Politólogo y periodista, Hernán Brienza encontró en sus últimos libros un modo personal de narrar la historia argentina. Los personajes que se asoman en sus biografías, documentadas y escritas con gancho, atrapan al lector con sus luces y sus sombras. Con su cruda humanidad. Urquiza, el salvaje, su última obra, presentada hace diez días en la Feria del Libro, cumple con esos requisitos: no traiciona. El libro, claro. Por el contrario, el caudillo entrerriano que a mediados del siglo XIX se convirtió en el hombre más fuerte de la Confederación, y que se alió a sus enemigos más odiosos para tumbar a Juan Manuel de Rosas, por supuesto, sí. Sí que traiciona. «En la vida de Urquiza hay una doble traición. Una que sufre él, otra que comete él. Todo eso hace que quede, para las grandes mayorías, como el gran traidor de la historia», dice Brienza desde la mesa de un bar del barrio de Flores. 

En esta entrevista, el autor subraya los hilos invisibles que a su modo de ver ligan la actualidad de la Argentina del siglo XXI, tras un año y medio de Cambiemos en el gobierno, con la prolongada guerra civil entre el centralismo porteño liberal-conservador y el federalismo popular de las provincias. 

«Al estudiar la biografía de Urquiza pareciera que en algún punto el liberalismo conservador no puede perdonar. Que no puede perdonar en ningún momento ni coyuntura. Que no puede ejercer otra cosa que no sea la revancha. Mientras la derecha liberal-conservadora no comprenda que tiene que dirigir, y no dominar, este país no tiene sentido», señala Brienza mientras da cuenta de un té con tostadas en un bar de Flores.

–Su anterior libro fue sobre Manuel Dorrego, un personaje entrañable, admirable, imposible de odiar. ¿Por qué ahora Urquiza?

–Lo elegí por una razón sencilla. Desde hace un tiempo estoy jugando mucho con los personales no lineales. En Valientes escribí sobre (Martiniano) Chilavert (oficial de artillería unitario que tras la Vuelta de Obligado se puso al servicio de Rosas), que también aparece en el libro de Urquiza. Siempre me llamó la atención el tema del traidor y del héroe en (Jorge Luis) Borges. Cómo un traidor se convierte en héroe solo por el designio de una jugarreta literaria de la historia. Con Urquiza pasa algo parecido. Hay una doble traición: una que sufre él, otra que comete él. Y eso hace que quede como el gran traidor de la historia. En su traición más importante, que es la de Pavón, la más sustancial, él es al mismo tiempo víctima de otra traición. Sin embargo, él lo justifica en términos históricos. Nada lo exculpa a él, que queda como el gran traidor de la historia. Es la lógica del traidor traicionado. O el traicionado que luego traiciona.A diferencia de El Loco Dorrego, este personaje es mucho más complejo. A todos nos gustaría en algún momento ser Dorrego. Pero a nadie le gustaría ser Urquiza. Eso lo hace más difícil de contar. Pero, al mismo tiempo, Urquiza tampoco es Mitre. No es el organizador de un país liberal-conservador. Quiere un país diferente al de Mitre. Pero no se quebró y traicionó. 

–Urquiza planteaba que Rosas venía demorando injustificadamente la organización nacional. Y con ese argumento justifica su levantamiento.

–Yo creo que la traición que él le hace a Rosas está dentro de la lógica de la discusión política. Rosas se había cerrado sobre Buenos Aires, sobre el puerto de Buenos Aires, la ley de Aduanas siempre quedaba muy lejos…

–Pero Urquiza entra en Buenos Aires con el Imperio brasileño –el enemigo histórico de la Confederación– marchando en su tropa. 

