«En mí la poesía no ha sido una experiencia de cultura, sino de conjura  y salvación»,  dice Jorge Alemán, poeta y psicoanalista –el orden de la enumeración no está elegido al azar– quien, luego de casi una decena de poemarios,  acaba de publicar, La hora del rechazo (Ediciones Activo Puente).

Este nuevo libro de poemas fue presentado recientemente en el Centro Cultural Borges por el artista plástico Daniel Santoro, el poeta Daniel Freidemberg y la escritora Susana Cella. En este viaje a la Argentina presentará , además, Breviario político de psicoanálisis (Ned Ediciones) que no se aborda en esta nota.

La materia prima del trabajo de Alemán es siempre la palabra, pero su reconocimiento como psicoanalista ha eclipsado en parte su labor poética, aunque hace años, antes de partir a su exilio español, fue merecedor del Premio Nacional de Poesía del Fondo Nacional de las Artes. Más allá de este dato y de cuál es el costado que más se destaca socialmente, él afirma–y lo demuestra en sus libros– que la poesía está en el núcleo mismo de su relación con el lenguaje.

Creo que debe ser difícil para alguien que es muy reconocido como psicoanalista y que es consultado en los medios por temas sociales y políticos ser considerado como poeta y no como un psicoanalista que escribe. ¿Cómo se piensa usted en relación con la poesía?

–Sería muy difícil pensarme como poeta porque los poetas constituyen un ámbito que, como en todos los ámbitos, hay ciertos protocolos de reconocimiento entre ellos mismos, en las revistas, en las editoriales. Y yo, a raíz del exilio, no me preocupé nunca más de eso en España. Aquí había ganado un premio del Fondo Nacional de las Artes, pero luego no me ocupé de entrar en el ámbito de la poesía. Es algo que me hubiera demandado mucha energía. Solo la escribo, la publico y espero que algunos la lean.

–Pero este es su octavo o noveno libro de poesía.

–Sí, comencé a escribir a los 18 años y la verdad es que mi relación original con el problema de la lengua y de cómo habitar el lenguaje tiene su punto de partida en la poesía. He sido primariamente un lector de poesía. Lo que pasa es que no hice del poeta una profesión ni un signo de identidad, pero sí me resultó absolutamente vital e indispensable mantener mi relación con la escritura poética, hasta tal punto que creo que mis lecturas, las que están presentes en mis libros de otro género, mis lecturas de Lacan, de Heidegger, de Marx, de Freud siempre estuvieron muy determinadas por mi horizonte poético. Lo de mi intervención en los medios es una contingencia inexplicable. No entiendo, realmente, cómo alguien que se dedicó a estudiar lo que estudié es consultado por los medios. Yo no lo busqué. Se dio por una serie de contingencias, porque aparecí un día en un programa, porque escribo en Página 12. Esa participación es una actividad que considero una especie deber hacia el país, pero no es lo que yo vivo. Estoy en España hace 46 años y ahora va a salir mi libro de poesía también allí. Mi relación con el texto poético está en primer lugar. Dejemos a Freud y Marx de lado porque son especialistas de corte más tradicional, pero tanto Lacan como Heidegger  son dos escrituras en las que la vertiente poética se vuelve muy determinante. Los dos juegan con el sentido, los dos ponen en el límite la cuestión del sentido, de la enunciación y muchos elementos que, si no tomamos a la poesía como un género literario, sino como la condición primera del lenguaje y su escritura, ambos,  por la manera en que tratan a la palabra, encuentran un ámbito muy hospitalario en la poesía.

Desde siempre, además, el psicoanálisis estuvo muy ligado a la literatura. De hecho Freud escribía muy bien por lo que obtuvo el premio Goethe.

–Sí y es increíble cómo aguantó el paso a la traducción. Ortega y Gasset le recomendó a López Ballesteros que lo tradujera muy tempranamente en España, en 1911, y él lo hizo con una prosa bastante lograda e interesante. Después fue prohibido, pero en España se tradujo mucho antes que en Francia y que en Inglaterra. Freud tiene un ámbito literario muy abierto, igual que Lacan, pero en Lacan, además, hay relaciones personales con ciertos poetas, por ejemplo, con Michel Leiris. A la propia prosa de Lacan le podríamos asignarle un estilo gongorino, mallarmeano.

–Hermético.

–Sí. Yo no estoy identificado con ese tipo de poesía.

Su libro se llama La hora del rechazo. ¿Qué sería el rechazo que usted extiende al campo del exilio y del amor?

–Rechazo es un término que por razones estrictamente existenciales ha jugado en mi vida de una manera importante, aunque no tengo una definición poética muy clara de él. El libro es, precisamente, un intento de captar los distintos registros de esa palabra. Hay rechazo en el propio nacimiento, en el propio venir al mundo ya juega el rechazo.  

