Luego de dos años de aislamiento, la Feria del Libro volvió a abrir sus puertas y a habilitar el Premio de la Crítica que este año, debido precisamente al tema sanitario,  tuvo carácter triple, ya que se entregaron los correspondientes a 2019, 2020 y 2021.

El de 2019 lo ganó Eugenia Almeida por su libro Inundación (Ediciones DocumentaS/Escénicas). El de 2020 fue para Me acuerdo (Ediciones Godot) de Martín Kohan. El de 2021 para Laura Ramos por su libro Señoritas (Lumen).

Inesperadamente, Almeida viajó a Buenos Aires y mantuvo con Tiempo Argentino un diálogo en medio del bullicio, por momentos ensordecedor, de la Feria. Paradójicamente en medio de un telón de fondo absolutamente ruidoso, la escritora  habló, entre otras cosas, de su necesidad de silencio.  

-¿Qué se siente al recibir en 2022 un premio de un libro publicado en 2019?

Inundación fue muy importante en su momento y con el tiempo fue cambiando bastante como cambiaron muchas cosas por la pandemia. Que el premio llegue ahora fue totalmente inesperado y hace que esté en una situación rara, porque acabo de sacar otro libro, Desarmadero  (Edhasa) y me gusta pensar que ambos dialogan. Este premio me conmovió mucho por venir de la crítica, por venir de un trabajo que yo también hago  y por eso sé lo difícil que es acompañar los libros que uno más quiere. También es un premio que vivo con mucha alegría porque es ese libro y no otro. Es un libro que hicimos con Gabriela Halac y digo “lo hicimos” porque no siempre uno hace el libro con su editor o editora. Es un trabajo hecho desde una provincia con una editorial que yo quiero mucho como es Documentas / Escénicas. Entonces en el libro se juntan muchas cosas. El tema del delay  del premio es raro, pero es una fiesta.

-Tu libro tiene una forma muy particular, porque está escrito siguiendo el orden del alfabeto, aunque hay otros escritores que han transitado esa forma. Creo que el formato  mismo del libro remite a un subgénero que está incluido en Inundación y que es la lista. En este subgénero el sentido se produce por contigüidad y  le debe mucho a George Perec. Además de la lista en su sentido más común, también el orden alfabético es una suerte de lista. ¿Lo pensás así?

-Sí, es una lista muy particular porque ya tiene marcado su final y su inicio. De lo contrario podría ser una lista eterna. No es casual que salga el nombre de George Perec. A mí me gusta mucho la propuesta de Oulipo (Talleres de literatura potencial por su sigla en francés) de jugar con ciertas reglas. Es la primera vez que hago esto y fue muy divertido y una experiencia rara porque yo ya sabía dónde terminaba el libro. Siento que esas reglas, en lugar de constreñir, me dieron más libertad. Así que me tienta la idea de volver a jugar con otro formato, pero con la idea de Oulipo de poner algunas reglas y ver qué sucede después. Hay muchos libros que juegan con el alfabeto e Inundación viene a sumarse a eso. Yo pensé con mucho afecto en un libro de Ida Vitale que se llama Léxico de afinidades. Inundación es un pequeño homenaje a su trabajo.

Paradójicamente, la restricción incentiva la  creatividad.

-Sí, es conmovedor cómo  una restricción es la que da la posibilidad de crear. Yo no lo había experimentado antes. Había leído mucho sobre eso, pero no lo había probado y me parecía que una regla, una constricción era una limitación. Y no, es la condición de posibilidad de algo nuevo.

¿El formato era una idea previa o algo que encontraste en el trabajo?

-Estaba escribiendo un libro que ya lo estaba pensando para Documenta Escénica, que es donde publico mis libros “raros”, que se salen de los que publico con Edhasa que son novelas. Cuando reconozco un cierto tono ya sé que ese libro va a ir para DocumentaS, lo publiquen ellos o no. El libro que estaba escribiendo se iba a llamar Desfiladero, cuando me llegó la invitación de Gabriela Halac de sumarme a la colección «Escribir», que también tiene restricciones, porque es  una colección que tiene una determinada propuesta. Gabriela me explicó cuál era. Me pareció bien y durante un tiempo seguí con los dos proyectos. Desfiladero tenía formato de alfabeto y en un momento me di cuenta de que el libro que iba a hacer para la colección «Escribir» ya era el que estaba escribiendo y que tenía que ver con un alfabeto como matriz de contención.

Vos publicaste un libro de poesía, La boca de la tormenta. Aunque la poesía hoy no tiene formas tan marcadas como, por ejemplo, el soneto, ¿es también una forma de restricción? ¿Cuál?

-Sería muy difícil marcar cuál sería esa restricción. Creo que está en el uso del lenguaje, en el modo de utilizarlo, pero sobre todo en un cierto tono, en algo que tiene que ver con el sonido. Para mí la carga de la poesía está ahí. No importa si es soneto o verso libre, creo que hay un tono, un pulso, un tempo que para mí es poético, incluso cuando uno se enfrenta a una obra que no es poesía. Por ejemplo, La amante inglesa, de Marguerite Duras es un novela, pero el tempo es poético, lo mismo que el modo en que usa el lenguaje, la manera de relacionarse. No sabría cómo definirlo. Es como cuando uno reconoce a un amigo en una multitud, pero si tuviera que describirlo no sabría cómo.