–Sí, pero esa batalla (Caseros) todavía tiene algunas justificaciones. Uno puede decir, bueno, me alío a algunos adversarios, a algunos enemigos, para pacificar y reconciliar la Confederación y hacer una Confederación entre todos. Él se alía con Brasil pero Gran Bretaña está jugando a dos puntas. El mapa es más complejo. Rosas también comete todos los errores como para que lo volteen. Eso genera una situación un poco más contradictoria. En Pavón, de alguna manera, la situación también es contradictoria, pero la derrota de la Confederación es tan grande que no queda otra que responsabilizar a Urquiza de su corta mirada. Urquiza se quiebra en Pavón cuando dice: «Ya está. No quiero más. Al final estoy peleando por un país en el que todos me dan la espalda». Me voy a Entre Ríos, cuido mi hacienda, cuido mi negocio y cuido mi provincia.

–Parece no haber gradualismo en la traición. Se traiciona una vez y luego ya no queda más remedio que seguir traicionando hasta el final. 

–Caseros él no la ve como una traición. Al contrario. Él, en Caseros, está convencido de que está haciendo lo correcto. En Pavón, no. Tanto, que después de Pavón se va a refugiar a San José con un ataque en el hígado. 

–Hablemos del Urquiza incomprendido. ¿Qué es lo que él le ofreció a la Confederación Argentina? 

–Él le ofrece a la Confederación Argentina la unidad nacional, los Pactos de organización, le ofrece la Constitución y le ofrece una mirada liberal y, al mismo tiempo, muy moderna respecto de la producción. Él no cree solo en la estancia. Cree en el correo, en el telégrafo, en el ferrocarril. Intenta hacer un ferrocarril que una Rosario con Córdoba. Realiza una campaña naviera, tiene saladeros. En un país donde no hay muchos emprendedores, hay especuladores y contratistas del Estado. Un emprendedor como Urquiza, con toda su brutalidad, genera un modelo diferente. Construye la capital en Paraná. Cree en la educación pública. Genera en Paraná una pequeña, breve, élite intelectual. No es solo un caudillo emprendedor. Con sus limitaciones, es un buscador.

–En el libro habla de Urquiza como un león herbívoro. Esa definición se usa también para Perón.

–A mí me parece que (Eduardo) Lonardi es más parecido a Urquiza. Porque pronuncia la frase «ni vencedores ni vencidos» y, sin embargo, después se lo lleva puesto la propia historia. Los liberales como (Isaac) Rojas y (Eduardo) Aramburu se lo llevan puesto. En algún punto, pareciera que el liberalismo conservador no puede perdonar. No puede hacer otra cosa que no sea ejercer la revancha. ¿Por qué? Lonardi es un hombre que se enfrenta a Perón desde un lugar cercano al peronismo. Incluso, tras el golpe, intenta mantener algún statu quo armado por el peronismo y sin embargo la línea Mayo-Caseros, como decía (Arturo) Jauretche, se lleva puesto a Lonardi. En todo pactista hay un Urquiza latente. 

–Al leer el libro uno vuelve sobre la crueldad en la historia argentina. Cómo el pensamiento liberal-autoritario no considera que exista un Otro que pueda merecer tener una existencia. Tras este año y medio de gestión macrista, ¿confirma esta hipótesis? 

–Es así. En una de las notas que escribí en Tiempo dije que Macri tenía dos opciones: o hacer un pacto desarrollista, o llevar adelante una revolución, una fusiladora mediática y judicial. Que si utilizaba el desarrollismo habría dado un paso adelante en la historia argentina pero que yo temía que se iba a refugiar en la fusiladora mediático-judicial. Yo creo que Macri optó por volver a la vieja derecha. Y ese es el gran error táctico y estratégico que comete. Pero está en la naturaleza de los sectores que lo acompañan. Creo que no pueden pactar. El gran problema de la derecha liberal-conservadora argentina es que no puede pactar. Cree que ellos están para dominar y no para gobernar o persuadir. 

–¿Qué anécdotas de Urquiza como personaje lo atraparon al investigar su vida? 

–A mí me gustó el grito que dio cuando lo iban a matar: «¡Canallas! No se mata así a un hombre, delante de su familia.» Eso me parece que pinta de cuerpo entero a esa personalidad. No tiene problemas en generar violencia, lo que pide es que lo hagan con elegancia. «