“Conocí a Evita en un hotel del bajo”, dice el narrador de Evita vive (1989), al comienzo del relato de Néstor Perlongher. Con esta frase, la líder espiritual del pueblo inicia un recorrido por los márgenes, la prostitución, la homosexualidad y las drogas. “Evita vive”, esa consigna tantas veces enarbolada con complementos míticos (Evita vive en las manifestaciones populares, en el corazón del pueblo, etc.) se corporiza en la compañía de maricas y reventados. Esta y otras producciones artísticas juegan con la reapropiación de su figura y de las frases mitológicas o lemas políticos que la acompañaron. Tiempo Argentino conversó con Silvia Delfino, licenciada en Letras y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires e investigadora sobre temas de género y LGBT y educación en contextos de encierro. Además de su extenso recorrido académico, Delfino tiene una larga trayectoria de militancia en el peronismo y en el movimiento LGBT.

En 1970, cuando fue el ajusticiamiento de Aramburu, Silvia tenía 15 años. Y si bien todos los años volvía a leer la declaración de cómo había sido la operación que dio lugar al movimiento político en el que militó, recién en el ´94 después de ir a su primera marcha del orgullo, comprendió lo que significaba, en esa acción, la desaparición del cuerpo de Evita en 1955. “Esa marcha del orgullo era indisociable de las luchas contra la represión, la tortura y la desaparición planificadas en nuestra historia para proscribir toda forma de resistencia política”, dice en diálogo con Tiempo Argentino.

Por eso, de cara al presente, le resulta “muy interpelante y conmovedora” esta reapropiación por parte de la comunidad LGBT que se está haciendo de Evita. “A través de su figura, y teniendo en cuenta el desarrollo de los movimientos LGBT en América Latina especialmente en los últimos 30 años, se unen diversas tradiciones políticas. No se trata de una apropiación simple, tiene que ver con recorridos que son articulados de manera muy situada con el presente. Hay un trabajo de elaboración a partir de distintas experiencias, formas de organización y movilización que tienen su propia tradición popular. Por ejemplo, mientras para mi generación en la figura de Evita hay una inversión, una respuesta y una réplica a la injuria del menosprecio, la exclusión, el vasallaje y la proscripción, en la trayectoria de los movimientos de resistencia al cisheteropatriarcado obligatorio eso está ligado a la discriminación y la persecución policial a formas de sexualidad no heteronormativas. Hay una operación de transformación reflexiva: la violencia simbólica y física explícita que ella recibió es reformulada a través de narrativas de desobediencia que la tienen ya no como ícono o como doctrina, sino como fuente, como usina de formas de resistencia. En ella se articulan tradiciones que tienen que ver con el modo en que produjo formas de movilización a través de esa compleja relación entre la exclusión y la proscripción política. Evita representa en su historia, en todas las narrativas y también en su modo de convocatoria y de movilización, la figura que puede articular esas experiencias”, explica Delfino.

El trabajo de reapropiación de su figura viene a poner sobre la escena que la exploración de los cuerpos y el erotismo es una de las formas de resistencia: “las distintas apropiaciones de estilos a partir de la imagen de Evita nos muestran, fundamentalmente, diferentes experiencias de la corporalidad. El amplio espectro de todos los estilos que podríamos vivir a través de imágenes y fotografías, pero también de los relatos sobre sus modos de relación y de organización, hoy aparece bajo las formas de una exploración. La imagen de Evita besándose con Cristina es la que nos sostiene contra el neoliberalismo. Esa intervención tiene un montón de aristas de exploración: como cita que recupera una inscripción en líderes del mundo, como trabajo con los materiales culturales. Las nuevas generaciones, cada vez que producen una acción, una convocatoria o un texto, o intervienen en la elaboración de políticas públicas, siguen explorando la figura de Evita: la multiplican, la diversifican, la convierten en realidad en una interpelación a la movilización y a la politización de los cuerpos en términos de erotismo. Esto no pertenece solo a la tradición de Evita, pertenece a la tradición LGBTI de la Argentina; entonces, ahí se unieron, confluyeron distintas formas de organización política. La Evita que mi generación llevaba en su bandera era la Evita del pelo suelto, la camisa abierta, la chaqueta casi masculina mirando al horizonte, mirando al futuro. Sin duda ese estilo, que para nosotros era la quintaescencia de la militancia, viene a recuperar sus modos de hacer política, pero también lo que hace algunos años llamamos performatividad, un modo de inscripción en lo público que no dejaba ni un espacio de la vida social sin intervención”, señala Delfino.

Evita desde el encierro

Silvia Delfino es una de las fundadoras de los talleres de género en contextos de encierro del Programa de Extensión en Cárceles (PEC) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. A través de su recorrido en el programa, comenzó un proceso de desnaturalización de su relato con respecto a la figura de Evita. “Les estudiantes del PEC tienen realidades y trayectorias de vida complejas, muches de elles son personas migrantes privadas de su libertad a través de las formas específicas del capitalismo y del neoliberalismo, y en ese grupo de personas migrantes, también hay personas trans y travestis. Una de las experiencias más conmovedoras es que la figura de Evita para las personas migrantes en situación de encierro es un modo de ingreso a la historia política de nuestro país. Entonces, en vez de ser un personaje de una historia política narrada desde un punto de vista heterocispatriarcal clásico que tendríamos que reponer, responder y criticar, Evita es la encarnación de lo político vivida desde las formas en que se vive en el pabellón, en el espacio de trabajo, en la escuela o la universidad en contextos de encierro. Todas esas múltiples imágenes, la imagen queer de Evita implica un modo de ingreso a la política de nuestro país. En las cárceles argentinas se vive el racismo, la discriminación y el heterosexismo de la cultura judicial y policial de una manera inédita. A mí me resulta muy conmovedor que la figura de Evita, en todas sus performatividades y encarnaciones, sea el ingreso a la política en nuestro país, porque junto con este modo de vivir la desigualdad, la exclusión, la discriminación y la proscripción por la disidencia sexual, aparece la concepción de los derechos, la resistencia y la producción de proyectos colectivos. Allí hay una resistencia abierta a futuro, que implica el repertorio que Evita nos enseñó y la posibilidad de reformularlo en el presente. Evita nos enseñó que ese modo de usar el espacio público, de vestirse, de enfrentar odios e injurias, de interpelar a las formas de obediencia y a las formas de liderazgo desde la organización colectiva, era un modo de resistencia abierto a la exploración”, finaliza Delfino.