Gustave Flaubert, el autor de Madame Bovary, vivió en el siglo XIX, más precisamente entre los años 1821 y 1880. Aunque todavía no existía la computadora, él la anticipó sometiendo sus escritos a un largo proceso de copy –paste  artesanal. En efecto, dicen que su obsesión por la precisión de la prosa lo llevaba a escribir en finas tiras de papel palabras o frases que pegaba sobre las que no lo conformaban. Su obsesión, que lo impulsaba a seguir pegando papelitos sobre las que ya había pegado, terminaba por convertir sus textos en verdaderos collages.

Por suerte, no fue capaz de anticipar el mail. De haberlo hecho, la posteridad se habría visto privada de sus cartas, que no sólo revelan sus criterios literarios, sino también sus intimidades.

Mardulce acaba de publicar parte de su espistolario, Correspondencia teórica. Cartas sobre problemas literarios, con selección y traducción de Damián Tabarovsky.

Las cartas seleccionadas están dirigidas, en su mayoría, a su amante Louise Colet. Pero también las hay enviadas a Saint-Beuve, Charles Baudelaire, George Sand e Iván Turguénev, entre otros.

Si sus libros son una muestra de su talento literario, su epistolario revela su talento teórico nacido no como mera especulación del pensamiento en el vacío, sino como consecuencia de la práctica misma de la escritura. Claro que tampoco faltan los ingredientes que, al desnudar la intimidad, convierten al lector en voyeur de su vida sexual. “ (…) no puedo ocultarte -le escribe a Colet- que la llegada del inglés (se refiere a la menstruación) ha sido una gran alegría. Que el dios del coito haga que nunca más pase por tanta angustia.”

A través de sus cartas, es posible saber qué piensa mientras escribe o después de hacerlo, cómo concibe una novela, cuál es la importancia que le da a la forma, de qué manera entabla su encarnizada lucha con las palabras…Leer sus cartas, en fin, es ver a un Flaubert que aún no era el Flaubert que sería con el tiempo, un Flaubert en plena construcción, que no ha leído el diario del lunes y que ignora, por lo tanto, que su destino será la gloria.  «