Advertencia para el lector. Al abrir Un polvo en condiciones (Anagrama) de Irvine Welsh, comenzará a sentir un olor mortuorio de cuerpos en descomposición, de esperma endurecido, de vaginas promiscuamente hospitalarias, de sábanas sucias, de sangre seca y sucesivos sudores dispuestos en capas geológicas. Verá el color verde tornasolado de las moscas que sobrevuelan la carne putrefacta y escuchará el insistente zumbido de su vuelo. Palpará también la costra mugrosa de las botellas vacías y las flores de plástico que nadie se ocupó nunca de limpiar. Es posible que una sensación de asco lo acompañe durante toda la lectura de su historia de marginales en la que conviven el humor y los tonos más sombríos. Esa es la marca de la escritura del autor que hace 25 años escandalizó al mundo con Trainspotting y que visitó la Argentina invitado por el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA). Fue el protagonista de una charla abierta, participó de un panel y, junto con Maxi Martina, fue DJ de la fiesta con que el festival cerró y festejó sus diez años de vida ayer por la noche.

En contraposición con su literatura, Welsh es un hombre pulcramente vestido de oscuro, con aspecto de recién bañado, que no acusa la edad que tiene, canturrea alegremente y se ríe a carcajadas.

Un polvo en condiciones se abre con una frase de Aldous Huxley: «Un intelectual es alguien que ha encontrado algo más interesante que el sexo». ¿El libro es una expansión de esa frase?

–Sí, absolutamente. La historia que cuento trata de eso, de la necesidad de reconciliar nuestro lado animal con nuestro lado humano.

–¿Quiere decir entonces que para hablar de Faulkner y leer mucho, como le sucede a su personaje Terry Lawson luego del infarto, hay que ser sexualmente desgraciado?

–Espero que no (se ríe a carcajadas). Creo que todo en la vida tiene que ver con un balance. Vivimos en una sociedad en la que hay una profunda división del trabajo, donde todo está muy compartimentado. Así es la sociedad industrial a la que pertenecemos. Siempre he amado el arte, la literatura, la música, el deporte. Me gustan mucho el box, el fútbol y también correr. Pero siempre hay un momento en que la sociedad trata de empujarte a una cosa o la otra. La presión de tener que elegir entre una cosa y otra es algo que me molesta hasta el día de hoy. Me parece que las dos cosas son importantes para el ser humano. Yo obligaría a los chicos que son ratoncitos de biblioteca a que hagan deporte y a los que hacen deporte, a leer libros.

–¿Usted logró conciliar ambas cosas?

–No se trata de conciliar, sino simplemente de hacer cosas que nos dan placer. Sí me resultaba difícil conciliar los diferentes ámbitos en que me movía cuando era chico. Me pasaba varios días escribiendo poemas encerrado en mi habitación y de pronto me daban ganas de jugar al fútbol. Cuando iba a jugar, me decían: «No, ya te reemplazamos porque no viniste a los entrenamientos». Me pasaba lo mismo con la banda musical. Un día iba a boxear, volvía con la cara hinchada, hecho pelota y los de la banda me decían «pero hoy tenemos que tocar, cómo te vas a presentar así».

¿Se siente identificado con un modelo de escritor vital como Hemingway que boxeaba y cazaba?

–(Se ríe de manera estentórea) No, para eso tendría que escribir un libro que estuviera ambientado en el Caribe (risas). Creo que no tengo mucho en común con él. Yo nunca me dedicaría a cazar, ni a pescar, ni a bucear. Hemingway hacía todas esas cosas para probar que no era gay. Desconfío de quienes se esfuerzan en demostrar lo masculinos que son.

En su última novela, Jonty es un personaje que tiene a su cargo escenas terribles, como la de la relación sexual con su novia muerta. ¿Qué sintió al escribirla?

–Hay tres escenas de sexo que involucran a Jonty: una en la que es violado por su suegro, otra en la que es seducido por su hermana y una tercera en la que tiene relaciones sexuales con el cadáver de la novia. De las tres, aquella en la que no hay una explotación sexual, la más benigna es esta última que no tiene que ver con el sexo, sino con el afecto. Jonty quiere conectarse con ella. En las otras, en cambio, es una víctima de la coerción y la seducción. A pesar de que tienen un contenido de humor, me sentí mucho más incómodo escribiendo las dos primeras. Creo que Jonty es una persona que carece de aptitudes sociales. Y con esto no quiero decir que sea un idiota o tenga problemas mentales, nada de eso. Es más bien una persona que ha sido abandonada a lo largo de su infancia, una persona que se tuvo que criar a sí misma. Es prácticamente un chico salvaje y por eso confía tanto en los demás. Ese es el motivo por el que lo manipulan, porque no tiene las herramientas sociales que se precisan para defenderse. Pero, al mismo tiempo, tiene una astucia innata y un sentido muy definido de lo que es correcto y de lo que no lo es.

