«A doscientos seis años de su ‘misteriosa muerte’, Mariano Moreno sigue siendo un personaje histórico incómodo. Fue alejado prolijamente del panteón oficial, mencionado apenas como abogado y homenajeado a medias el día del periodista. Los aniversarios de su nacimiento (23 de septiembre) y su muerte (4 de marzo) pasan inadvertidos para la mayoría de los argentinos de hoy, la gente del futuro para Moreno, que tanto hizo por nosotros sin conocernos.» Así comienza La vida por la patria. Una biografía de Mariano Moreno (Planeta) recientemente publicada por Felipe Pigna. A través de sus páginas se va conociendo en profundidad a una figura histórica que para muchos tiene la dimensión plana de los manuales escolares y la revista Billiken ya que no siempre se cuestionan los estereotipos adquiridos en la infancia. 

Como dice el propio Pigna, a Moreno le bastaron siete meses de gestión pública para ser Moreno. Le alcanzaron, además, sólo 32 años de vida para trazar un modelo de país que hoy sigue irritando al poder real. Esta biografía viene a decir lo que suele silenciarse y lo que basta para entender que en su asesinato no hay misterio alguno, aunque no todos los culpables puedan mencionarse con nombre y apellido. 

–Quienes consideran a Moreno un porteñista unitario lo alaban, mientras que otros lo consideran un petardista. ¿Cuál es tu visión?

–Creo que era alguien muy acertado porque lo que decía es aplicable a la actualidad y eso molesta al poder. Lo de unitario es curioso, porque no lo era en absoluto. Era una persona preocupada porque se creara un Poder Legislativo integrado por las provincias, porque se dictara una Constitución. Hablaba del federalismo de manera elogiosa, mientras que Saavedra jamás menciona la palabra federación y era una persona muy poco dada a la escritura, con poca preparación política, un militar de acción. Es curioso que aún se insista en esas dos líneas: que de Saavedra sale el federalismo y de Moreno, el unitarismo, porque el saavedrismo completo luego se integra al bloque de Rivadavia, a los unitarios rivadavianos, mientras mucha gente que está con Moreno pasa a ser del bando federal. Es un equívoco malintencionado porque la idea es ponerlo en la misma línea que Rivadavia. Saavedra lo único que quería era cambiar las figuritas y que todo quedara igual, que gobernaran los criollos y no los españoles porque era una manera de controlar al Estado. 

–Es curioso que Moreno promoviera la división de poderes hace más de 200 años y hoy ese reclamo esté cuestionado de hecho con una Justicia que no es independiente. 

–Sí, lo curioso es que supuestamente este es un gobierno de liberales y que esa división es una regla de oro del liberalismo clásico, de la época en que liberalismo no era una mala palabra y no tenía connotaciones como las que tuvo en Argentina a partir de Alsogaray, Martínez de Hoz, Krieger Vasena o Cavallo. Estamos hablando del liberalismo que pedía división de poderes, libertades individuales, libertad de imprenta, es decir, los ideales de la Revolución Francesa o de la Revolución Norteamericana. La división de poderes para Moreno era una obsesión, por eso acusarlo de unitario es absurdo, porque lo que quería era que las provincias estuvieran representadas en ese Congreso, pero que fueran un Poder Legislativo, no que se incorporaran los diputados a la Junta, que es lo que termina pasando por una maniobra que hacen el Deán Funes y Saavedra. Saavedra no era un cuadro y estaba ahí porque tenía el poder de las armas, el verdadero cuadro de la derecha de la Revolución era el Deán Funes, el gran enemigo de Moreno. Y cuando hablamos de derecha o izquierda no estamos haciendo ninguna ucronía o anacronismo porque esos términos en 1810 tienen 20 años, vienen de la Revolución Francesa. La derecha estaba representada por Azcuénaga, Saavedra y Funes. La izquierda, por Moreno, Castelli y Belgrano. Hay algo que habla muy bien de Belgrano. Es un hombre mayor que Moreno y con mucha más trayectoria política y, sin embargo, se define como morenista elogiando a ese muchachito que tenía 31 años cuando asume su cargo en la Junta en mayo de 1810.

–Te escuché decir que Belgrano sostenía que no había que exportar cuero, sino zapatos para que esa materia prima tuviera un valor agregado. Es increíble la vigencia que ese planteo tiene hoy. 

–Exactamente, y es más, lo de Belgrano es muy anterior a la Revolución. Es de cuando él está en el Consulado imaginando un país para el que faltaba mucho. En las memorias del Consulado que escribía, y que son un verdadero proyecto de país, dice que los países civilizados se cuidan de no exportar materia prima sin antes transformarla localmente. Y luego, para concluir de una manera didáctica dice «no exportemos cueros, exportemos zapatos». Este concepto está presente en ese documento tan importante que redacta Moreno con la ayuda de Belgrano que es La representación de los hacendados, habitualmente muy mal leído a propósito como un manifiesto del libre cambio en la Argentina y no es así. 

–¿Y cómo es?

–Primero habría que detenerse en el título. Los hacendados son los productores de ganado que quieren exportar. La gran preocupación de Moreno, que defiende a esos sectores, que en definitiva era la única industria que tenía el Río de La Plata en ese momento, era la posibilidad de cuidar la exportación. Incluso en ese escrito hay artículos de protección de los productos locales con un arancel que va del 20 al 30 por ciento que no se citan habitualmente. En ese documento hay mucho de Belgrano, citas de Adam Smith, de Filanghieri, de grandes economistas. Ese texto lo coloca a Moreno en un lugar muy importante de la política local.

–En tu libro contás que nace en un hogar pobre y se las arregla solo para tener una formación. 

