En su novela más actual, el destacado escritor nacido en Bahía Blanca describe el detrás de escena del mundo de la literatura y traza una intriga sobre la ambigüedad de la verdad. La crítica, la pluralidad de lecturas posibles y el centralismo de la cultura son algunos de los puntos que el padre de “Crímenes imperceptibles” desplegó en la conversación.

-En La última vez te alejás del policial que abordaste en Los crímenes de Alicia.

-No toda mi obra está compuesta de novelas policiales. En realidad,  las únicas estrictamente policiales son Crímenes imperceptibles y Los crímenes de Alicia. Ya, por ejemplo, La muerte lenta de Luciana B no es exactamente una novela policial sino una novela psicológica donde se dirimen dos versiones de los mismos sucesos. Luego tengo una novela de tema sexual,  Yo también tuve una novia bisexual,  y una novela fáustica, Acerca de Roderer.

La última vez  pertenece a una especie de serie sobre los escenarios de la literatura o el mundo literario que tiene un precedente, La mujer del maestro. Allí estaba la escena literaria,  tenía que ver con una novela de Henry James sobre el mundo literario que se llama La próxima vez. Yo quería hacer una intriga literaria que tuviera algo de los procedimientos del suspenso de la novela policial,  pero donde los personajes fueran aquellos del detrás de escena de la literatura

-¿Por qué es tan importante la figura del crítico en la trama?

 -En esta novela suple la figura del detective, él es el que tiene supuestamente una capacidad superior  de comprenderlo y expresarlo todo. Tiene que ver con la idea que tenía de la crítica Henry James, la crítica como una lectura en una jerarquía superior. Por eso dediqué dos capítulos de la novela a tratar de convencer al lector de que Merton es un crítico que puede decir alguna verdad sobre lo que lee, porque le toca la tarea de desentrañar cuál es la clave en la obra de este escritor

-Es un escritor que siente que no ha sido comprendido por sus lectores, ¿te ha sucedido algo así?

-A todos los escritores nos pasa que cada tanto recibimos lecturas que nos dejan desconcertados, que no tienen nada que ver con lo que habíamos tratado de decir en nuestros libros. Es una experiencia que les ocurre a todos los escritores. Es decir, los lectores acuden a las novelas con  sus bibliotecas, sus referencias literarias, sus asociaciones, su sensibilidad; y no necesariamente todo eso coincide con la interpretación privilegiada que uno quisiera dar.  Ese es un tema que tiene que ver con la distancia que hay entre lo escrito y las distintas interpretaciones posibles. Es algo que persigo de novela en novela, desde Crímenes imperceptibles. Allí estaba la idea de que una misma serie lógica puede continuarse de dos formas diferentes, que serían dos interpretaciones diferentes para la misma serie. En Crímenes imperceptibles está bajo la idea de que no hay forma de elegir el verdadero significado de una palabra en idioma extranjero, el problema de la traducción radical.

En esta novela, es un poco el planteo que hace Borges en Pierre Menard, autor del Quijote. El autor quisiera hacer una interpretación posible de su novela, que todavía no ha sido descubierta. Eso es lo que lo desespera y lo hace escribir, una y otra vez, con la misma clave.

-Desde tu rol de lector ¿has descubierto nuevas claves en la relectura?

-Al releer a algunos autores he descubierto claves en las que no había reparado y eran importantes. Por ejemplo, al releer el cuento El Aleph para dar clase, encontré las claves que hay en el hecho de que Borges dedica tres adjetivos a las cartas que descubre el personaje dentro de una enumeración de imágenes –increíbles, obscenas, precisas-. No hay otro objeto que tenga tres adjetivos. Es una forma de enfatizar que ese es el centro de lo que se quiere ver. Ese y otros detalles, que dan lugar a una lectura particular del cuento, no los descubrí en primeras lecturas, sino al dar clase. Lo mismo me pasó con La Biblioteca de Babel. Lo que pasa al releer es que uno descubre relaciones o niveles en los que no había reparado antes.

-¿La relectura es tanto o más importante que la escritura?

-Son cosas diferentes. Hay gente que se dedica a leer y no a escribir. Sí diría que la lectura es fundamental para la escritura. En mi forma de escribir, la relectura de mis borradores sucesivos es fundamental, es la verdadera escritura. O sea, el borrador es algo así como un mal necesario sobre el que avanza la escritura en sucesivos borradores.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

-En una entrevista afirmaste que en La última vez incluiste  todos los temas que te gustaban: el tenis, el mar, las mujeres,  Barcelona. Aquí es inevitable pensar en tu vínculo con Carmen Balcells, la destacada agente literaria, que nació en esa ciudad. ¿Solés revisar el pasado de tu carrera como escritor?