–También Terry, dentro de su marginalidad, tiene un gran sentido ético.

–Todo el mundo necesita algún tipo de código para navegar a lo largo de su vida. Si alguien no tiene este código, lo que termina guiando su vida son la paranoia y el miedo. Por eso destruyen al otro para evitar que el otro los destruya a ellos. A falta de código ético recurren a ese instinto básico que es el miedo.

¿El éxito de su primera novela, Trainspotting, ¿lo condicionó para seguir escribiendo?

–No, realmente no. El éxito que tuvo Trainspotting fue para mí una fiesta. Fue como una bomba, pero positiva. Antes de su publicación yo había terminado de escribir Acid House. Eso me generó un pequeño problema porque, después de un éxito tan grande, no sabía bien qué hacer con esta novela ya terminada. Pero luego de Trainspotting escribí Éxtasis, Escoria y Cola en un espacio de sólo cinco años. Si me hubiera tomado 30 años, me habría rascado el mentón y me habría dedicado a decir «pobre de mí», habría sido alabado como el mayor genio literario de todos los tiempos. Pero la gente tiende a pensar que si un escritor sacó libros tan rápido es porque muy bueno no puede ser.

–El éxito es tolerado hasta un cierto límite.

–Mi postura es la siguiente: cualquier escritor que venda más que yo, no es talentoso. Y cualquier escritor que venda menos que yo, es un envidioso (risas).

–Lo mismo pasa con el Nobel. Si un escritor está nominado y no lo gana, todo el mundo dice que es una injusticia. Si lo gana, es un mal escritor.

–Estoy de acuerdo. Eso se dijo de mí en 1993, cuando tendrían que haberme nominado y no me nominaron (risas). Hace poco mi editor apareció ternado para el Booker Prize porque escribió un largo poema novelado. Para mí sería vergonzoso que mi editor ganara el Booker Prize y no yo. Es como ir a un boliche todo producido, vestido con toda la onda, llevar un perrito con una correa y que de pronto aparezca una top model, se enganche con el perrito, se lo lleve a la casa y a vos no te dé ni cinco de bola (risas).

Si a usted, que escribe sobre marginales, le dan el Nobel, van a decir que transó con el sistema.

–Eso es precisamente lo que me ha dicho cada una de las personas que conozco ante mi éxito, que transé con el sistema. Es como si yo estuviera comiendo en un restaurante muy lindo y los demás me miraran comer desde afuera con la nariz pegada al vidrio. Cuando alguien gana un premio, la gente también suele decir que se acostó con algún miembro del jurado.

–Volvamos a su última novela. ¿Podría decirse que en ella los marginales toman revancha?

–Sí, creo que todos mis libros hablan de eso. Escribir un libro sobre marginales ya es darle una oportunidad de venganza al marginal que ha quedado siempre tan excluido del mundo de la ficción.

–Su libro tiene olores, produce sensaciones táctiles, apela a los sentidos. ¿Es algo que busca o le sale naturalmente?

–Las dos cosas: me sale y lo busco. Siempre que doy charlas sobre escritura hablo de la importancia de provocar los sentidos. Si se escribe sólo desde la cabeza, la escritura pierde humanidad. Convocar al tacto, al oído, al olfato es la forma de que el lector se sienta dentro del libro.

Usted también es músico. ¿Qué le gusta escuchar?

–Todo, absolutamente todo, sin excepción. No discrimino, no hay un género musical que no me guste. Me regalaron un disco de un músico argentino cuyo nombre no recuerdo. Seguramente lo voy a disfrutar mucho cuando vuelva y me va a abrir todo un abanico en materia de música. Pero escucho a Malher y a Bach y también punk rock, country o tecno. Soy una persona con oídos hambrientos.

–¿Y qué le gusta leer?

–Absolutamente todo. También soy una persona de ojos hambrientos. «

De escritor a DJ

¿Cómo se preparó para ser el DJ en la noche de clausura del FILBA?

–En realidad no me preparo mucho antes de presentarme en un lugar. Pongo algunas canciones en un USB, luego las paso a la bandeja digital y dejo que la música se exprese, que hable por sí sola, porque la cosa pasa por divertirse, por levantar el puño en el aire y hacer uahhhh, uahhh (hace el gesto de me mover un disco). Cuando  estoy solo en mi casa, en cambio, soy más intrincado, más complejo. En la fiesta mostré por primera vez algunas de las canciones del álbum que estoy haciendo con mi banda., toda música original

–¿Trabaja como DJ o sólo se presenta en fiestas de amigos?

–No, soy un profesional, por eso me propusieron que pasara música en la fiesta que cerró el Festival. Soy tan profesional que tengo un agente y un manager especialmente dedicados a manejar mis actividades como DJ.