Foto: Eduardo Sarapura

–¿Es algo constitutivo del ser humano?

–Pienso que sí, aunque quizá en otros ese rasgo no tome la dimensión que ha tomado para mí. Este es el libro que más me ha costado escribir, pero no por razones de extensión, es un libro breve, sino por lo que tuve que poner en juego de mí mismo. Cuando me refiero concretamente a mi exilio, no me refiero al que se dio partir del 76 aunque eso también cuenta, sino a un cierto extrañamiento con respecto a uno mismo, a cierta manera de estar siempre un poco afuera, en una situación de exterioridad respecto de los discursos porque yo no estoy del todo en la poesía, no estoy del todo en el psicoanálisis, no estoy del todo en la política, no estoy del todo en España, no estoy del todo en la Argentina. Pero, a la vez, estoy íntimamente vinculado a todas las cosas de España y a todas las cosas de la Argentina e íntimamente vinculado al psicoanálisis. Esa tensión quizá tiene que ver con lo que significó el rechazo para mí, el estar siempre un poco afuera.

Su libro tiene diversas divisiones internas. Una de ellas está referida a Safo. ¿Qué significa Safo en el universo poético en el que trabaja?

–Ya aparece en libros anteriores, especialmente en uno que escribí de joven, Iguanas, que le había gustado a mi querido poeta Néstor Perlongher. Yo quería darle lugar a la feminidad, a la perplejidad que supone para el escritor la existencia misma de la feminidad, independientemente de todas las cuestiones actuales de género, que para mí no reducen en absoluto el interrogante abismal de la feminidad. Por una razón absolutamente casual en la escuela secundaria la profesora de latín nos hizo aprender de memoria  el poema de Catulo que dice «Vivamus, mea Lesbia, atque amemus». Yo era un adolescente y ese poema me llamó poderosamente la atención, quizá porque es un poema fundacional de la poesía lírica. En ese momento nos burlábamos todos de la profesora de latín y de esa poesía, pero el poema volvió a aparecer en mí mucho después. La memoria tiene esas sorpresas.

¿Y cómo surge a partir de eso el nombre de Safo?

–El poema de Catulo me remitió a Safo. Yo quería darle un lugar a la feminidad, a la perplejidad que supone, el estupor que produce la existencia misma de la feminidad. Necesitaba encarnarla través de un nombre que, como un imán, pudiera atraer el campo de la feminidad sobre sí. Safo era una mujer escritora y abierta a las diferentes posibilidades de la feminidad. Su nombre, independientemente de su biografía, me resultó oportuno porque era el nombre de nadie y, a la vez, era lo que podía encarnar la equis de la feminidad. Safo existió y, a la vez, es esa incógnita. Safo interpela la relación falocéntrica y patriarcal de la escritura, en el sentido de que en ella hay un acto fundacional.

Luego hay otro apartado en el que cambia el tono. Se llama «El tipo dice» y tipo pertenece a la lengua hablada, coloquial.

–Sí, en un sentido más específico pertenece al mundo porteño. En España hubieran dicho «El tío dice». Además, uso el vos. Es un desdoblamiento del sujeto, que no es uno porque siempre está habitado por una otredad irreductible. Pasar de Safo al tipo me pareció una idea interesante. Necesitaba de ese tipo que habla de manera muy curiosa porque no recomienda nada, pero muestra esta división en la que estamos situados en tanto existencias.

–¿Al pasar de Safo al tipo no introduce también a Safo en la cotidianidad?

–No me hubiera atrevido a hacerlo de otra manera. En España hay grandes especialistas en las lenguas latina y griega, en las literaturas clásicas. Mi Safo era mi encuentro en la escuela secundaria con ese poema de Catulo que me remitió a ella. Podría haberme puesto a investigar y, de hecho, leí algunas cosas muy divertidas de su biografía, pero creo que hacerlo de otra forma hubiera desvirtuado mi propósito. La necesitaba como alguien que encarnara la feminidad y por otro lado, a cualquiera de las mujeres que podrían haber estado en danza en la vida de un pobre hombre.

–¿Es también reivindicar la lectura como una experiencia vital y no como algo ajeno a la vida? Me refiero a que Safo y el tipo tienen un mismo valor en cuanto a experiencia existencial, habitan un mismo mundo.

-Estoy de acuerdo porque la–marca argentina es eso: primero lector, después escritor. Entiendo que eso es lo que les pasa a muchos escritores argentinos que me interesan. Y esa lectura está en un campo existencial, no es un ejercicio académico, sino algo que atraviesa mi vida. Esta operación poética, para decirlo de algún modo, tiene que ver con las lecturas que me atravesaron y que he tratado de modular bajo mi registro. A su vez, el tema del rechazo las atraviesa a todas. Porque «La hora del rechazo», «Safo» «El tipo dice» y «Tránsitos», que son los cuatro bloques de mi libro, vienen siempre de la mano de las distintas resonancias que la palabra rechazo pone en juego.

