“Mi nombres es Adriana Fernández, nací en Buenos Aires en 1970, ustedes pueden hacer la cuenta si quieren saber mi edad..Trabajo como editora pero me hago un tiempo para escribir cuentos y poemas para chicos. Ese es un tiempo maravilloso. Con mi familia viajo siempre desde Buenos Aires a un pueblo pequeño de La Pampa donde viven mis tíos. También viven muchas historias que me espían como si fueran vecinos curiosos y quieren venirse conmigo a la ciudad. Les deseo un lindo viaje por este libro de cuentos.”

Este texto está escrito en la contratapa de ¿Tiene un libro de brujas? (Editorial Comunicarte). En él la autora Adriana Fernández sintetiza en pocas líneas cuál es su relación con la literatura. Por un lado, es gerente editorial  del Área infantil, Juvenil y Contenidos del Grupo editorial Planeta. Por otro, es una escritora para chicos que acaba de publicar su cuarto libro. Ambas tareas tienen un destinatario común, pero esta vez Adriana elige hablar de su condición de escritora y de su concepción de una escritura que a veces es concebida erróneamente como entretenimiento ñoño, como mero instrumento didáctico o como hermana menor de la literatura destinada a los adultos.

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-¿Cuándo comenzaste a escribir para chicos?

-Cuando nació mi segundo hijo. Estuvo muy mal y estuve muchos meses esperándolo en Neonatología. Hasta ese momento había hecho poesía –comencé a publicar poesía bastante joven- y trabajos académicos, porque era docente en la Universidad de General Sarmiento. Mi jefe fue Eduardo Rinessi, lo que fue un gran lujo. En el 95 comencé a trabajar en Emecé y estuve en el mundo editorial hasta  2001 en que me fui, pero quedé trabajando desde afuera. A los dos años me llamaron para hacerme cargo del área de infantiles.

¿Qué otros libros para chicos publicaste?

-En 2006 publiqué Pato pico chato, luego Clara está en la luna. Ambos, en editorial Una luna. Uno estaba enmarcado en álgebra y otro en astronomía. Más tarde publiqué en Del Naranjo un libro-álbum que se llama El chico nuevo. ¿Tiene un libro de brujas? es mi cuarto libro destinado a los chicos.

-¿De qué forma concebís la literatura infantil?

-Como cualquier literatura, como un trabajo con el lenguaje, como un lenguaje que se mira a sí mismo. Si no hay un lenguaje que se desafía a sí mismo y es sólo connotación, creo que no es literatura. Puede haber otra cosa, como de hecho hay: libro de entretenimiento, grandes historias, pero no literatura. Por supuesto, los editores necesitamos y trabajamos también con otro tipo de libros para chicos, pero la literatura infantil creo que es aquella que prevé un destinatario que en el último tiempo se amplió, por lo que hay libros que los pueden leer los chicos y los grandes. Pequeño editor, por ejemplo, es un sello que hoy miramos todos. Es verdad que los libros se eligen según la edad. Sería difícil que un chico elija, por ejemplo, a Doris Lessing, pero hay material para su edad dentro del campo de lo que es la literatura. Argentina es un país con buenos autores infantiles que generan libros que viajan, como solemos decir los editores, que se leen muy bien también en otros países.

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-¿Cómo surgen en vos las historias?

Creo que me “taladran” interiormente durante años y en algún momento las escribo. A veces estoy escribiendo otra cosa, pero  hay historias paralelas que están dentro de mí durante años. La gestación es muy larga antes de salir al papel, soy una especie de “rumiante” de historias, las proceso durante largo tiempo antes de sacarlas afuera. Pero hay diferentes procesos de escritura. Por ejemplo, Ana María Bovo, que es una narradora oral, escribe luego de haber hablado. Hace poco me preguntaron los chicos de una escuela cómo y cuando escribía. Les dije que cuando podía, generalmente los fines de semana, en pantuflas, con anteojos culo de botella y mate. Allí salen las historias que rumié durante mucho tiempo. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo ahora la vengo rumiando desde hace cinco años.

-Es bueno desmitificar ante los chicos la figura del escritor.

-Sí, yo siempre les explico que es un trabajo.

-¿Recorrés escuelas con tus libros?

-Sí. Hace poco vine de Córdoba, de visitar una  escuela. Para mí es una gran experiencia ir como escritora, porque siempre estoy del otro lado, acompañando a los autores.

-Seguramente las preguntas de los chicos deben ser diferentes de las que hacemos los adultos.

-Sí, el amor fue una de las ideas que ellos habían marcado cuando trabajaron con mi último libro. Hicieron todo un relevamiento de los lugares en que yo reflexionaba sobre el amor. Ellos trabajaron con el cuento “¿Dónde está Centeno?” que habla del amor de pareja, del amor entre los padres, entre los humanos y los perros, el no amor…Siempre voy a las escuelas acompañando, por ejemplo, a Felipe Pigna, pero es distinto ir como escritora. Lo de la escuela de Córdoba me emocionó mucho, porque hacían preguntas muy inteligentes. La experiencia de la devolución que hacen los pibes es muy linda.

