«Siempre tuve el capricho de escribir un relato con un personaje que estuviera obsesionado en comparar la realidad con escenas de películas. A partir de ese personaje, comenzó a surgir todo lo demás», explica el escritor español Juan Vico refiriéndose al origen de su novela El animal más triste, que acaba de publicarse en Argentina a través de Seix Barral, pero que apareció en España en 2019.

En ella, un grupo de amigos que han pasado los 40, pero que se conocen desde fines de la adolescencia, se encuentran unidos no sólo por las vivencias compartidas en el pasado, sino, sobre todo, por la muerte de uno de los integrantes del grupo ocurrida en plena juventud. Esa muerte tan prematura lo ha transformado en alguien que será para siempre joven y que, por esta razón, actuará como una suerte de espejo que les devuelve la imagen de lo que soñaron ser e, inevitablemente, los empuja a compararse con lo que realmente son.

Reunidos en una casa del Pirineo, convocan en sus charlas esa presencia fantasmal que trae el pasado al presente, del mismo modo que lo hace el cortometraje que rodaron en sus años de alumnos universitarios.

Una novela que habla del desencanto que sobreviene cuando el borrador de la vida, pleno de digresiones, tachaduras, futuros soñados y posibilidades infinitas es pasado en limpio y comienza a adquirir la forma tanto más austera, acotada y falta de brillo que tiene la vida adulta.

Leyendo El animal más triste tuve presente todo el tiempo a Enrique Vila-Matas. Él trabaja a partir de materiales literarios. En tu caso, ese material es más bien cinematográfico, pero el punto en común es que ambos materiales son ficcionales.

–Vila-Matas es uno de mis referentes. De los autores españoles que están escribiendo en este momento es uno de los que más me ha influenciado, uno de los que más me interesa. De modo que me alegra muchísimo que detectes algo de él en mi escritura.

Ricardo Piglia decía que la novela es «el basurero de los discursos» porque en ella cabe todo. Tu novela reúne discursos muy diversos. ¿Fue una elección consciente?

–He leído a Piglia y me gusta muchísimo. Creo que fue una decisión consciente y no solo en este libro, porque esa es también es una convicción mía. Todos sabemos lo que es una novela ortodoxa, tradicional, arquetípica, pero una novela, en realidad, puede ser cualquier cosa que esté bajo la etiqueta de «novela». Esto no significa que uno pueda colocar bajo ese rubro cualquier cosa sin criterio. Pero sí que la novela es el género más omnívoro que existe, en el que caben cosas múltiples que acaban encajando o pueden acabar encajando. Mi idea de los géneros es bastante amplia y mi idea de novela es precisamente esa: algo que se puede abrir a muchos materiales diferentes. En esta novela me interesaba trabajar con diferentes partes, una de textura fabulesca, un monólogo, una zona más dialogada… Esta mezcla de materiales me interesaba mucho y, desde luego, era consciente de su diversidad.

Hay una escena en la que el personaje va leyendo la entrada de diarios íntimos de diferentes autores. Estas entradas fueron escritas todas en la misma fecha. Me parece que eso introduce la idea de que no hay forma alguna de que textos distintos, cuando se ponen juntos, no produzcan sentido. ¿Es así?

–Claro, es eso, es lo que en el cine se llama el efecto Kuleshov que inventaron los soviéticos, más precisamente Lev Kuleshov, y que tiene que ver con el montaje. Distintas imágenes puestas a continuación unas de otras producen efectos diferentes. Esto es lo que ocurre cuando uno se deja guiar por el azar y hace este tipo de conexiones, siempre se va a establecer algún tipo de comunicación entre las frases. El artificio en esa parte de la novela era que el personaje jugara a eso y dejara un terreno ambiguo, porque la ambigüedad, siempre que sea productiva, me interesa mucho en la literatura. La idea era que ante esa ambigüedad el personaje se preguntara si la fecha buscada coincidía con la muerte del amigo o se preguntara otras cosas. La elección de las entradas fue premeditada, pero si hubieran sido otras, seguramente seguirían produciendo ese efecto, porque, al fin y al cabo, la literatura son piezas diferentes que, al juntarse, crean un sentido diferente. La novela, además, tiene esa estructura. Está compuesta de partes que podrían funcionar de manera autónoma, pero que al juntarse bajo el sello novela tienen un discurso diferente. Es una especie de estructura micro dentro de la estructura macro de la novela.

Foto: Diego Diaz

El animal más triste tiene muchas aristas, pero creo que podría leerse, sobre todo, como una novela del desencanto.

-Sí, sin duda. Todos los personajes están en busca de algo que no saben muy bien qué es y el motor que les lleva a esa búsqueda es el desencanto, cierto desapego. En su época tuvieron valores, motivaciones, gustos, inclinaciones, pero todo eso les ha dejado de resultar suficiente. Tienen un camino hacia adelante que es un camino bastante ciego. No saben muy bien adónde van impulsados por el desencanto. No tienen vidas especialmente difíciles, no viven en un país en guerra, no tienen muchos problemas sociales o económicos, pero tienen un desencanto profundo que los lleva a ser infieles o a estar insatisfechos con sus vidas. Sí, decididamente, el gran motor que impulsa mi novela es el desencanto. 