–¿De qué forma jugaría el tránsito con el rechazo?

–Está bien la pregunta, porque no quería que la palabra rechazo fuera entendida en términos de nostalgia o de melancolía. Odio la idea de que el poema sea algo autobiográfico, depresivo, que tiene que ver con un estado de ánimo mío. He tratado de obtener de esa palabra la dimensión poética. A veces, la gente que lee estos poemas me pregunta qué me pasa, pero yo estoy a mucha distancia de querer expresar un estado de ánimo.  No quería, además, que la palabra rechazo se agotara, como pude suponer en algún momento, en su dimensión negativa, sino que abriera un tránsito. Por eso en «Tránsitos» hay poemas en donde puedo llegar a la otra orilla, en donde alguien visitó a ese hombre en la celda y le leyó La tierra baldía. 

Claro, el gran poema de T.S. Eliot. Justamente iba a preguntarle el porqué de esa mención, en qué sentido lo influyó ese poema.

–Simplemente, de joven lo estudié mucho y creo que es el poema perfecto. En el poema en que lo menciono hay  un personaje que se presenta en el margen, un personaje apagado que está tocando el timbre para entregar un pedido y, de pronto, hay un giro: «Y vos sos la única que me visitó en la celda para leerme La tierra baldía«. De repente aparece uno de los grandes nombres de la poesía universal. Es decir, hay un poema dentro del poema si lo tomamos en un sentido contemporáneo. Hay muchos poemas clásicos que merecen muchos estudios pero La tierra baldía es un poema repleto de estudiosos. Yo mismo, en mi biblioteca desordenadísima tengo varias versiones.

El orden en la biblioteca es algo difícil de lograr, casi imposible.

–Bueno, yo soy un caos en todos los aspectos. Escribo un poco para ordenarme. De otra manera no encontraría nunca un punto de detención. Mis libros de poesía son un modo de decir «estoy aquí, en este momento».   «

Tensión, sonido y sentido

¿Tienen un punto de contacto la palabra  del psicoanálisis y la de la poesía?

–Sí, tienen un punto de contacto muy estructural. La poesía juega con el sonido y el sentido, pero no puede reducirse ni al sonido ni al sentido. Hay una permanente tensión entre esos dos campos. También en la escucha analítica hay algo que se juega entre el sonido y el sentido. El propio Lacan tuvo expresiones del tipo «no soy suficiente poeta» o «por qué el bla bla bla de los pacientes no da nunca con un poeta», porque todos los pacientes hablan como hijos. Evidentemente, el funcionamiento mismo de la lógica del inconsciente está más próximo del acontecer poético que de la prosa.

–Me parece imposible narrar una sesión de análisis y narrar una poesía. ¿Es así?

–Sí, porque lo que ha estado en juego en una sesión no se presenta en el mismo momento en que se produce. Muchas cosas que se dijeron sólo cobran valor retroactivamente, como el poema que me llevó a Safo. Lo que se dijo aquel día y fue escuchado de una determinada manera, de golpe tiene un efecto de verdad.

 

En una orilla y en la otra

–¿También en España es considerado como un psicoanalista que escribe o allí lo ven de otra manera?

–En España también tengo cierta notoriedad como psicoanalista. Intervengo en los medios pero no del mismo modo en que lo hago aquí, porque allí los medios no tienen el vértigo que tienen en la Argentina.

La hora del rechazo lo publica en España una gran editorial de poesía de Málaga con un prólogo fantástico de una poeta malagueña, María Navarro, que ha entrado al libro de un modo muy diferente al de las intervenciones que he tenido aquí, en Buenos Aires, porque ella puso La hora del rechazo en diálogo.

De todos modos, es difícil, porque la gente está tentada siempre de otorgarle a uno una identidad definida. Por ejemplo, hay alguien a quien aprecio mucho intelectualmente que me dijo que quiere hacer una biografía intelectual mía, pero me aclaró de entrada que la poesía la iba a dejar aparte. Yo le dije que, en mi criterio, mis libros de poesía no están tan separados del resto. Pero a él eso no le interesa en lo más mínimo, es un académico y quiere leer mis otros libros y establecer relaciones. Me dijo que como Heidegger yo había escrito algunos poemas, pero que no le parecía algo relevante.

En cambio, a la poeta de Málaga sí le interesa mi poesía y la lectura del prólogo que escribió me emocionó mucho. Pero creo que este problema va estar siempre. La tendencia espontánea es considerar que soy un psicoanalista que escribe poemas.