior, hecha adentro, o sea, sin salir a la calle.»  

 Si algo da la medida del escritor que era Piglia, es, entre otras cosas, la capacidad de transformar su propia vida en literatura. Si bien en un diario íntimo como el que llevó toda su vida, de manera automática el narrador adquiere carácter ficcional –no hay forma de contar un suceso sin darle un status literario- Piglia le da una vuelta de tuerca al sacar el “yo” autorreferencial y trasladarlo al yo de un personaje, Emilio Renzi. 

Esta suerte de prólogo, “Sesenta segundos en la realidad” que antecede a la forma del diario propiamente dicha es una conmovedora muestra de su capacidad literaria que logra sacar su propia enfermedad de la esfera íntima y silenciosa para transformarla en literatura. Esto lleva a preguntarse, entre otras cosas, qué es la “realidad” a la que alude el título y dónde se aloja, si en los sucesos de la vida cotidiana o en los relatos que estos sucesos generan. 

El diario propiamente dicho comienza en el mes de enero de 1976 y la primera anotación dice: “Alguien que escribe en un cuaderno alfabético y ordena las emociones, las letras según los sentimientos (qué sintaxis puede resistir el descubrimiento de una pasión?).” La frase parece plasmar la idea fundamental de un posible relato. Este tipo de semillas literarias que Piglia va dejando en el camino seguramente con la idea de volver a ellas en otro momento, conviven con anotaciones que se han convertido con el paso del tiempo en testimonios de época como “Rumores de golpe de Estado, según Rubén, no pasará de esta semana” y anotaciones aparentemente anodinas que, sin embargo, hubiera valorado George Perec, siempre impulsado a convertir todo registro en literatura: “Almuerzo fruta con leche. No empiezo a fumar hasta las dos de la tarde.” 

También figuran anotaciones que forman parte de una teoría literaria personal: “Una forma de trabajar la oralidad en la literatura es evitar las descripciones.”  Los diarios de Emilio Renzi -y su tercera última entrega no es la excepción- muestran de manera incontrovertible que Piglia tuvo una capacidad doble que es bastante poco usual. No sólo fue un narrador, sino también un excelente teórico de la literatura y ambas facetas nunca aparecieron divorciadas. Para él escribir era, a la vez, pensar en la literatura. Fue riguroso como el bisturí de un cirujano al escribir ficción y se alejó del discurso académico rígido y descolorido al hablar de teoría. 

La escritura fue para él una pasión excluyente y la abordó con la misma lucidez y creatividad desde todos los ángulos, si es que tal diversidad existe. Acaso el acto de escribir y pensar la literatura formen, según parece demostrar Piglia, un todo indivisible.