Siguiendo la tradición de los diccionarios y enciclopedias singulares, José Retik acaba de publicar Diccionario de Psicopatología Fantástica (Ediciones Biebel). Se pueden citar como sus antecesores el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce, el Diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert, el Diccionario del argentino exquisito de Adolfo Bioy Casares, Una enciclopedia de datos inútiles de Homero Alsina Thevenet, la Guía de lugares imaginarios de Gianni Guadalupi y Alberto Manguel, el Diccionario Insólito de Luis Melnik, el Codex Seraphinianus de Luigi Serafini, Barbarismos de Andrés Neuman y, seguramente, muchos títulos más. Al diccionario de Restik lo hace aun más singular una presentación escrita por Pipo Cipolatti, un prólogo de Roberto Papateodosio y otro de Luis Antonio de Villena.

–¿Cuál es tu relación con el psicoanálisis y la psiquiatría?
–Soy psicólogo y fui vicepresidente del Colegio de Psicólogos de La Plata. Trabajé como concurrente en el Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero y tuve un acercamiento a las instituciones psicoanalíticas. Me sentí un poco decepcionado por esos grupitos con un líder que se van transformando en otros grupitos con otro líder que, a su vez, se van transformando en otro grupito…En ellos la discusión por el saber pasa a un segundo plano. Siempre escribí y me fui sintiendo mucho más cómodo en el campo de la literatura y mucho más incómodo en el campo del psicoanálisis. Espontáneamente se fue dando una separación parcial entre ambos porque seguí escribiendo sobre algunos temas relacionados con el psicoanálisis. Me manejé como un investigador en los temas sobre los que yo creía que había que pensar. De esas investigaciones salió la idea del documental Rompenieblas, una historia de psicoanálisis y dictadura. Yo entré a la facultad en 1987 y allí no se hablaba de lo que había pasado con las instituciones.

–¿Qué había pasado?
–Del documental surge que el psicoanálisis no asumió un compromiso institucional importante. Y cuando digo esto no hablo de la ingenuidad de ir al choque. Por ejemplo, si no recuerdo mal, durante la dictadura hubo un congreso en Nueva York en el que algunos psicoanalistas australianos plantearon la idea de hacer una declaración sobre lo que estaba pasando con la dictadura y los psicoanalistas argentinos se opusieron. No hice el documental para demostrar que el psicoanálisis no se comprometió o que sí lo hizo, sino para saber realmente qué había pasado.

–¿Cómo surgió el diccionario?
–Un día me pregunté por qué hay un manual que se llama Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), donde están reunidos y catalogados todos estos trastornos. Es como la Biblia de la psiquiatría. Los psiquiatras hacen los diagnósticos con este documento o bien con el CIE-10, que es el que se usa en Europa. Me pregunté por qué se hablaba de trastornos mentales y no neurológicos, neuroquímicos o cerebrales, dado que la posición de la psiquiatría biomédica es sostener que la causa de estos trastornos es orgánica. Esto me llamó la atención. Lo otro que me sorprendió es que no existe ningún test biológico, ni de neuroimagen, ni genético que pueda determinar por qué alguien es esquizofrénico. Eso lo dice Allen Frances, que desarrolló el DSM-IV durante años. Él sostiene que ninguna resonancia magnética ni la biología molecular pueden explicar esto. No hay test para diagnosticar esquizofrenia. Entonces, si un paciente va al psiquiatra y le dice que es Napoleón, el psiquiatra lo escucha. Sabe que Napoleón está muerto y diagnostica que es psicótico y le receta un medicamento. ¿Por qué? Porque cree que la causa en neuroquímica. ¿Entonces diagnostica por un análisis de laboratorio o un análisis de discurso? ¿Y cómo puede ser que diagnosticando a partir del discurso la solución sea recetarle un medicamento? Me pareció una actitud muy poco científica de parte de una disciplina que es defensora acérrima de lo científico. Pensé que si hay clasificados tantos trastornos mentales que no pueden verificarse, por qué no inventar mis propias patologías. Así, un poco en serio y un poco en chiste nació el Diccionario de Psicopatología Fantástica.

–Nació de una crítica a la psiquiatría.
–Sí, pero no es una crítica ingenua que dice «esto no sirve para nada». Hay muchos avances en psiquiatría, pero en este momento no hay una prueba para determinar si alguien es esquizofrénico. Crear mis propias patologías es una forma de criticar cómo se hacen los diagnósticos en psiquiatría o en la salud mental en general, porque también critico al psicoanálisis. Lo que critico es el prejuicio. –¿Qué prejuicio? –Por ejemplo, creer en algo sin saber por qué se cree. En 1968 la homosexualidad es incluida en el DSM-II. Cinco años después, en 1973, se la retira de la lista de los trastornos mentales, es decir que a partir de esa fecha los homosexuales ya no sufrían trastornos mentales por redacción de un manual.