-En vos hay una búsqueda de un alfabeto que tiene que ver con el silencio, con aquello que las palabras no expresan

-Sí, para mí el silencio es el gran desafío y el gran objetivo. Dicho así parece paradójico que me dedique a escribir y a trabajar en radio. En todos mis trabajos trabajo con palabras, pero esa es mi búsqueda. Y no sólo es una búsqueda de mi escritura. La escritura es una herramienta de esa búsqueda. Me viene ahora la palabra “espiritual”, pero la palabra “espiritual” está tan cargada que no sé si es eso lo que quiero decir. Hablo de una búsqueda vital de llegar a  un silencio, de encontrar qué es lo que no está terminado de decir, lo que está en los pliegues, en el “entre”, eso es lo que más me interesa. Incluso si hago una novela policial, para mí lo que se juega no es el argumento, es el espacio que hay entre una cosa y otra y lo que aflora. Podría no volver a escribir nunca y esa búsqueda seguiría. Es algo muy mío. De hecho, la gente que me quiere a mi casa le dice “el monasterio”. Busco el silencio y también la soledad, Me refiero a una soledad muy plena, no a una soledad de haber perdido algo.

-Leí que no te gusta mucho venir a Buenos Aires. Quizá es porque lo que perdés es justamente el silencio.

-Sí Buenos Aires tiene una dimensión tremenda.  Para mí este viaje es muy intenso porque es la primera vez que hago algo social desde marzo de 2020. No he salido ni a comer con amigos. Si pudiera vivir en medio de la montaña, lo haría. Mi deseo para cuando me jubile es ese, irme a una casita en la montaña. Y, por supuesto, bajar algunas veces a la ciudad que tiene cosas hermosas: librerías, cines, cafés …Pero mi ideal es que no haya tanta gente. Ya Córdoba me resulta una ciudad muy grande. Para mi necesidad de silencio casi que un pequeño pueblo es muy grande.

Hoy el silencio parece algo anacrónico. ¿Cómo te llevas, por ejemplo, con el celular?

-Muy mal. Lo tengo que usar por mi trabajo en periodismo, si no fuera por eso, no lo usaría. Siempre lo tengo en silencio o en vibrador. Si ahora vos y yo nos pusiéramos a mirar el celular, no estaríamos acá. Uno está un poco robado de lo que pasa y creo que eso en lugar de enriquecer la experiencia, la empobrece. Siempre estás en otro lado y a medias. Además, es una convocatoria permanente a decir algo, a opinar, a pronunciarse, a estar en las redes, a sacarse una foto. Es una exigencia de una presencia que te roba de vos mismo. Ojalá pudiéramos hacer como antes en que había un teléfono fijo, uno llamaba y si el otro no estaba, no estaba.

-Volviendo al tema de la restricción, ¿la lengua es también una restricción porque te obliga a reducir, a meter en el lenguaje solo lo que entra en él, dejando muchas cosas afuera? ¿No es una especie de premio consuelo a lo que uno quiere expresar?

-“Premio consuelo” está muy bien. Es la definición perfecta. Sí, el lenguaje es siempre una restricción y es el único camino que parece habilitado para el encuentro con los demás. Aún si uno no dice nada, todo se formula a través del lenguaje. Y ahí hay una paradoja, porque, por un lado, hay un empobrecimiento porque la experiencia se pierde en el lenguaje. Por otro, tenemos eso, que es una maravilla, que es un premio consuelo, que es una pata de palo, pero que sirve, que nos sostiene en la actitud de creer que vale la pena ir al encuentro con el otro y mantener esa ficción de que nos entendemos. No sé cómo nos entendemos con el lenguaje. Creo que todos ponemos muy buena voluntad en hacer de cuenta que cuando yo digo silencio digo lo mismo que vos entendés por silencio y más o menos lo vamos llevando. A mí la pregunta de si podemos vivir por fuera del lenguaje me inquieta mucho. He leído a Wittgenstein sin saber filosofía. Me interesa cuando habla de los juegos del lenguaje porque  rompe con la creencia de que las cosas son lo que son. El plantea en qué juego del lenguaje, por ejemplo,  yo aprendí a pedir disculpas o aprendí la palabra amor o miedo. Es maravilloso. Dedicaría la vida a leer eso de lo que debo entender el 5 por ciento porque lo leo de curiosa. Él tenía un bagaje como para acercarse casa vez más a esas preguntas,  pero lo  loco es que solo es posible acercase sin llegar nunca a una respuesta. También hay una filósofa francesa, Simone Weil, mucho más relacionada con lo místico y con la búsqueda de lo espiritual, cuya búsqueda también en tratar de ver qué es el silencio. La poesía de Hugo Mujica ha trabajado mucho con eso. Le envidio poder estar en un convento. Yo me iría con los trapenses que hacen voto de silencio.

-¿Entonces, el lenguaje, lo mismo que el yo, es una cárcel?

-Esto es solo una opinión, pero tengo la sensación de que la cárcel del yo, aunque muy difícil,  es más fácil de romper que la cárcel del lenguaje. Y esto trae una pregunta: ¿qué hay afuera? De la cárcel uno quiere escapar porque hay un afuera. ¿Pero qué hay afuera del lenguaje? ¿Cómo es la percepción de las personas autistas que no tienen acceso al lenguaje? Ahí hay una gran pregunta que me deslumbra y me maravilla. Para pensar estas cosas hace falta silencio. Y para compartirlas con otro hace falta lenguaje.