La escritora chilena acaba de publicar Mujeres del alma mía, un libro en el que recorre su vida y habla de su rebeldía contra el machismo que nació en su infancia. También se refiera a la defensa de los derechos de las mujeres que ejerce a través de su fundación.
Con estas palabras comienza Mujeres del alma mía. Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas, el último libro de la bestseller chilena residente en California Isabel Allende, que acaba de aparecer en Argentina a través de Editorial Sudamericana y que, aun en medio del a crisis económica generada por el coronavirus, seguramente se venderá tanto como La casa de los espíritus, De amor y de sombra o Cuentos de Eva Luna.
Esta vez, sin embargo, no se trata de ficciones afiebradas para las que parece haber tomado prestada la máquina de hacer milagros imaginativos de García Márquez, sino de un libro de no ficción en el que cuenta su historia a la par que su relación con el feminismo. Si es cierto que somos de adultos solo una ampliación del niño que fuimos, la posición de Allende respecto de las mujeres y el deseo de luchar por sus derechos tuvo su origen en la imagen de su madre, según ella misma se encarga de decirlo.
Pero además de Panchita, su madre, por el libro desfilan muchas otras mujeres ligadas a ella de maneras muy diferentes: la agente literaria Carmen Balcells o escritoras como Virginia Woolf o Margarete Atwood. También celebra la irrupción de MeToo y reflexiona sobre temas como la pandemia y el amor. Además, entre las páginas de prosa intercala algunos poemas que hablan de la mujer, desde Sor Juana Inés de la Cruz a Violeta Parra.
Su enojo visceral contra el machismo nació al ver la situación de subordinación en que se encontraba su madre, pero también las empleadas de su casa. Demasiado rebelde para la imagen femenina que era el ideal de su época, su madre consultó a un médico para ver si esa rebeldía innata que se expresaba a través de síntomas como los cólicos frecuentes obedecían a alguna razón física como el llevar dentro de sí una tenia saginata. Pero, según parece, era solo la somatización de su profundo rechazo por el desmedido protagonismo femenino.
Acusada de rebelde, fue expulsada a los seis años de una escuela de monjas alemanas, aunque considerada la situación desde el presente, la autora tiende a pensar que se trató más de la condición de madre soltera de su madre que de su resistencia a aceptar imposiciones con las que no concordaba. De manera inútil su madre le rogaba que fuera discreta, pero la pequeña Isabel no aceptaba sometimientos. “No sé de dónde has sacado esas ideas –le dijo cierta vez su madre- vas a adquirir fama de marimacho.” Esta última palabra, hoy casi desterrada del vocabulario, era común en esa época y se utilizaba no para designar el lesbianismo como podría pensarse, sino para marcar a las mujeres que no se ajustaban al ideal femenino dictaminado por la sociedad patriarcal. Hay que reconocer que en algo no se equivocó su madre: Isabel adquirió fama, pero no lo hizo por su actitud disidente respecto de lo que se suponía que debía ser una mujer, sino porque resultó ser una escritora exitosa.
“Durante décadas pensé en mi madre como una víctima –dice Allende, pero he aprendido que la definición de víctima es alguien que carece de control y poder sobre sus circunstancias y poder y ese no era su caso. Es cierto que mi madre parecía atrapada, vulnerable, a veces desesperada, pero su situación cambió más tarde cuando se juntó con mi padrastro y empezaron a viajar. Podría haber bregado para tener más independencia, hacer la vida que deseaba y desarrollar su enorme potencial, en vez de someterse, pero mi opinión no cuenta, porque pertenezco a la generación del feminismo y tuve oportunidades que ella no. “
Aunque su actitud frente a la vida fue muy diferente de la de su madre, la escritora dice haber heredado de ella un rasgo significativo: la vanidad que la llevó siempre a cuidar su aspecto y a tratar de convertirse a través de la cosmética y los cuidados corporales en la mejor versión posible de sí misma.
Según descubrió a partir de los 50 años a través de la terapia psicológica, fue que comprendió que su rebeldía de infancia estaba fundada en la ausencia de su padre biológico. Por otro lado, le costó mucho aceptar a su padrastro, a quien llamaba tío Ramón para no darle ningún status que pudiera emparentarse con la paternidad.
La situación cambió al nacer su hija Paula, la que murió muy joven contradiciendo la ley natural no escrita de que los hijos deben morir después que sus padres. Ramón y Paula se profesaron un amor mutuo tal como un abuelo y una nieta, aunque ese lazo no se fundara en la biología.
En el texto, la autora entrelaza datos de su biografía, desde su relación con su madre al amor de su vejez- a través del cual admite que logró un rejuvenecimiento y un impulso nuevo para vivir- con datos sobre la situación de la mujer en el mundo y reflexiones sobre el machismo que son de su propia cosecha. También se toma cierta revancha con quien (o quienes) la cuestionaban como escritora, ya que, según parece, sus voces fueron acalladas y no les quedó otra que admitir su derrota cuando ella ganó el Premio Nacional de Literatura de su país.
La historia de su hija fallecida le produjo grandes dividendos que la autora entendió que no le pertenecían a ella, sino a Paula. Razón por la cual los depositó en una cuenta especial hasta poder dilucidar qué hubiera hecho ella con ese dinero. Fue así como nació su Fundación “cuya misión es invertir en el poder de las mujeres y niñas de alto riesgo, porque esa fue también la misión de Paula durante su corta vida. Fue una decisión acertada; gracias a esa fundación que se sostiene con una parte sustancial del producto de mis libros, mi hija sigue ayudando en el mundo. Pueden imaginar lo que eso significa para mí.”
El libro o parte de él fue escrito durante la pandemia en compañía del amor de su vejez, Roger. Ambos consideraron que la casa que comparten era e refugio ideal para huir del coronovirus.
Como optimista a ultranza que es, Allende afirma que la pandemia era el sacudón que el mundo necesitaba para preguntarse cuál debe ser su rumbo. Según declara, está convencida de que seremos mejores cuando termine la pesadilla del virus que hoy comparte todo el mundo.
El libro lleva a pensar que quizá tenga algo de cierto la teoría que afirma que un escritor o un artista en general es un pesimista, un inadaptado social que se empeña en crear mundos paralelos debido a la imposibilidad de ubicarse cómodamente en el mundo real. Por cierto, la teoría tiene algo de romántico en cuanto a la reivindicación del sufrimiento como punto de partida de la creación. En mayor o menor medida, todo el mundo sufre, pese a lo cual no todo el mundo es escritor. Sin embargo, lo que se percibe en Allende, tanto en su último libro como en los anteriores, es más bien una sobreadaptación al mundo real que le quita profundidad a su producción. El sufrimiento aparece más como tópico que como sentimiento a explorar, aunque, por supuesto, es innegable que la muerte de su hija debe haberla sumido en la angustia. En la parte biográfica de su libro, su vida aparece tan ordenada como un armario al que Marie Kondo le hubiera impuesto su orden implacable. Y en la proclamación de su feminismo hay tal corrección política, tal acuerdo total consigo misma que el exceso de prolijidad llega a molestar. En general, las pasiones aparecen pasteurizadas y envasadas al vacío, pero resulta innegable que todos esos elementos para sus lectores son una virtud muy apreciable. Basta con revisar las cifras de venta de sus libros para confirmarlo.
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