-La verdad es que el año próximo habrá una edición conmemorativa de Acerca de Roderer, así que va a haber  un recuerdo. Fue la novela que ella leyó para aceptar representarme. No soy una persona de quedarme mirando hacia atrás en el pasado, pero cada tanto uno hace las cuentas. Me parece que pasó mucho tiempo desde esa novela y a la vez me parece que es muy reciente. Lo mismo que mi relación con Carmen Balcells. La vi muchas veces a lo largo de los años y todavía no me hago a la idea de que en los viajes a Barcelona ya no la voy a ver, aunque algo de su impronta permanece porque quedó toda su gente.

-Decís que no mirás al pasado, pero en 1988 ganaste el premio del Fondo Nacional de las Artes con Infierno Grande, que hace reflexiones sobre la dictadura. Tal vez no volvés hacia atrás, pero sí te detenés en la historia.

-En ese momento era un pasado reciente. Algo es verdad: en general mis novelas miran 10 o 20 años atrás, se ocupan de una época que no es la rabiosamente contemporánea. Incluso eso me interesa, porque me gustan más las novelas sin artilugios tecnológicos, con un poco de distancia del aquí y ahora. Es decir, tengo una idea de la ficción como un mundo relativamente autónomo y entonces evito bastante las marcas de lo contemporáneo. Mis novelas quedan un poco rezagadas en el tiempo en general. La última vez es la que quedó más lejana en el tiempo, porque transcurre en los 90.

-Con foco en lo contemporáneo, ¿qué autores o autoras te llaman la atención?

-Personas que ya murieron, hay varias. Por ejemplo,  Patricia Highsmith. De hecho, la próxima novela que voy a escribir tiene mucho que ver con su mundo, también con Las manos sucias de Sartre. Simone de Beauvoir es una escritora que leí bastante.

Soy un gran admirador de los cuentos de Samanta Schweblin y Ana María Shua. Luego, hay una escritora uruguaya ya muerta, pero que me gusta mucho: Armonía Somers.  También Eugenia Almeida o  una Tolstói contemporánea, Alice Munro.  Además, aunque no la leo ahora, pero sí lo hice en mi adolescencia, Agatha Christie. Sin duda ha sido una marca fundamental para mi concepción de la novela policial.

-Volviendo a tu obra más actual, allí se describen ciertos malentendidos del mundo literario. En algún punto refleja lo que sucede con los cortocircuitos de sentido en las redes sociales. Entonces ¿existe la comunicación realmente efectiva?

-Detrás de esa pregunta está la pregunta de Wittgenstein ¿cuánto de contexto hay que agregar para que realmente se entienda lo que uno quiere decir? Muchas veces con el texto no es suficiente. Uno tiene que encontrar una especie de equilibrio entre la claridad y cierta elegancia para brindar la información. No podés abrumar al lector con subrayados, notas al pie, explicaciones. Tiene que haber algo  donde el lector absorba con cierta naturalidad el relato y sus imágenes. La gran tarea de escribir es lograr que haya una especie de recreación relativamente fidedigna de lo principal que uno quiso decir.

-Volviste hace pocos días de la Feria del Libro en Santiago del Estero y, si bien estás radicado en la CABA, naciste en el interior bonaerense ¿Cómo evaluás la circulación de autores de las provincias en nuestro país?

-Me entero de las dificultades que tienen los autores de las provincias para publicar en sellos de distribución nacional. Encontré en diversas ferias, a colegas, excelentes escritores a los que les cuesta más tener relaciones en Buenos Aires, darse a conocer en una editorial que tenga difusión nacional. Es un problema que tiene que ver con que no hay en Argentina, un polo cultural tan importante como puede ser Barcelona con respecto a Madrid. Tiene que ver con cierto centralismo cultural de Buenos Aires.

-¿Eso podría cambiar o resolverse en algún momento?

-No se me ocurren formas de resolver esto. Hay algunas iniciativas. Por ejemplo, el hecho de que la Feria del Libro de Buenos Aires asesore, apoye  y organice la logística de ferias del interior,  para que se establezcan, para que tengan continuidad, para que haya lectores. Es una manera de coparticipar,  de llevar algo del poderío de la feria de Buenos Aires a otros lugares. También el FILBA tiene algo similar. Me parece que pueden ser maneras de conformar una especie de red para que se conozcan los autores.