Si pensamos en lo que sucedió en los últimos dos años, podría pensarse que el planeta Tierra está inmerso en un océano de ciencia ficción: una pandemia que parece provenir de Oriente (una geografía que todavía guarda su poderoso misterio), muertes indiscriminadas en masa, carrera contra reloj para encontrar una posible cura, vacunas que aparecen pero son escasas, estadísticas devastadoras, los sobrevivientes que tendrán –quieran o no- que reconstruirlo todo.

Y sin embargo, la ciencia ficción como género aun en actividad excede estos marcos de realidad para proponerse como lo literario que mira a un futuro pero para dialogar con el presente. Es decir, no hay mañana sin poner en tensión el hoy, lo que está sucediendo ahora mismo. A su modo, es una manera de pensar extrema que vuelca todo su potencia en la especulación, la imaginación y, si es posible, el desborde. Y es en este sentido que acaban de aparecer dos libros que van corriendo límites y creando sus propios territorios de acción respecto del género –por supuesto, ciencia ficción- y en relación a las experiencias arduas de lectura: son libros que le exigen tiempo a los lectores. Hablamos de las casi 1000 páginas de Big Rip (Alfaguara) de Ricardo Romero (“Todo fue creciendo de muchas maneras. Ni siquiera puedo decir que había algo que quería ‘contar’.”, dice) y de las casi 500 páginas desaforadas de Las pasiones alegres (Nudista) de Pablo Farrés (“Si nos quieren paranoicos, lo seremos tan radicalmente que nos trasformaremos en místicos”, explica). 

Foto: Victoria Rodríguez Lacrouts

El absoluto

En su anterior novela, El conserje y la eternidad (Alfaguara), Ricardo Romero (Entre Ríos, 1976) ya venía explorando un tipo de género fantástico muy particular que lo mostraba metido en esos pantanos y, a la vez, queriendo ver qué podía hacer él en esa zona en la que estuvo interesado desde sus inicios con la escritura. Cuenta ahora en su casa: “Desde siempre me han atraído mucho los géneros. De manera desordenada, he tenido épocas en que he leído intensamente novelas de terror, policiales, de ciencia ficción, de aventuras. Y lo sigo haciendo.” Con Big Rip, un intento sólido de novela total que tiene como influencia El orden del tiempo de Carlo Rovelli y El Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki, su búsqueda literaria fue extrema: “la novela fue creciendo en mi cabeza durante mucho tiempo, por lo que las capas de intereses y obsesiones se superponen y se me hace difícil separarlas.”

Pero el origen de Big Rip se remonta en el tiempo hacia un fracaso inaugural: “La novela surge de mis primeros intentos fallidos de escribir una novela, cuando tenía veinte años y estudiaba Letras Modernas en Córdoba y yo parecía ser mi único personaje posible. Por suerte eso quedó atrás. De esos intentos, solo quedaron una frase y la ciudad. Cuando me desembaracé de mí, entendí que todavía no estaba listo para enfrentar esa novela, presentí ahí sus dimensiones. Y tuve paciencia. En 2016 tuve la oportunidad de dedicar un mes solamente a escribir, y ahí me dije: «Es ahora o nunca». Finalmente creo que es un poco de las dos cosas, es ahora y es nunca.” 

Romero quería darle carnadura a las discontinuidades y las inestabilidades urbanas que nos constituyen como personas, y que en general escondemos detrás de un relato que se perfila como uniforme: “En el centro de todo eso estaba la escritura como experiencia. Por eso mismo, tampoco podría dar cuenta de un sistema. Tal vez, sí, de una premisa. No dejar que la escritura quedara atrapada en las arquitecturas que inevitablemente iban apareciendo. Al final, por supuesto, siempre hay alguna arquitectura que te atrapa. Pero a esas alturas, con tantos personajes, tantas voces, tantas ciudades y tantas historias dialogando entre sí, con tantas versiones superponiéndose, pude hacer de cuenta que no estaba ahí”, explica.

La larga risa de todos estos años

“Nunca sé de dónde surge un texto, es como si siempre llegara tarde a lo que de algún modo ya existe tramando conexiones internas. Entonces trato de estar atento a ese momento en que se cruzan las imágenes, las lecturas y las ideas. No sé qué significa crear algo, pero me gusta pensar que las palabras y las imágenes son animales invisibles que hacen el amor a nuestras espaldas”, dice Pablo Farrés (1974) sobre el germen de Las pasiones alegres, un libro situado a nivel del almanaque durante cinco momentos específicos de la historia pasada y futura (2036, 1996, 2016, 2066). Todo lo demás que hay adentro y detrás de esas fechas es absolutamente extraño y corrosivo: el lenguaje en Farrés es una máquina de demolición a un nivel expansivo y creciente a medida que avanzan las páginas. Algo que también puede verse en sus textos anteriores: Literatura argentina, El desmadre, Mi pequeña guerra inútil, entre otros. La pregunta es: ¿hay una historia? Inmediatamente después la respuesta cae de madura: ¿Importa? Cuenta Farrés por mail: “Los capítulos fueron producidos en diferentes momentos, algunos muy alejados entre sí. Siempre son reescrituras de reescrituras propias o de algunas lecturas que se fueron conectando para armar un sistema (está Dick, Ballard, Harlam Ellison, Bellatín y Levrero, entre otros). Eran relatos autónomos pero en un momento comenzaron a establecer conexiones entre sí y entonces me di cuenta de que se trataba de un único texto cuyo protagonista era la memoria.”

