Monstruoso, indecente, ridículo, pervertido, aberrante. Todos los de esta lista y muchos más son adjetivos que a lo largo del tiempo han sido utilizados para descalificar al cineasta estadounidense John Waters y a su trabajo. Hubiera bastado con la mitad de ellos para hacer que cualquier otro artista quisiera ser tragado por la tierra. Pero no es el caso. Como suele ocurrir con muchos fenómenos surgidos en los márgenes de la cultura popular, incomprendidos en el momento de su brutal irrupción, Waters se apropió de aquellas agresiones. Igual que un luchador de aikido, este cineasta radical utilizó la fuerza de la reprobación para hacerla jugar en su favor y ganarse un lugar en la escena del cine independiente durante los ‘70. Es lógico pensar que su ópera prima, Eat your Make Up (1968), en la que una niñera desquiciada secuestra niñas para hacerlas desfilar hasta la muerte frente a sus amigos, era un poquito difícil de entender para su época. No es extraño entonces que la conservadora sociedad estadounidense de los ’50 y los ’60 también creyera que Waters era el anticristo y él desempeñó con gusto ese papel y de manera extraordinaria.

Claro, su carrera no se detuvo ahí y hoy en día excede los límites del cine. Waters ha escrito también una media decena de libros, tres de los cuales han sido publicados en Argentina por el sello Caja Negra. Carsick es un diario de viaje que narra los pormenores del trayecto que el director recorrió a dedo para unir Baltimore, su ciudad natal, con San Francisco a los 66 años. En Mis modelos de conducta le rinde tributo a sus influencias malditas, en el que reúne a personajes anónimos con grandes figuras, como el también demonizado rockero Little Richard o el dramaturgo Tennesse Williams. Ahora le llegó el turno a Consejos de un sabelotodo, que tiene además un subtítulo prometedor: “La sabiduría desviada de un viejo repugnante”. Lo dicho: Waters, maestro de la ironía, sabe perfectamente cómo invertir el peso simbólico de las palabras hasta convertir el agravio en mucho más que un elogio, en parte de su identidad.

De Consejos de un sabelotodo se puede decir que es un extraño libro de memorias. O una guía práctica para no perderse en el laberíntico mundo del perverso señor Waters, rey del trash. O, por qué no, un manual exquisito para conocer a fondo la cultura popular estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Consejos de un sabelotodo es, entonces, muchos libros en uno. Su primera parte propone un recorrido de su paso por Hollywood, abordando el proceso de realización de sus últimos siete trabajos. El recorrido empieza con Polyester (1981), en el que adaptaba el sistema Odorama para aromatizar algunas escenas con olores repugnantes. Y llega hasta Adictos al sexo (2004), su última película, que “acaba” con la cabeza de uno de los protagonistas estallando en una eyaculación gigante que salpica la pantalla justo antes de los títulos finales. En esos textos Waters entrega exquisitos detalles del proceso de hacer películas como las suyas, que van desde las disputas con los vecinos de las locaciones donde las filmaba, hasta las discusiones con los productores o los encargados de calificar sus películas, siempre deseosos de amputarle las partes más provocadoras. Es decir: las mejores.

Pero en el libro Waters también recorre sus gustos musicales y en el camino el lector recibirá una clase de rock’n’roll, otra de jazz, una tercera de soul, rythm’n’blues y ¡hasta de hip-hop! O de punk, al que considera “el disfraz perfecto” para cualquiera que tenga algo que ocultar. Ahí afirma que los chicos punks son, en realidad, “homosexuales desquiciados que escapan del mundo gay tradicional para hacer pogo, en un intento ‘macho’ por tocar cuerpos de otros tipos”. O que “las chicas nunca se ven gordas o feas si son punk”. Confesará además su adoración por el falsete, que incluye a cantantes como Frankie Valli o el inglés Ian Whitcomb, pero también a las infames Alvin y Las Ardillas, de quienes se declara fanático. “Hubiera tenido sexo con Alvin sin dudarlo”, confiesa Waters, recordando con picardía su adolescencia a finales de los ‘50. 

Asumido militante de la izquierda blanca y culposa, el cineasta también cuenta su experiencia dentro de los movimientos radicales de su juventud. Con lucidez, reconoce la labor del movimiento yippie, del que fue parte, o de agrupaciones como los Panteras Negras. Pero también recuerda que por entonces “la izquierda radical era tan homofóbica que era raro ver hombres gay” y recuerda que fueron “las lesbianas quienes siempre combatieron la misoginia de los hombres de izquierda”, realizando un interesante reflexión que resuena en el presente. Por fin, en Consejos de un sabelotodo Waters le pega hasta al papa Francisco, cuyos gestos de “apertura” hacia la comunidad LGBTQ+ define como “un fraude asimilador y falsamente gay friendly”. “Este tipo no hace nada y pretende ser visto positivamente por la comunidad gay”, estalla Waters, que además considera que la actitud del papa argentino “con las mujeres es aun peor que con los putos”. Como buen sabelotodo, Waters tiene un consejo para dar al respecto: “Tengan cuidado con la palmada en la espalda. Puede que les impida avanzar”.