Cuenta la leyenda que Robert Johnson (1911-1938) vendió su alma al mismísimo diablo a cambio de habilidades extraordinarias para tocar blues. El pacto se tradujo en tales destrezas que Johnson cambió la historia del género e influyó en gran parte de la música popular del siglo XX.

Bastante más acá del Delta del Misisipi, más precisamente en la localidad bonaerense de Monte Grande, un joven llamado Marcelo Rodríguez tomaría una decisión casi tan trascendental como esa, pero en sentido inverso. Persiguiendo la única trompeta que circulaba en la zona durante los ’80, el músico luego conocido como Gillespi se hizo habitué de un templo evangelista.

Puede que esta conversión no haya tenido un impacto tan profundo como la compraventa espiritual de Johnson. Pero cambió para siempre la vida de Rodríguez y le permitió tocar en Sumo, Divididos y Las Pelotas, desarrollar su proyecto solista y ser amigo de Luis Alberto Spinetta, Charly García y Gustavo Cerati, entre muchas otras aventuras.

La carrera de Gillespi empezó en el plano musical, pero no tardó en levantar vuelo en los medios –radio, televisión y diarios– y en las librerías. La novedad en este último rubro es Salsipuedes (Historias de rock argentino), un trabajo que articula su participación en bandas como Sumo, Divididos, Pachuco Cadáver, Las Pelotas, su carrera solista más cercana al jazz y una serie de entrevistas a personajes tan influyentes y diversos como Luis Alberto Spinetta, Charly García, Gustavo Cerati, Fito Páez, David Lebón, Litto Nebbia, Edelmiro Molinari y muchos más.

Se trata de un recorrido de más de 30 años con cruces múltiples y a veces insospechados. Su tono entre zumbón y campechano, su faceta obsesiva y su amor por la música hicieron que Gillespi generara empatía con gran parte de los protagonistas de la escena de rock local.

Pero la verdadera piedra fundamental de toda esta historia es Sumo. «Los vi en vivo, me volaron la cabeza y me obsesioné. Hablé dos veces con Luca porque quería tocar con ellos, me mandó con (Roberto) Pettinatoy en seguida nos hicimos compinches. En el primer ensayo la banda me miraba con recelo, pero Roberto les dijo: ‘No se preocupen, es como si hubiera traído un pedal.’ Todos se rieron y quedé como invitado permanente. No grabé, pero toqué mucho y aprendí un montón», recuerda.

Esa experiencia le permitió ser parte de la formación de Divididos que grabó 40 dibujos ahí en el piso (1989), «ellos se encaminaban hacia el power trío y la trompeta no terminó de encontrar su lugar»; luego pasar por Pachuco Cadáver, «ahí empecé a funcionar como un multiinstrumentista y participar de la composición y arreglos»; y después sumarse a Las Pelotas, «fueron cinco años y tres discos. Pero dentro mío ya sentía la necesidad de hacer mi grupo y meterme en una especie de canción jazz-rock».

Más allá del Gillespi músico está el Gillespi conductor, columnista y hasta productor de espacios musicales.

Salsipuedes (Historias de rock argentino) deja debido testimonio de encuentros que tienen que ver con su faceta en los medios, pero que también discurrían en otros ámbitos. «De Cerati me hice muy amigo –revela–. Todo empezó cuando lo convoqué para hacer música para Fútbol de Primera. Hay mucho de Gustavo en el libro, incluso del regreso de Soda».

Sobre Spinetta destaca: «Para mí fue un honor que el Flaco me dejara entrar en su vida. Porque yo le caía a la casa, le hablaba, escuchábamos discos y se copaba. Tenía una generosidad sin límites. En Salsipuedes cuenta la historia increíble detrás de su disco maldito: Only love can sustain (1979)».
García también tuvo un lugar en su vida. «Con Charly toqué más. En la época de Say No More. En las charlas del libro revela los primeros pasos de Seru Giran en Brasil. Está muy bueno», subraya.

El músico, conductor y demases actualmente comanda los programas de radio Diario de un Hombre Rana (radio Bitbox, lunes a viernes de 18 a 21) y El renegado (Nacional Rock, sábados de 21 a 23), toca casi todos los fines de semana con su banda y ya fantasea con un nuevo libro.
«No puedo parar –confiesa–. Es mi forma de ser. Soy un maxi quiosco. Pero hago las cosas con amor. No vivo más en Monte Grande. Me mudé a Cañuelas hace relativamente poco».

–Más lejos. Casi una jactancia.

–Disfruto mucho de los viajes. Sobre todo a la noche. Pongo discos que quiero escuchar e imagino que el mundo es menos peor.

–¿Para conseguir aquella primera trompeta te hiciste un poco evangelista o fue todo una actuación?

–En aquel entonces eran pastores norteamericanos muy severos. No te daban margen para hacerte un poquito evangelista. Era todo o nada. «