-¿Cómo se te ocurrió la estructura del museo para esta novela?
-La verdad es que desperté un día con la idea. Cuando voy a trabajar en un texto siempre trato de pensarlo mucho antes de empezar a escribir. A veces me pasa que sueño con lo que voy a escribir. En este caso, desperté con la idea de que la novela tenía que tener la forma de un museo. Y ésta fue la respuesta al interrogante sobre cómo hacer convivir tantos momentos diferentes de la historia y tantos elementos de diverso origen, de diversas características. Por otra parte, algo similar había hecho en mi primer libro, Valdivia, donde no ordené los poemas numéricamente, sino en desorden porque la memoria ordena de esa forma. Vamos ordenando los recuerdos de forma aleatoria. Uno pasa por un lugar y aparece un recuerdo que uno sabía que estaba allí. La memoria no es lineal.
-Leyendo El Museo de la bruma recordé una frase de Ricardo Piglia que decía que la novela es el basurero de los discursos, porque en ella cabe todo. ¿Acordás con eso?
-Sí. De hecho, cuando la editora recibió el texto me preguntó “qué es esto”. Le dije que era una novela y me contesto ¿una novela para quién? Pues para mí fue siempre una novela porque la novela es capaz de absorberlo todo, teatro, poesía, todo tipo de forma narrativa, fotografías. Por eso al final del libro se dice “esto es una novela”. Antes de publicarla se la mostré a una crítica de poesía que me dijo que era poesía. Creo que puede ser lo que cada uno quiera creer que es.
-Esos materiales heterogéneos tienen dos ejes fundamentales: el genocidio de los pueblos indígenas y el Holocausto. A eso se agrega la dictadura de Pinochet. ¿Buscaste relacionar las tres cosas aunque son distantes en el tiempo?
-Sí. Lo que me llamó la atención del genocidio de los selk’nam es que produjo la desaparición total de un pueblo. Quedaron unos pocos individuos que luego murieron sin dejar descendencia. Además, significó la desaparición de una lengua, de costumbres, de todo. No quedó ningún rastro de los ellos. Es imposible entender libros de fonética de su lenguaje si nunca se los ha escuchado. En el Holocausto hubo sobrevivientes. En Chile, el genocidio selk’nam es un tema que si no se lo topas, no te enteras. No es algo sobre lo que hayamos hecho un trabajo de memoria, un mea culpa. Sencillamente, no se conoce, aunque fueron totalmente diezmados unos 5000 individuos en Tierra del Fuego. Te cuento una anécdota. Cuando estaba escribiendo el libro acompañé a una gente a un lugar muy turístico donde tenían un souvenir muy frecuente que son figuras selk’nam con sus vestidos de las ceremonias. La persona con la que estaba le pregunta a la vendedora qué eran esas figuras y ésta le contesta que eran los onas –la gente no suele hacer la relación entre onas y selk’nam- una tribu del sur del país –tampoco lograba ubicarla bien- que fue exterminada por los españoles en el año 1600. Yo la corregí. Le dije que no fueron los españoles, sino chilenos y colonos y que eso sucedió en el siglo XX. Se sorprendió porque hay quien no puede hacer una relación entre una brutalidad tan tremenda y el siglo XX.
-Un buen ejemplo de esa brutalidad es Pinochet.
-Es que los Derechos Humanos en Chile no son algo de aceptación total. Hay quien todavía pone en duda este tema. En el contexto actual de lo que está pasando en Chile, iban a nombrar ministro del Interior a Felipe Ward, al que finalmente no nombraron porque, según la prensa, encontraron una declaración de él en la que decía que los Derechos Humanos eran la caja chica de la izquierda. No fue ministro del Interior, pero hoy es ministro de otra cartera. En Chile la dictadura no se ha terminado. Vivimos un proceso de transición en que supuestamente la dictadura quedaba atrás, pero eso fue un tongo. Nunca hubo reparación, nunca hubo un trabajo de las fuerzas armadas sobre Derechos Humanos. Eso se entiende bien cuando uno compara el proceso que han vivido Alemania o incluso Argentina. Ustedes están a años luz de nosotros. En mi país, la historia que se enseña llega hasta el año 1973. Esto es parte del alma extraña que tiene Chile.
– Es muy grande la desigualdad en esa sociedad.
-Sí, mi novela termina con la frase que dice “es justicia”. Ese texto corresponde al momento en que luego de que se realizó un juicio para esclarecer los vejámenes “a los indígenas de Tierra del Fuego”, se estableció que 5 o 6 capataces de Braun, de Menéndez o de ambos habían asesinado impunemente a indígenas. Después del largo juicio con un legajo de 400 páginas se estableció que los acusados debían pagar una fianza y quedarían libres. Luego de esto dice “es Justicia”. Esa frase nos representa mucho como país. Luego de todo lo que ha pasado en este tiempo no hay imputados, no hay personas detenidas por homicidio de manifestantes Hay un caso de octubre del año pasado de un chico al que los carabineros asesinaron a golpes con sus bastones en Maipú y ninguno está procesado. Fue al comienzo de las manifestaciones, del estallido social. Hay otro caso de un manifestante al que le pegaron 14 policías porque estaba protestando con una sartén a la que golpeaba con una cuchara de palo. Hay un video de esta tortura. El jefe de ese grupo apareció en televisión argumentando que una sartén puede ser un arma mortal. Era un delirio. Por eso en la novela hay cosas delirantes, muchas son inventadas pero tienen un trasfondo real. El hecho de que haya aparecido Chile en el mes de julio, poco antes de todo lo que pasó, confirma que El Museo de la Bruma está permanentemente abierto en este país.
-Citás La Patagonia trágica de José María Borrero, sobre la caza de indios para cortarles las orejas y obtener una recompensa. Parece inventado pero es un dato histórico.
-Sí y eso lo refiere mucha gente, no sólo Borrero. Incluso el padre D´Agostini cuenta que a las mujeres embarazadas les abrían el vientre y les sacaban las orejas a los fetos. También les arrancaban las orejas a indios vivos, pero como mucho no les servía ese truco, comenzaron a arrancar testículos y senos. Yo hablo en la novela de unos testículos conservados en formol. Puedo decir que lo inventé, pero quizá no sea un invento.
-¿Cuál es tu visión de Chatwin que aportó tanto al imaginario sobre la Patagonia?
-Yo llegué tarde a Chatwin, cuando ya mi investigación estaba muy avanzada. Creo que hay varias formas de entrar a la Patagonia. Lo que pude ver es que las personas que conocen a Chatwin se acercan a ella de un modo turístico. Yo entré por la parte histórica, otros entran por la parte geográfica. En estos días leí un comentario de un escritor chileno que decía que Chatwin era un autor para cuicos, lo que ustedes llaman chetos. Creo que tiene un poco de razón, pero también es cierto que cuando a uno le interesa la Patagonia es un autor que tiene que aparecer.
-¿Existe una leyenda sobre la existencia de un Museo de la Bruma o es pura invención?
-Es pura invención. Ni siquiera estaba seguro de que en la Patagonia hubiera tanta bruma, pero para mí es la bruma del olvido que es la peor enfermedad de Chile. Creo que si el Museo hubiera existido se habría parecido al espacio de la La invención de Morel, de Bioy Casares.
-¿Qué otros libros tuviste presentes al escribír?
-Peter Pan de J.M. Barrie. Está presente en el relato de un colono que se escapa de Escocia y llega a la Patagonia.
-¿Qué es lo que más te sorprende de los personajes reales y siniestros de tu novela?
-Que son personas muy normales y que lo que siempre se repite no es sólo el olvido, sino también la impunidad.