La mañana del 10 de enero de 2011, cuando en la tranquilidad de una quinta la escritora Gabriela Massuh se preparaba para trabajar en su segunda novela, una noticia que escuchó por la radio quebró definitivamente el orden de su día y modificó de manera decisiva su vida: había muerto María Elena Walsh. Para la mayoría era una figura insoslayable de la cultura nacional, la mujer que compuso y cantó las canciones infantiles que atravesaron varias generaciones, la que ironizó sobre los ejecutivos, la poeta, la juglar que cantó con Leda Valladares folklore argentino y viejos romances españoles, la que celebró el «verano con jazmines» y «el escándalo de sol» de su tierra, la que le dedicó a Evita el poema más conmovedor, la que se animó a escribir Argentina, país jardín de infantes… Para Gabriela había sido, además, la persona que había conocido en París, donde su padre era embajador mientras ella hacía su doctorado en Alemania, su amiga, su punto de referencia, su amor, su faro.

En 1981, cuando a María Elena se le diagnosticó un cáncer de médula, Gabriela pensó que una forma de rescatarla de la agresión de la quimioterapia y los rayos era entrevistarla para que contara su vida. Esas entrevistas, que se extendieron por seis meses y que la propia entrevistada leyó, aprobó y en las que marcó mínimas modificaciones, salen ahora a la luz en Nací para ser breve, editado por Sudamericana.

–¿Por qué tardaste tanto en editar? 

–No me sentía a la altura del personaje. Había salido el libro de Alicia Dujovne sobre María Elena, que está muy bien escrito. Para mí está muy logrado, pero a María Elena no terminaba de gustarle y ahora comprendo por qué. Por un lado, Alicia la enfrenta mucho y, por otro, se nota que María Elena no tenía ganas de hablar. Eso está mejorado por la pericia de Alicia, pero es muy franca respecto de que María Elena no tenía ganas de contestar o de admitir algunas cosas como, por ejemplo, elogios. Cuando terminé la entrevista, tendría que haberle dado un formato, pero en ese momento no me sentía escritora. Tenía 31 o 32 años, salía de un ámbito académico y comenzaba a trabajar en periodismo. Cuando volví a leer la entrevista para entregársela a mi editora, Ana Laura Pérez, de Random, me pareció muy buena, no podía creer que no la hubiera publicado, porque allí estaba la voz de María Elena. Es un reportaje bastante sofisticado en el que cuenta cosas que jamás había contado, por ejemplo, todos sus meandros interiores cuando cambiaba de género literario, cómo iba dejando la poesía. Juan Ramón Jiménez era un personaje muy inhibitorio para ella y eso se sabía. Pero en el momento del reportaje ella tenía 52 años y se veía en retrospectiva como una persona tan insegura como yo en el momento de hacer el reportaje. Otro motivo de la demora en publicar es que uno tiene que matar a los padres para escribir. Eso me pasó con mi padre cuando publiqué mi primera novela y tal vez la pobre María Elena tuvo que morirse para que yo pudiera hacerle de corazón un homenaje. 

–Conocerla tanto era algo positivo para la entrevista porque ella era una persona más bien distante.

–Era tímida. Creo que un elemento que jugó a favor fue que María Elena sentía necesidad de dejar un legado. Ya antes de enfermarse me dio todos sus libros, me dio primeras ediciones, me regaló sus propios poemas manuscritos, su música, originales. Por ejemplo, ella había corregido el libro de Alicia Dujovne y me dio el original que fue a imprenta. Enterarse de que tenía cáncer de médula fue un cimbronazo durísimo. No se podía suponer que iba a vivir 30 años más. 

–¿Cómo se desarrollaron esas charlas?

–Yo me preparaba mucho, hacía un esquema de las preguntas. Creo que para ella fue un paliativo para su enfermedad y que incidió en su recuperación porque a través de las charlas ella se puso en contacto otra vez con su vida. En el medio estuvo la quimioterapia, el acelerador lineal. Creo que aceptar las entrevistas fue una actitud muy generosa de su parte, de mucha amistad y confianza. 

