Curiosamente, la mayor parte e Los destinos invisibles, la última novela que el escritor israelí Eshkol Nevo vino a presentar a la Feria del Libro, transcurre en diversos países de América Latina y la Argentina tiene en ella un protagonismo particular. Cita desde Alberto Gerchunoff, autor de Los gauchos judíos, hasta Julio Cortázar.

La historia abarca dos generaciones y el viaje hacia estas tierras es una oportunidad de búsqueda personal y descubrimiento. Es también un manifiesto antibélico que habla de las heridas invisibles que deja la guerra no solo en aquellos que las protagonizaron, sino también en sus familias y amigos. Indaga, además, además, en la extraña naturaleza del amor.

–Gran parte de tu libro transcurre en América Latina y la Argentina tiene protagonismo en él. ¿Por qué te interesan estos países?

–Mi interés es tanto literario como personal. Desde mi primer viaje a América Latina me sentí muy cómodo. Es como mi segunda casa. Me gusta mucho la lengua española, la música, la cultura, la gente. El ambiente. Me siento tan cómodo que en un momento pensé que podía tener raíces latinas escondidas. Pero no es así. Simplemente es algo del alma, algo que me ocurre sin que exista una razón. Mi primer libro, que escribí en hebreo, es de relatos cortos. En él había un cuento que era sobre un mochilero israelí que viene a América Latina y que no puede olvidar esta tierra, no puede regresar realmente a su casa. Desde este primer cuento cada libro tiene una escena, un recuerdo, algo que sucede en América Latina. En Los destinos invisibles, además de mi interés personal, América Latina aparece también por razones literarias, porque Argentina fue el único lugar en que hubo un proyecto de hacer un territorio judío independiente, las colonias del Barón Hirsch. Cuando al escribir este libro vi que los protagonistas iban a viajar a Argentina, necesité investigar sobre el país.Hace siete años viajé a la Argentina y visité las colonias judías.

–¿Y también estuviste en Perú, Ecuador y Bolivia, que son países de los que hablás en tu novela?

–Sí, estuve en todos esos países. En Bolivia, dos veces, una por el placer de viajar y otra para investigar. En La Paz hay muchísimas cosas que aparecen en la novela. Entre América Latina y yo hay una historia de amor.

–Tu libro es una especie de road movie literario, transcurre siempre en viaje. Creo que los judíos conocen como nadie el tema de la inmigración, que hoy vuelve a plantearse con otros inmigrantes.

–Sí, aunque en este libro la inmigración no es un tema central, que sí es central en otros libros míos, donde planteo el tema y lo desarrollo más. En esta novela creo que el viaje es una oportunidad para tener una perspectiva nueva de la vida personal y de Israel. Los protagonistas, Dori e Inbar, viajan desde Israel y pueden ver su país de otra manera desde afuera, pueden experimentar el camino de su vida personal y también la vida de la patria. En este libro el viaje no es tanto inmigración como oportunidades para tener nuevas perspectivas. El israelí tiene territorio, patria. Supongo que no necesita viajar más, volver a emigrar, pero creo que en el corazón del israelí hay un Judío Errante.

–No digo que el tema de la inmigración sea el principal, pero sí es un tema al que aludís. Uno de tus personajes, incluso, dice que a pesar de todo lo que sufrieron los judíos, en una parte de su país se es muy bienvenido si se es judío pero no si se es un inmigrante africano. El haber pasado por el Holocausto no parece haber sido una vacuna contra el prejuicio.

–En mi país hay muchas tribus y a veces esto es un problema y a veces una oportunidad. Por ejemplo, la música israelí es una mezcla de África, de Polonia, de Estados Unidos. En Israel tengo una escuela de escritura y en el grupo también hay muchas tribus: rusos, gente con raíces africanas, argentinos, y cuando escriben tienen la oportunidad de mostrar estas raíces. Eso es algo enriquecedor, algo interesante. En mi país hay muchos desafíos y también hay racismo, problemas con los árabes e isralíes. Pero para el escritor, Israel es un paraíso porque los conflictos están en la calle, no están escondidos. Hay tribus y hay conflictos todo el tiempo y para la sociedad esta diversidad de colores es una ventaja.

–Creo que en el libro está presente el tema de que un desplazamiento en el espacio es también un desplazamiento interior, como si el viaje significara ir hacia un encuentro con uno mismo.

–Sí, claro, hay una búsqueda interior. Por ejemplo, a Dori no le gusta viajar y nunca había viajado a América Latina, pero necesita buscar a su padre. Tiene esposa, tiene un niño y realmente no entiende su vida. El viaje va a darle oportunidades para entender su vida con otra perspectiva. También va a encontrar a Inbar, una mujer que no es su esposa, y va cambiar sus pensamientos. Su vida es un triángulo formado por él, su esposa y su hijo, y este triángulo es una especie de triángulo de las Bermudas. Hay problemas en ese triángulo y él no lo comprende hasta que no inicia el viaje, conoce a Inbar y va a buscar a su padre. Nuestros padres siempre tienen vidas escondidas y los hijos en su mayoría no podemos descubrirlas. En cambio, Dori sí puede hacerlo, puede acceder a la vida escondida de su padre y eso va a cambiar sus pensamientos.

