La muerte de Héctor Tizón, ocurrida el 30 de julio de 2012, hace ya 10 años, le impuso un pesado silencio a la literatura argentina. Nacido en 1929 en Yala, localidad jujeña ubicada unos kilómetros al norte de la capital provincial, Tizón fue autor de más de una decena de novelas, algunas fundamentales, entre las que «Fuego en Casabindo» resulta imposible de eludir. Pero también fue escritor de cuentos, ensayista y un intelectual lúcido que, desde la exclusión forzada que sufre todo aquel que elige mantenerse lejos de ese vórtice llamado Buenos Aires, siempre creyó que la palabra es una herramienta que los escritores no deben limitar a su trabajo literario.

Así lo dejó en claro durante su intervención en la apertura de la Feria del Libro porteña en 2003, cuando la Argentina todavía sufría los espasmos de la debacle de 2001. En esa oportunidad, Tizón afirmó que “si el escritor no usa la palabra es como si estuviera muerto”. Así rechazaba el silencio de muchos de sus colegas, incapaces de “ocupar el lugar que les correspondía” frente “a la globalización del mercantilismo y de la pobreza”. Diez años más tarde, el país vuelve a padecer la fiebre de su crisis crónica, pero ahora es su ausencia la que sigue siendo un grito en medio de tanto silencio.

Sin embargo, ese tiempo tampoco ha pasado en vano y ya no son tantos los que callan. Algunos de sus alumnos han hecho suya la prerrogativa de esgrimir la palabra más allá de los libros. Sin ir más lejos, es posible que don Héctor hubiera aplaudido de pie el discurso que Guillermo Saccomanno dio en la Feria del Libro, la misma tribuna desde la que él sembró su J’acuse, pero exactamente 10 ediciones después.