La memoria como un dispositivo económico, político, familiar, y que en todas sus variantes presentaba dos características: la de ser un artificio y la de producir modos de subjetividad. Como si la memoria fuera, justamente, una máquina que fabricara el fantasma de lo que se llama “hombre”. Especifica el autor: “De ahí que la novela trabaje con las condiciones específicas de producción del Artefacto-Memoria. ¿Cómo se producía Memoria en el año 1986 en el momento de la post-dictadura?, ¿y en 1996 con el auge neoliberal? Lo mismo con las otras fechas -2016, 2036, 2066-, todas señalan el mapa de las condiciones sociales específicas en las que se produce un tipo de Memoria y con ello un modo de definir lo humano o lo inhumano.

Pero el punto es cómo cada una de estas maquinarias de la memoria fallan, se descomponen y empiezan a actuar contra sí mismas creando algo que ya no es parte de la memoria ni del artificio humano, sino un agujero que acaso deja entrever el Afuera del mecanismo.”   

Formas de volver a casa

Escrita en un periodo de 4 años, de marzo del 2016 a febrero de 2020, y en distintos territorios, -arrancó en una residencia de escritores en Francia y culminó en San Telmo-, Big Rip parece indagar la realidad y a la vez fagocitarla para comprender la idea de fin –del mundo o de un tipo de existencia conocida- pero también de la naturaleza de ciertos vínculos, determinadas aproximaciones, algunos roces entre las personas. ¿Qué une realmente a dos seres? ¿Es posible descifrarlo? A veces esa puede ser la pregunta más fantástica de todas. Escribe en un momento de la novela: “Sos el horizonte de sucesos del que ninguna luz puede escapar. Las curvas de la galaxia se derrumban en el interior de tu pupila aterida.” La ciencia ficción, parece decir el texto, también ayuda a decodificar estas realidades. Después de este semejante tour de force que es Big Rip cuenta Romero: “La verdad es que quedé en paz, no tanto con la novela como resultado, sino con la novela como experiencia de escritura. Y sí, hay resto. Veremos qué puedo hacer con eso”.

Por su parte, reconoce Pablo Farrés luego de escribir Las pasiones alegres: “Con respecto a la ciencia ficción, no me interesa en lo más mínimo como género. El problema con el género (en todo sentido) es que es un dispositivo de tipo fascista, una máquina que termina escribiéndonos según un modelo ya moldeado. En el fondo, el género vive haciéndonos cumplir las reglas y las condiciones que impone. Lo interesante es cuando la máquina se descompone y empieza a hacer ruido por todos lados. De lo que se trata entonces es de acelerar la ruina. Y con ello hacer valer las escrituras que van contra el género, sea el de ciencia ficción o cualquier otro. Son escrituras degeneradas que se atreven a la magia de crear un mundo donde antes no lo había.” Su novela también parece ser de esos textos que buscan crear un tipo de lector que elige tomar riesgos, que visibiliza lugares comunes y los evita. En ese sentido asegura: “lo más importante es estar al acecho de lo que sucede por debajo y más allá de lo que buscamos o pretendemos. Eso es siempre más interesantes que lo que podamos pensar o crear. Lo mismo pasa con la magnitud; más largo o más corto, el texto depende de las corrientes internas y de cómo trazan su propio mapa sobre el caos.”

Tiene sentido preguntar lo siguiente: ¿Cómo quedás después de escribir algo como Las pasiones alegres? ¿Hay resto? El autor responde: “Bueno, cuando me preguntas por el “resto” me gusta pensar en ruinas pero no en ruinas de algo que existió y luego fue destruido, sino en las ruinas de nada, pura ruina, sin ningún pasado que la explique. Me imagino las ruinas de un Coliseo que nunca existió como Coliseo, sólo ruinas que nacieron así, ya siempre como ruinas. En ese sentido, para este año está proyectada la publicación de El libro del Buen Olvido y con suerte también Las Series Infinitas, que es otra novela de una extensión importante, más bien un exabrupto que juega con la relación entre experiencia y desborde, o la tragedia como celebración. Y sí, tenés razón.”

¿La realidad supera a la ficción?

Cuando se piensa en la relación entre ciencia ficción y actualidad, los preceptos pueden resultar improductivos. La frase “la realidad supera a la ficción” muestra un desconocimiento tanto de la ficción como de la realidad. Sin embargo, se repite como dictum fiable aunque no lo sea en absoluto.

Dice Romero: “Siempre que un tipo de imaginario parece apropiado para hablar de la realidad, hay mucha banalización. Los relatos se pasteurizan para responder a una sensibilidad agobiada de forma rápida. Eso no tiene nada que ver con la literatura. Imaginar concienzudos escenarios distópicos a lo Black Mirror no solo no me parece suficiente, también es sospechoso. La ciencia ficción no tiene que perder su espíritu marginal y revulsivo, de género pulp y punk. Porque en la velocidad que impone esa condición, la sensibilidad agobiada con la que enfrentamos lo que vivimos puede adquirir la lucidez y la honestidad de un discurso que no quiere convencer a nadie de nada. De un discurso que sólo encuentra sentido en su puesta en acto.”

Opina Farrés en este tema: “Uno lee a los que hoy son clásicos de la ciencia ficción -Dick, Ballard, Lem- y lo que menos importa es la ciencia ficción. Hicieron otra cosa, fueron hacia lugares donde el género no llegaba. Ahora que están de moda Ted Chiang o Ken Liu, que son ejemplos de literatura conservadora, pienso en Greg Egan: es tan malo que a fuerza de no importarle se transformó en un genio. Los otros cumplen con la demanda; Greg Egan no puede, no le sale y acelera el género hasta volverlo loco, rompe la máquina y allí toca algo que está fuera de la literatura.”