–¿Es también una novela sobre las heridas invisibles que deja la guerra?

–Estoy muy contento de que me preguntes eso porque no me han preguntado nada acerca de la guerra y para mí esta novela es, fundamentalmente, un libro que está contra la guerra, es absolutamente antiguerra. Aunque se logre sobrevivir a ella, el estrés postraumático que produce un conflicto bélico es inmenso. Eso es lo que le pasa al padre de Dori que estuvo en la guerra de Yom Kipur. Todos los integrantes de la familia de la abuela Lili murieron durante la Segunda Guerra Mundial y en el final del libro está la Segunda Guerra Libanesa. Eso deja muchas heridas que no se ven. Creo que en Argentina pasa lo mismo.

–Sí, muchos sobrevivientes de la Guerra de Malvinas se suicidaron luego de esa guerra infame.

–No conozco lo suficiente sobre la Guerra de Malvinas, pero en mi novela también hay un personaje que se suicida, el hermano de Inbar.

–Y el Ejército prefiere ser cauto, guardar silencio acerca de los motivos por los que puede haberse suicidado.

–Sí. En estos días puedo sentir cuánta tristeza hay en Argentina. Muchos amigos de mis hermanos participaron de la Primera Guerra del Líbano y algo no ha quedado bien en ellos. En Israel ha habido guerras inevitables, pero otras que podrían haberse evitado. El hecho de que tanta gente haya tenido que participar de guerras innecesarias no solo me enoja, sino que me impulsa a escribir sobre eso.

–¿Existen las guerras inevitables, necesarias? ¿Qué es lo que puede justificar un conflicto armado?

–Si sos atacado y te ves afectado por la violencia, no tenés otro remedio que defenderte. Pero antes de responder es necesario estar seguro de que se ha hecho lo necesario para prevenir esa guerra. Creo que actualmente el gobierno de mi país no está haciendo lo suficiente y creo que tampoco las autoridades palestinas están haciendo lo suficiente. Es decir que, si tuviéramos una nueva guerra, no serían guerras inevitables.

–¿Qué habría que hacer para evitarlas?

–No soy un político, pero creo que lo primero que habría que hacer es entender la historia y los miedos del otro lado. No puede haber paz si ninguna de las partes está dispuesta a ceder algo. Los palestinos no van a poder realizar sus aspiraciones máximas y lo mismo pasa del lado israelí.

–¿Cómo fue que elaboraste una historia tan compleja, con tantos personajes, con tantas historias?

–Comencé escribiendo de una forma muy simple: un hijo que va a buscar a su padre. Esa fue la primera idea. Me interesaba hacer un cambio de roles. Generalmente, son los padres los que buscan a los hijos. En este caso era al revés, era el hijo el que salía a buscar a su padre por América Latina. Comencé con una sola historia, la de Dori y su padre, Mani. Lo hice de una manera simple y humilde, pero desde el principio tuve el plan de que Dori se encontrara con una chica israelí, Inbar. Comencé a preguntarme qué era su viaje y empecé a escribir párrafos cortos de su viaje solo para mi uso personal, no para el libro. Pero, para mi sorpresa, comenzó a gustarme más escribir sobre ella que sobre él. Entonces decidí que no era suficiente un solo viaje y que iba a escribir sobre dos viajes. Luego están las charlas entre Inbar y su abuela Lili. Me gusta el hebreo que habla Lili y necesité preguntarme a mí mismo qué era el viaje de la abuela Lili.

–¿Y qué te respondiste?

-Que era el viaje de mi propia abuela desde Polonia a Palestina en 1939 en un barco que se llamaba Tiger Hill y que es famoso en Israel. Entonces son tres viajes, algo bastante complicado para escribir. Luego está el tema de las colonias judías. Escribí 38 borradores de este libro que insumió ocho años de mi vida. Fue una locura. No creo que vuelva a escribir un libro como este hasta que mis hijas cumplan 18 y tengan su propia casa. Lo veo y no lo puedo creer.

–También los recuerdos y las heridas se heredan. ¿Cómo resuena en vos el relato del Holocausto?

–Es interesante porque es algo de lo que en general la gente no habla. Son temas que están silenciados. Mi abuela nunca habló de su viaje en barco. Como está enferma y no puede hablarme, cuando comencé a escribir tuve que hacer investigaciones para saber sobre su viaje. Mi padre fue psicólogo en la Guerra de Yon Kipur del ’73, pero él nunca habla de eso. Siento algo en el aire de la casa, pero no hay diálogo sobre eso. Estaba muy orgulloso de haber estado en la guerra, pero nunca habla de otros temas. A veces la escritura sirve para descubrir, para abrir las puertas cerradas. No se puede vivir en Israel sin palpar la guerra, el terror. El padre de mi esposa escapó de una cárcel de Siria y hasta hoy tiene pesadillas referidas a esa cárcel.

–¿El eco de la guerra nunca se apaga?

–Es cierto, pero hacia el final del libro planteo una utopía que consiste en poder vivir en una tierra sin guerra. «