Con la dosis perfecta de sátira humorística y rigurosidad académica, los autores indagan en los lugares comunes de la economía ortodoxa y plantean una mirada original sobre la situación de la Argentina y las posibilidades que se abren pospandemia.

De la mano de editorial Continente, llega esta semana a las librerías “Manual del Economista Serio”, el nuevo libro de Mariano Kestelboim –economista, periodista y actual embajador de la Argentina ante el Mercosur– y Sebastián Fernández, el comentarista político conocido en las redes sociales como Rinconet, que en este libro se permite también ilustrar cada capítulo.

Pensado como una herramienta para batallar contra el discurso críptico y plagado de lugares comunes que suele adoptar el análisis económico ortodoxo –más cercano a la anteojera ideológica que a la puesta en debate real–, el Manual del Economista Serio desanda el camino de esa construcción, con ironía y exactitud técnica.

“Denuncian con ahínco los monopolios del Estado y comprenden las ventajas que las posiciones dominantes aportan a una empresa privada”; “No suelen exhibir emociones fuertes, excepto para reclamar mayor ajuste del gasto público”. Estas son solo algunas características de estos personajes, ensalzados por los medios de comunicación y citados hasta el hartazgo por los decisores políticos, a pesar de sus constantes yerros y omisiones.

Es que “No es el modelo que se equivoca, es la realidad que falla”, como reza el subtítulo de este manual que abre el debate e invita a repensar la economía en clave de mayorías. ¿Pero qué hay detrás de estas figuras y discursos? Es ahí donde Kestelboim y Fernández logran ahondar en las contradicciones de un modelo económico que cambia de traje pero no abandona las mañas, y se permiten plasmar alternativas posibles desde la Argentina pospandemia.

Adelanto del libro

“Son economistas serios porque no suelen exhibir emociones fuertes, excepto para reclamar mayor ajuste del gasto público; manejan un lenguaje técnico, son formales y emplean términos en inglés con naturalidad; se dicen adoradores del liberalismo y denuncian todos los proteccionismos, salvo los del resto del mundo.

Su foco de análisis es lo financiero y lo fiscal y tienen desdén por el análisis de la actividad productiva y la distribución del ingreso. En general, solo evalúan cuestiones vinculadas a la producción para referirse a la cosecha cuando buscan justificar alguna proyección sobre el mercado cambiario o al hablar del crecimiento; la problemática pyme poco les interesa pero, si hace falta, no dudarán en destacar su importancia.

Visten formalmente, los varones son amplios dominadores del espacio, las mujeres, en gruesa minoría, casi no intervienen, y conforman un pelotón en los medios de comunicación y redes sociales. Sus exposiciones, con tono mesurado que defiende el necesario sacrificio de millones de personas, aplaudidas por el establishment, son respetadas, en general, en la prensa más allá de que suelen equivocarse notoriamente en sus pronósticos y que, al aplicar lo que recomiendan, empeore la calidad de vida de las grandes mayorías.

Denuncian con ahínco los monopolios del Estado y comprenden las ventajas que las posiciones dominantes aportan a una empresa privada. Llaman liberalismo a que el Estado se ocupe solo de lo esencial: proteger a las grandes empresas de las inclemencias del mercado. Y postulan al mercado como ordenador natural de la economía.

En pocas palabras, representan una extraña mezcla de gurú, que maneja un saber esotérico vedado al resto de la ciudadanía, y de plomero, es decir, de técnico que resuelve un problema específico aplicando un saber desprovisto de carga ideológica e influencias políticas. En efecto, administrar un país es una tarea similar a la de reparar el flotante del inodoro, solo se trata de aplicar el manual de procedimientos adecuado.

Supuestamente, detrás de su discurso, no existe ideología, ni siquiera política, solo soluciones puramente técnicas, aplicables en cualquier momento y lugar”.