Si hubiera que hacer una lista que incluyera a los intelectuales más importantes del siglo XX, sin duda, estaría encabeza por Jean-Paul Sartre, de quien el 15 de abril se cumplen 40 años de su muerte.  

Con Simone de Beauvoir formó una pareja que podría calificarse de “estelar” quizá porque el protagonismo intelectual femenino era mucho menos frecuente que hoy. Como tampoco la filosofía escapa a las modas, hoy Sartre es considerado más desde una mirada arqueológica de la filosofía que desde un pensamiento vigente. Ella, en cambio, volvió a la palestra de la mano de las luchas femeninas del siglo XXI.

El universo en que vivió Sartre era muy diferente del actual. El mundo estaba dividido en dos campos políticos, las ideologías no estaban consideradas como hoy, una suerte de enfermedad del pensamiento, las discusiones intelectuales estaban a la orden el día y las ideas parecían ser más importantes que aquellos que las sostenían. Por cierto, la discusión de Sartre con Albert Camus –quien también merece encabezar la lista de los grandes escritores del siglo XX- fue antológica y quedará para la historia del pensamiento.

Sartre se manifestó contra el colonialismo, apoyó las insurgencias destinadas a hacer temblar el statu quo, se situó ideológicamente al lado del tercer mundo, adscribió al marxismo y escribió tanto obras filosóficas como literarias. Entre las primeras se cuentan Crítica de la Razón dialéctica, El ser y la nada, El existencialismo es un humanismo (versión taquigráfica de una conferencia dictada en 1945 y luego publicada en formato libro). Fue dramaturgo (A puerta cerrada), novelista (La náusea), cuentista (El muro), y también crítico literario (El idiota de la familia, su monumental ensayo sobre Flaubert).

En una entrevista definió el existencialismo como: “ la superación de la búsqueda de la esencia del ser humano para centrarme sólo en su existencia.”

En 1945, De Beauvoir y Sartre fundaron la revista Les Tempes Modernes que cerró hace apenas un año, en 2019, por lo que abarcó momentos muy distintos de la historia. Publicó nada menos que 700 números. Por sus páginas desfilaron desde Lacan a Levi-Strauss, desde Merleau-Ponty a Ana Arendt y Faulkner. En el primer número, un editorial de Sartre se proclamaba a favor del compromiso del escritor: “Puesto que el escritor no tiene medio alguno de evadirse, queremos que abrace estrechamente su época; es su única oportunidad; está hecha para él y él está hecho para ella. No queremos dejar escapar nada de nuestro tiempo; quizá los haya más bellos, pero éste es el nuestro; no tenemos más que esta vida para vivir, en medio de esta guerra quizá de esta revolución…” Y agregaba: “Nuestra intención es concurrir a la producción de ciertos cambios en la sociedad que nos rodea. No para cambiar las almas, eso concernía a los especialistas» sino para modificar “la condición social del hombre y la concepción que él tiene de sí mismo”.

En 1973, junto a otros intelectuales fundó el diario Liberation.

Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1940, cayó prisionero. Cuando obtuvo la libertad se dedicó a colaborar con la Resistencia.

“¿Porque hoy hay un olvido de Sartre? pregunta José Pablo Feinmann.” Y responde: “Porque Sartre les dice a los señores filósofos, académicos de hoy: miren, la Filosofía no es para apoltronarse en las universidades. La Filosofía es para sacarla a la calle. La Filosofía tiene que comprometerse con el barro de la historia.” Y para ayudar a definirlo cita una frase de Eduardo Grüner: “Ser Sartre es estar siempre en la vereda de enfrente”.

La polémica con Camus

Ambos eran existencialistas. Ambos eran de izquierda. Sin embargo, sostuvieron una polémica encendida que mantuvo en vilo no sólo a Francia, sino también a los seguidores que ambos habían cosechado en distintos lugares del mundo. Era un momento en que las discusiones políticas ocupaban un lugar protagónico en el campo cultural, hoy mucho más propenso al eclecticismo teórico y a la corrección política.

En 1951, Camus publicó El hombre rebelde. En este texto equipara el régimen stalinista con el nazismo y se pronuncia a favor de una crítica equitativa que rechace ambos totalitarismos y las atrocidades que cada uno cometió, como los campos de concentración. Sartre tomó esta afirmación como una agresión a las posiciones de izquierda y, con su afilada lengua, puso en cuestión la inteligencia del autor de El extranjero.  «La existencia de estos campos puede indignarnos, dijo, causarnos horror; pueden obsesionarnos, pero ¿por qué habrían de embarazarnos?… Creo inadmisibles esos campos; pero tan inadmisibles como el uso que, día tras día, hace de ellos la prensa llamada burguesa.”

La pelea fue adquiriendo cada vez más voltaje fogoneada, sobre todo, por Sartre que solía ser un provocador no sólo con sus colegas, sino también con la prensa. Gran parte de esa pelea pasó por la revista Les Temps Modernes.

Ambos se convirtieron en el peor reseñador del otro. Pero Camus no guardó silencio. Por el contrario, menospreció La náusea, obra de la que dijo que no era en absoluto una obra de arte.

La encendida polémica entre ambos, que en determinado momentos compartieron una misma cosmovisión, demuestra que cerca están a veces, el odio y el amor.

El hombre que rechazó el Premio Nobel

El siglo XX fue, entre otras cosas, el siglo de los grandes gestos éticos en virtud de un “compromiso” –una palabra que hoy se considera tan ingenua como pasada de moda- en lo político y en lo social. Uno de los grandes gestos de Sartre fue rechazar el Premio Nobel y así  explico los motivos de su rechazo: “Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. ¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político. Si hubiera aceptado el Nobel –y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo– habría sido cooptado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido otorgado; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones ´extremistas´´ se lo integra necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: «Finalmente es de los nuestros». Yo no podía aceptar eso.

La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo… tendría miedo de que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de otorgarme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero. Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: ‘Deme a mí el dinero que rechaza’ » (…) Y además está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia.”

El final

En los últimos años de su vida, Sartre tuvo un deterioro físico notable. En 1973 estaba casi ciego y más tarde, un accidente cerebrovascular lo sacó de combate para transformar al hombre orgulloso que fue, en un ser frágil y dependiente.

Simone de Beauvoir habla de su deterioro físico durante los 10 últimos años de su vida en La ceremonia del adiós, libro publicado en 1981.

Sartre murió el 15 de abril de 1980 en el hospital de Broussais. Tenía 74 años y era una persona enormemente popular en un momento en que los intelectuales ocupaban el lugar que luego ocuparon las estrellas de cine y hoy les pertenece a los “famosos” independientemente de la causa a que obedezca su fama. Hay quien dice que a su entierro asistieron 20.000 personas. Otros afirman que fueron 50.000. Lo cierto es que la cantidad fue enorme, sobre todo si se la considera desde hoy, en que los intelectuales han sido desplazados de los lugares protagónicos.