–Desde el psicoanálisis la homosexualidad también era considerada una perversión.
–Claro, una desviación sexual. Desde el plano literario es muy pintoresco ver los términos que se eligen: desviación presupone un criterio de lo normal que no se especifica cuál es.

–¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Te divertiste?
–Me llevó cuatro años y sí, me divertí. Me inspiré en libros de literatura científica para hacer un libro de literatura fantástica.

–¿Hay una hermandad entre la literatura y el psicoanálisis?
–Sí, y también hay una relación entre la idea de lo fantástico y lo patológico. ¿Cuál es la idea de realidad? Por ejemplo, en el cuento «El libro de arena» de Borges aparece el vendedor de biblias que tiene un libro sagrado. El comprador le dice que no puede ser que ese libro tenga infinitas páginas, a lo que el vendedor le contesta «no puede ser, pero es». Ahí está la idea de la posibilidad de lo imposible. Lo que creo que hay que cuestionarse es la idea de realidad. La realidad es un artificio de la razón. Y si la realidad es un artificio de la razón, ¿cómo determinamos qué es la normalidad? A partir de la física cuántica han cambiado muchas cosas, muchos hechos que no parecían posibles pueden serlo. También cambiaron las convenciones culturales, por lo que cosas que no eran normales hoy lo son. Entonces está muy claro que el establecimiento de una patología está ligado a lo cultural y a lo fantástico. Por otro lado, lo fantástico está muy ligado al extrañamiento. En 1919 Freud escribe Lo siniestro. Lo siniestro se da cuando lo familiar se vuelve extraño. Cuando el DMS-V convierte un duelo en un trastorno de depresión mayor, por ejemplo, está convirtiendo una conducta que se da luego de una pérdida en algo extraño. Un chico con hiperactividad antes era inquieto y ahora es enfermo. Lo cotidiano se vuelve extraño y eso también está ligado a lo fantástico.

–La psiquiatría plantea taxonomías y las taxonomías son arbitrarias aunque se hayan naturalizado.
–Lo que se naturalizó es en realidad una convención. El DSM, por ejemplo, se establece por un acuerdo de los redactores. La homosexualidad dejó de ser patológica por 13 votos a favor y dos abstenciones. Es una idea muy rara. Entonces la normalidad es un promedio estadístico dentro de un orden conformado. Pero ese orden puede ser parte de una cultura y no de otra, o de un momento histórico y no de otro. ¿Cuando escribimos manuales estamos diciendo qué es lo patológico o estamos diciendo qué es lo patológico para una determinada sociedad en un momento determinado? Un manual dice más de una época que de una patología en sí misma. La transexualidad estaba incluida como patología en el DMS 5. –Desde la costumbre impuesta quizá cueste pensar la sexualidad en términos que no sean binarios.

–Lo que creo que cuesta es no clasificar la sexualidad.
-¿Por qué hay que clasificarla? Tal vez el colectivo LGTB también debería hacerse esa pregunta. Por qué clasificar la sexualidad cuando en realidad lo que debería buscarse es su desclasificación. «

Curiosos trastornos y Acepciones
Absetimiofobia:
f. Miedo a las personas que se privan del placer de beber.
Adicción: f. Falta de dicción producida por el uso habitual de drogas psiquiátricas.
Agorafobia actual: f. Miedo de un sujeto a salir de su casa, excusándose en el riesgo de ser robado, violado, mutilado y/o asesinado por un delincuente. Se observa una prevalencia de estos cuadros en países latinoamericanos.
Duda inapropiada: f. Duda de la que todavía no se apropió nadie.
Egoísmo paradojal: m. Amor propio no correspondido.
Farmacología fantástica: f. Relanzamiento de psicofármacos en desuso, con nuevos nombres de fantasía y los mismos efectos adversos.
Senofobia: f. Miedo a las tetas. Debemos esta definición al escritor Alberto Laiseca.
Tabacomasoquismo: m. Deseo irrefrenable de leer las leyendas de advertencia en las marquillas de cigarrillo.
Vida privada: f. Eufemismo por fama. Intimidad pública de la que se quejan los que se esforzaron por conseguirla. Al igual que los presos, las personas famosas están sometidas a un régimen de eterna vigilancia.
Xenoglosofobia: f. Miedo persistente e injustificado a las lenguas extranjeras. Puede tratarse de una forma solapada de xenofobia o patriofilia.