–Me pareció muy valiente que hablaras de tu padre, Víctor Massuh, embajador durante la última dictadura, y que pusieras en claro tu conflicto con él. María Elena te decía que era tu padre, no tu marido, por lo tanto no era alguien que habías elegido. 

–Mi padre vivió la relación que yo tenía con María Elena con enormes celos, con reacciones muy negativas. Pero eso no era lo importante, sino la relación que yo tenía con él como intelectual en un momento tan difícil para la Argentina. Tenía muchas discusiones con él de las que hacía partícipe a María Elena y, aunque ella me ayudó mucho a admitir que lo quiero, el conflicto con mi padre es algo que no puedo terminar de resolver interiormente. 

–Es que no es fácil.

–No, no es fácil. Tener que hacerme cargo del legado de sus libros fue terrible porque me di cuenta de que él había trabajado para una posteridad que no fue tal. En los libros anteriores al momento en que se vuelca a apoyar tan intensa y orgullosamente la dictadura militar, había un trabajo sobre la mística que era muy filosófico, en libros como La libertad y la violencia ya se nota que es un pensador de derecha. Su adhesión a la no violencia es muy paradójica porque la ve de un solo lado. Es un conservador de derecha y no un liberal como yo creía en una época. Irme a Alemania y participar desde otro país de lo que estaba pasando en la Argentina, de lo que él hacía como embajador que era muy prestigioso en el país de entonces, me fue corriendo hacia la izquierda cada vez más y ahora estoy en las antípodas de ese pensamiento. Me sigo peleando con él aunque ya no esté y a veces pienso que tendría que haber sido más frontal. Al mismo tiempo, me duele la falta de reconocimiento de sus primeros libros y de todo su desarrollo de la mística negativa. Fue muy bueno todo lo que hizo hasta que fue designado embajador. Todo lo demás fue muy mediocre.

–¿María Elena influyó mucho en tu vida?

–Sí, tuvo mucho que ver con el hecho de que yo volviera al país. Para mí ella era un emblema de un país integrado, el país del jacarandá, de la vaca de Humahuaca, del chico que piensa en inglés. No era del país de lo que pasaba en ese momento, ni de lo que está pasando también ahora, que es tremendo. El país de hoy no le hubiera gustado nada. 

–¿Cómo creés que reaccionaría?

–Haciendo un análisis del lenguaje de los medios, así como hizo un análisis del poder y de la goma de borrar en la cabeza en Desventuras en el país jardín de infantes. Creo que analizaría este lenguaje mal llamado posverdad, tan de marketing, tan evangelista, tan mediático-religioso, tan del vamos juntos y podemos. 

–Yo no conocía tanto de sus años en París junto a Leda Valladares, su participación en los cabarets parisinos…

–Sí, ella a París la llamaba la Universidad. Hay algo que es clave y es que, como ella misma lo decía, era muy profesional. Sabía para qué público estaba cantando y se manejaba sin hacer ninguna concesión haciendo valer algo que la caracteriza mucho, que es su autenticidad. Era una mujer sumamente auténtica, sin ninguna claudicación. Sabía muy bien cómo darle al público lo que quería dar y creo que esa fue la clave del éxito que tuvo junto a Leda en París. Ella abandona el ámbito del music hall, del café concert cuando se da cuenta de que estaba cambiando. 

–Estamos hablando de la década del ’50.

–Sí, del ’50, del mundo existencialista, del París de la posguerra, de los sótanos.

–Trabajó mucho para televisión cuando la conoció a María Herminia Avellaneda.

–Sí, hasta escribió un guión para un teleteatro que luego no se dio. Hacía los guiones para Buenos días, Pinky. Una amiga me contó que Pinky dijo que nunca nadie había escrito para televisión cosas tan buenas y tan inteligentes como ella. A María Elena eso le gustaba mucho porque le gustaba enfrentar desafíos. 

–Sorprende el sentido de lo popular que tenía.