–Sí. Él es hijo de una familia encabezada por un burócrata colonial con un sueldo muy bajo y muchos hijos, por lo que su hogar era pobre al punto tal que cuando él va al Colegio de San Carlos, lo hace en calidad de oyente porque no podía pagar. Sus buenas calificaciones logran que termine siendo un alumno regular. Por ser un joven tan destacado y tan lector, Fray Cayetano Rodríguez lo ayuda a ir a Chuquisaca a estudiar mandándolo a la casa del obispo Matías Terrazas, donde hay una biblioteca fantástica. La historia parece una novela porque hay un viaje iniciático. En el recorrido de Buenos Aires a Chuquisaca es donde él ve el país profundo, la pobreza, y hace una radiografía de ese territorio. Cuando llega a Chuquisaca, esa ciudad universitaria para él tan anhelada, se encuentra con una biblioteca de 6000 volúmenes donde hay libros Rousseau, Voltaire, Montesquieu… porque cuando los incautaba la Inquisición, Terrazas en vez de quemarlos se los quedaba él. Así, Moreno accede a una serie de libros que estaban prohibidos. Es allí donde cambia su vocación y en vez de ser sacerdote decide ser abogado. También contribuye a este cambio el clima revolucionario que se vivía en Chuquisaca, muy cercano a Potosí, con todo el conflicto minero, con el tema de la explotación indígena, al punto tal que su tesis doctoral va a tener que ver con la explotación de los aborígenes en las minas, incluidos las mujeres y los niños.

–Esto nos trae al presente.

–Sí, todavía hay sobre el indígena una carga negativa. Y en 1802, cuando él presenta su tesis doctoral, había que atreverse a defender a los aborígenes. Él hace un alegato tremendo en contra de la Conquista hablando de rapiña, de seres que no habían hecho otro mal que tener una tierra rica y fértil, y que por eso fueron sometidos. Con esa tesis se recibió de abogado y sus primeros clientes van a ser indígenas de la zona. Así comienza la persecución contra él y por eso decide irse con su mujer, María Guadalupe Cuenca, a quien conoce de una manera que también parece de novela. Yo digo que es «amor a segunda vista» porque él ve su retrato en la pintura de un camafeo en una tienda de Chuquisaca, pregunta si esa mujer existe o es una fantasía del artista y luego la busca hasta encontrarla. El flechazo fue mutuo, se casan y tienen un hijo, Marianito. Vienen a Buenos Aires y el padre le consigue un trabajo en el Cabildo donde, como abogado particular, se dedica a defender siempre causas perdidas de gente a la que nadie quiere defender, viudas a las que no les pagaban las pensiones, afroargentinos a los que no ascienden en el Regimiento de Pardos y Morenos. Fue el abogado de los indefensos. 

–También por eso fue un perseguido.

–Sí, en ese barco al que se subió para realizar una misión imposible, ver si Inglaterra estaría dispuesta a reconocer nuestra independencia y comprar armas, hay una trama que no terminamos de develar pero que tiene que ver con su muerte, con ese capitán misterioso, George Stephenson, al que tanto Tomás Guido como Manuel Moreno  definen como un ser perverso y criminal. Los dos testigos presenciales coinciden en que Moreno fue envenenado con un emético que en dosis altas se transforma en un veneno parecido al arsénico. Ambos concuerdan en que el capitán esperó el momento de encontrarlo solo para administrarle ese emético. Lo que es más difícil es saber qué había detrás de todo eso. Sí es posible deducir que había complicidad con Gran Bretaña porque Stephenson desaparece para siempre.

–Su mujer, Guadalupe, dice en una de sus cartas que Agrelo dijo que Moreno no iba a beber nunca más las aguas del Río de la Plata. 

–Sí, y Saavedra, en una carta que le manda a Chiclana dice: «Desapareció ese demonio del infierno, terminó el reinado de Robespierre». Mariano hijo cuenta que su madre, Guadalupe, antes de que Moreno se embarcara, había recibido un traje de viuda y un abanico negro con un cartel que decía que pronto lo iba a necesitar porque iba a ser viuda. Hay también otros testimonios que se recogieron en 1813 cuando la Asamblea hace juicio de residencia que era un juicio a todos los gobiernos que estuvieron entre el 10 y el 13. La acusación concreta es contra Saavedra. Curiosamente, no es declarado culpable, pero tampoco inocente. Una de las acusaciones es el crimen de Mariano Moreno. 

–A Moreno se lo acusó del fusilamiento de Liniers.

–Una acusación totalmente injusta porque el fusilamiento fue una decisión de toda la Junta y, como dice uno de los historiadores más liberales y clásicos de la historia argentina como es Ricardo Levene, ese fusilamiento no es un acto terrorista, sino preventivo, porque de haber dejado libre a Liniers y a sus cómplices, la Revolución «habría muerto en la cuna».

–¿Fue una revolución traicionada?

–Sí, fue una revolución traicionada, trunca, porque lo que hacía Moreno era muy importante: implementar un sueldo y una jubilación docente, la creación de la Biblioteca y de la Gaceta donde va a publicar El contrato social por entregas y va a obligar a leerlo en voz alta en los cuarteles para que lo escuchen los hombres, y los domingos, en la iglesia, para que lo escuchen las mujeres, dado que en Buenos Aires había un gran porcentaje de analfabetos. Desde el púlpito, el cura leyendo a Rousseau parece una escena de Buñuel. Luego está lo que hace Castelli en el Alto Perú a instancias de Moreno: terminar con la Inquisición, repartir la tierra entre los indígenas, poner fin a los regímenes esclavistas… El Reino Unido, por su parte, emite alarmas a través de su embajador en Río de Janeiro, Lord Strangford, que dice que la Revolución se está yendo de madre, que Inglaterra nunca va a avalar esa metodología. Toda esa acción revolucionaria es la que el poder no soporta. «