-¿Cómo fue el proceso de ilustrar el texto?

-Yo no participé de eso. Le encargaron los dibujos a Leo Frino y entre él y la editora decidieron trabajar a partir de las letras. Lo que hizo fue maravilloso, una construcción con la grafía increíble. Los de la brujita son mis preferidos.

-El cuento de la brujita plantea cuál es el status de la realidad, de la imaginación, cuál es la perdurabilidad de los personajes literarios fuera de los libros…

-Y habla también de las palabras y las cosas. No recuerdo muy claramente cómo surgió, pero creo que fue pensando en algún librero. Los libreros son personas que viven escuchando “¿tenés un libro de esto o de lo otro?”. Se me ocurrió que alguien le pedía a un librero un libro de brujas y él contestaba que no le habían quedado libros de brujas pero que, en cambio, le había quedado una bruja. Si no están a mano las palabras, es posible llevarse la realidad. Me encanta ir a las librerías y ver qué pide la gente y cómo encaran los pedidos los libreros que son los “socios” de los escritores y editores.

Los libreros suelen tener un acopio de anécdotas muy divertidas porque a veces los lectores les piden cosas insólitas.

-Sí y por eso se escriben tantos libros sobre ellos. Cuando comenzaron las librerías de cadena parecía haber un abismo entre los empleados de esas cadenas y los libreros de oficio. Ahora, en las grandes cadenas también hay buenos libreros, de mucho oficio, de muchas lecturas. Por eso me quedo mucho tiempo mirándolos y escuchándolos. Me gusta observar la paciencia que tienen frente a las demandas que les hacemos todos.

-¿Qué autores leías de chica?

-Una vez, hace muchos años, recuerdo que le dije a Angélica Gorodischer si no quería escribir para chicos. Me contestó que la literatura para chicos no existía, que lo que existe es la literatura y que los chicos tienen que leer de todo. Yo no empecé leyendo literatura para chicos. Sí he leído a Alcott, una autora del siglo XIX que leíamos las chicas en ese momento, pero siempre hice lecturas de adultos porque lo que estaba concebido como literatura infantil no me interesaba. Buscaba sin ninguna guía y algo encontraba. Así lo he leído a Vargas Llosa, a Hemingway.

-¿Naciste en una casa donde había libros?

-Nací en una casa de inmigrantes. Mi padre era asturiano y mi madre, catalana. Mi padre se dedicaba a la gastronomía. Supongo que las historias nacen de mi tía que vive en La Pampa. Ella nació aquí, hizo magisterio y luego biología. Tuvo mucha influencia en mí. Siempre la tuve como alguien a seguir. En mi casa, había algunos libros, pero no una gran biblioteca. La biblioteca la fui armando yo un poco a los ponchazos.

-Quizá tuviste la necesidad de tener una lengua propia.

-Sí, mi mamá hablaba catalán con mi tía, aunque mi tía había nacido en Argentina,  y con mis abuelos. Cuando estaba mi papá hablaban en castellano porque él no entendía el catalán. Yo hablaba las dos lenguas, crecí en el bilingüismo.  En el país no hay mucha gente de mi generación que sea hija de inmigrantes, en general, son nietos. Eso me generó la necesidad de ver de qué modo me recortaba y creo que ese recorte lo hice a través de la literatura y mucho antes que la literatura, a través de las ciencias del lenguaje. Yo quise ser lingüista y luego ingresó la literatura.

-¿Y qué pasó con el deseo de ser lingüista?

-Cuando ingresó la literatura, se llevó todo puesto. Cuando leí el Diario de poesía, a los 17 años, ya no quise ser lingüista.

-¿Qué autores para chicos te interesan ahora?

-Me gusta Ana María Shua y, en el ámbito de la poesía y la canción, María Elena Walsh. Silvia Arazi comenzó escribiendo algunas cosas para chicos en Facebook y tiene una de las novelas más exquisitas para chicos, El niño de pocas palabras. Luego, me gustan escritores como Javier Villafañe. No me gusta la literatura para chicos que es condescendiente.

-¿Cómo definirías “literatura condescendiente” en el marco de la literatura infantil?

-Como algunas cosas ñoñas que algunos adultos creen que los chicos necesitan leer. Yo escribo para chicos para contarles qué es ser adulto, no para generar admiración ni compasión por mí. También la escuela cree que sabe lo que un chico necesita leer. La condescendencia se da también en la literatura para adultos. Hay quien cree que tal cosa es lo que deben leer  las mujeres o que tal otra es lo que deben leer los jóvenes. Cuando alguien escribe sin creer que tiene estas respuestas, el producto es diferente.