–Creo que viene de Juan Ramón. A través de ese andaluz empedernido, como lo llama, entra en la raíz más profunda de lo popular, que es la música. Las formas de Bach vienen de las sarabandas, de las cigues, de las danzas populares. Además María Elena tenía libros de coplas anónimas, de coplas firmadas, libros valiosísimos que ella devoraba. 

–¿Cuál era su relación con el peronismo? Creo que era antiperonista, pero sin embargo no hay poema dedicado a Eva Perón más conmovedor que el de María Elena.

–Ella admiraba de Eva el feminismo y le decía «Evita», lo cual indica que no era para nada gorila. En su generación llamarla así era estar a favor. Fue antiperonista como reacción a un gobierno autoritario, a la obligación del luto, a las prohibiciones y censuras. Pero ella reconocía que había reformas sociales que no se habían adoptado antes del peronismo, la conciencia de la clase obrera, el voto femenino, los planes sociales, la aparición de una clase que no había tenido voz. Me animo a decir que no era antiperonista. Creo que su posición política era la de un progresismo liberal. Tampoco le pesqué nunca nada anti K, incluso tenía una foto que le había sacado Sara con Néstor y Cristina. Una vez le pregunté qué hacía en esa foto y me contestó: «¿Por qué no?».

–Ella dijo que Sara Facio era su gran amor. Fue muy valiente en un momento en que había mucho prejuicio con la homosexualidad. ¿Fue socialmente para ella un problema?

–En absoluto. Lo manejó con muchísimo pudor y honestidad. Se sabía que María Elena era lesbiana, pero eso no fue un obstáculo para que se convirtiera en una persona tan importante en la formación de los chicos y que fuera admitida por generaciones y generaciones de madres y familias. Ella decía que la clase media argentina era muy abierta.

–¿Se enamoró de vos?

–Sí, está escrito en el poema que reproduzco en el libro.

–A mí no me quedó claro si era un enamoramiento o hubo algo más.

–Claro que hubo algo más. En eso el poema me parece explícito, es muy bello y nada platónico. Tuvimos una relación. 

–¿Esa relación amorosa se cortó en algún momento?

–Sí, pero nunca dejó de ser muy cariñosa. Sara siempre nos juntó porque era muy generosa, siempre me invitó a los cumpleaños. Yo me alejé un poco, luego tuve otras parejas pero siempre estuvimos cerca y Sara nunca sintió celos. Fue siempre la persona más amorosa con María Elena. 

Conflictos de familia

–¿Había un conflicto entre María y su hermana? Su padre hacía música con su hermana, no con ella, aunque la que terminó siendo artista fue ella.

–Sí, había un conflicto. Su hermana fue profesora de piano y siempre vivió en Ramos Mejía. María Elena la ayudaba mucho, le compró la casa en que vivía. La hermana la visitaba, pero no había mucha fraternidad entre ellas. María Elena era mucho más amable conmigo que con su hermana. Su padre y su hermana encarnaban la perfección, hablaban en inglés, tocaban el piano. María Elena hablaba en inglés con mucho acento castellano a propósito, aunque sabía hacerlo perfectamente bien. Hablaba de esa forma con su padre porque ella sentía que había un menosprecio hacia la madre. Su madre no participaba de esas charlas ni de la música. María Elena se limitaba a hacer zapateo americano, a cantar pero igual creo que estaba muy estimulada por ese clima de la casa, donde se escuchaba mucha radio y se iba al Colón. 

–¿Su hermana murió antes que ella?

–Sí.

–¿De qué hablaban entre ellas?

–De gatos y de plantas. A las dos les gustaban mucho los gatos. 

–¿Y con vos de qué hablaba?

–Sobre todo, de libros. 

-¿Era muy lectora?

–Sí, y te entusiasmaba.

–¿Qué leía?

–De todo, desde Foucault a Libertada Demitrópulos, Tamara Kamenszain, Doris Lessing, Susan Sontag, Barthes, poesía inglesa, poesía española. Y todo se convertía en un tema de conversación y de goce. «