El sistema de consagración literaria, tiene, como todo sistema, sus propias leyes. Lo mismo sucede con el olvido de figuras de la literatura, pero en este segundo caso, las variantes suele ser otras.

Beatriz Guido, figura clave del a década del 60, vivió y publicó en un tiempo en el que la incidencia de los intelectuales en la sociedad era mucho mayor que hoy. Junto con Leopoldo Torre Nilson, su pareja, brilló  en programas televisivos, en suplementos literarios y en diversos ámbitos del mundo cultural.

Sin embargo, su obra hoy es poco leída, como si su gran protagonismo no hubiera sido suficiente para  trascender su muerte. En ese olvido, sin duda, convergen diferentes razones. Una de ellas es, posiblemente, su pertenencia o su pretensión de pertenecer la clase alta y a la marca que esto  tuvo en su escritura. Ella se ocupó de agrandar el mito de esta pertenencia con anécdotas fantasiosas y forzando un poco su árbol genealógico. Antiperonista confesa, fue una crítica feroz, como lo demuestra, sobre todo, en su novela El incendio y las vísperas.

En el libro Las olvidadas Cristina Mucci recoge unas declaraciones de ella referidas a Perón: “Fue un hombre -sentenció Guido-que quiso hacer cosas, pero no le interesó la reforma social definitiva, la agraria, por ejemplo. Salvo las ciento setenta y ocho leyes obreras y el Jockey Club (que lo quemó) dejó todo como estaba.” A ese incendio se refiere la novela mencionada.

Arturo Jauretche le dedica todo el capítulo VIII (“Una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo”) en  El medio pelo en la sociedad argentina: “El incendio y las vísperas” –dice- me ha proporcionado una excelente cantera para la individualización de los “pillados”, que constituyen el “medio pelo” y el origen de muchas de las pautas que los rigen. Es el único interés del mismo ya que, como lo he dicho en algún artículo periodístico, se trata de una autora marginal a la literatura, de un subproducto de la alfabetización. El lector debe comprender que el espacio que voy a dedicarle sólo se justifica por el interés del disector frente a la pieza anatómica. Tampoco interesaría sin su éxito editorial, que es el que nos advierte de la existencia de un vasto sector para esa clase de mercadería. (…) Sin la existencia de las «gordis» este éxito editorial sería incomprensible. Requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro, la ignorancia y la petulancia intelectual, la falsedad en la posición y el aplomo para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del país completamente sofisticada a través de una lente de convenciones deformantes y tenidas por ciertas.”

Beatriz Guido no se cansaría de repetir que la diatriba de Jauretche contra ella solo le había ayudado a vender más libros.

Cesar Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos, rescata sus cuentos sobre sus novelas y refiriéndose a El incendio y las vísperas dice que “tiene facetas de esnobismo francamente hiperbólicas”.

Por su parte, David Viñas se refiere a ella en Literatura argentina y realidad política (1964). “Hoy, -afirma- escribir sobre el recuerdo de las infamias de la oligarquía es engrandecerla a través de lo mejor que le queda, de ahí que la simple descripción se convierta en la exaltación que esa clase estimula y agradece.»

Más allá de la calidad de su obra, lo cierto es que entre las críticas prevaleció más su posición política que su escritura. Y, de algún modo, su condición de mujer  le jugó en contra como también lo hizo con otras escritoras, por ejemplo, Sara Gallardo, redescubierta en los últimos años, pero injustamente ninguneada.  Si Guido se “inventó” una aristocracia a la que en realidad nunca perteneció –Mucci señala que siempre dejó en sombra la figura de su abuelo inmigrante, tejedor de canastos- Gallardo sí perteneció a la alta sociedad y también fue juzgada por eso, mientras en el caso de Bioy Casares su pertenencia social no fue tenida en cuenta en el momento de juzgar su obra.

Nacida en Rosario el 13 de diciembre de 1923, estudio Letras en Buenos Aires y Filosofía en Roma. Su padre fue el famoso arquitecto Ángel Guido,  uno de los que participó del diseño del emblemático monumento a la bandera de esa ciudad.

En 1947, su padre decidió hacerse cargo de la publicación de su primer libro, Regreso a los hilos, de que, según señala Mucci nunca fue reeditado y al que jamás se refirió. “Se trata –dice la autora de Las olvidadas– de una colección de cuentos bastante pretenciosos, como suelen ser los primeros intentos de un escritor.”

Con su primera novela, La casa del ángel (1954), ue ganó un importante concurso literario de la editorial Emecé  y saltó a la fama de inmediato. Años más tarde, reconocería que la premiaron por “amiguismo” porque conocía al jurado al que, además, se dedicó a seducir. Leopoldo Torre Nilsson la llevó al cine, lo que le dio gran repercusión.

Más tarde publicaría La caída, una novela con elementos autobiográficos, le seguiría Fin de fiesta (1958) con la que comenzó la inclusión de los temas sociales y políticos en su obra y también fue llevada al cine por Torre Nilsson. El 1964, sería el turno de su tercera y controvertida novela, El incendio y las vísperas. Escribió, además, nouvelles, varios libros de cuentos e incursionó en el teatro.

En su ciudad natal le rendirán diversos homenajes al cumplirse los 100 años de su nacimiento. Se harán reediciones de sus libros y hoy, el Concejo Municipal de Rosario rendirá homenaje colocando una placa conmemorativa  en el Pasaje Juramento.
En la ciudad de Buenos Aires, el Centro Cultural San Martín la homenajeará el próximo viernes a las 19 con un encuentro homenaje: “Un mundo propio en la cultura iberoamericana” que reunirá un importante panel de personajes de la cultura: Diego Berardo, Adriana Martínez Vivot, Oscar Barney Finn y José Miguel Onaindia. Además las actrices y dramaturgas María y Paula Marull leerán «Usurpación» y se anunciará la aparición de un nuevo ensayo escrito por José Miguel Onaindia y Diego Sabanés y la reedición de su obra por la Editorial Eudeba.