– ¿Es un desencanto de época o es el propio de toda persona que pasó la adolescencia, un momento de la vida en que todas las cosas parecen posibles? No es casual que la novela comience con un video donde se ve a Jonás, el personaje que tiene espacio en la narración, en el momento de la adolescencia o de la primera juventud.

-Los personajes están en un momento de sus vidas en que, por mucho nuevo que pueda pasar, ya saben más o menos cómo van a ser sus vidas. Como dices, ese video del principio permite establecer la comparación entre lo que ellos eran en el pasado, en esa etapa en lo que todo era posible. Quizá les podría haber ido mucho peor, pero en ese momento, como era potencialmente factible hacer una cosa u otra, eso bastaba para que el mundo se abriera. Jonás ve una imagen de él con 20 o 25 años menos que ni siquiera recuerda. Está bailando en un lugar que no sabe ubicar. Eso le pone frente a ese fantasma de cuando era joven y creía que todo era posible. Todos los personajes, incluido Jonás, tenían inclinaciones creativas y se han quedado como en un escalón abajo. Hacen trabajos que son interesantes, pero no se han convertido en creadores como querían cuando eran jóvenes. El más talentoso de todos era el amigo que murió siendo muy joven, entonces lo han idealizado como un tótem, como alguien que, si hubiera seguido viviendo, seguramente habría sido un escritor famoso, un creador. Pero eso es una fantasía porque, con 25 años hubiera terminado la universidad y se hubiera puesto a trabajar de cualquier otra cosa y, muy posiblemente, no hubiera llegado a eso que ellos mitifican. Creo que esa es una mitificación muy de generaciones anteriores: considerar la cultura como un escalón muy elevado. El desengaño de la novela no tiene solo que ver con el desengaño personal de los personajes, sino además con un desencanto colectivo que también yo experimento, es el desencanto de que la cultura cada vez tiene menos peso, por lo menos la cultura en un sentido hondo. La comunicación, las imágenes, el estar todo el tiempo conectados están más vigentes que nunca, pero el peso vital que tenía la cultura décadas atrás se ha erosionado mucho. Entonces a los personajes que hicieron de la cultura su línea vital eso no les resulta suficiente, con lo que el desengaño es múltiple.

El creador, el intelectual, en tanto observador, siempre está como fuera de la vida. ¿El sexo aparece entonces en la novela como el último refugio de lo vital?

–Me encanta que lo veas así porque esa era la idea. Eso es esencial. Son personajes muy vinculados por la manía de culturalizar la vida, de estar observando y procesándolo todo. El sexo es entonces la forma más inmediata de ceder a lo animal y dejar lo demás de lado por un instante. De todos modos, resulta insuficiente. Una frase latina dice que todo animal está triste después del coito. Tras el momento del orgasmo viene el desencanto. Hay muy pocos momentos cumbres en la vida que es siempre una línea intermedia y, en general, mediocre. Por eso el sexo les resulta una tabla de salvación, pero una tabla de salvación falsa, porque lo practican de una forma bastante automática, hay un deseo bastante impostado o trágico en el sentido de que no pueden eludirlo. La infidelidad tiene también un sentido más metafórico que es el de la infidelidad entendida no sólo con respecto a la pareja o los amigos, sino con respecto a uno mismo.

¿Todo adulto es un traidor de su propia juventud?

–Claro, sí. Es una traición que tampoco tiene porqué ser mala, porque la juventud es muy naif. Pero ya sea positiva o negativa, esa traición siempre existe. Siempre somos diferentes a la idea que teníamos de nosotros mismos a los 18 o 20 años. A veces, eso es una suerte.

Hay un capítulo que es distinto de todos. Se trata del relato escrito por Paula. Funciona como el relato «El curioso impertinente» dentro del Quijote. Es algo separado, la literatura dentro de la literatura. ¿Esta fue una prueba más de que es imposible no generar sentido con la yuxtaposición?

–Sí. Además, acabas de citar al Quijote que junto con el Tristram Shandy de Laurence Sterne son las dos novelas fundacionales de la novela moderna y que hoy en día podrían parecer raras en cuanto a estructura por lo de mezclar cuentos dentro de una historia principal, por el hecho de que la trama se demore, etcétera. La novela moderna está llena de estas cosas que es increíble que hoy parezcan experimentos. Esta es para mí la propia naturaleza de la novela. Me apetecía hacer una estructura como de vasos comunicantes. Surge un narrador que parece que va a contar toda la novela, pero de pronto se interrumpe y aparece esta fábula escrita por Paula que, además, es la única del grupo que no pertenece a la misma generación. Luego, en la tercera parte, esas voces que se van sucediendo, se permiten opinar negativamente sobre este cuento de Paula, de modo que este actúa un poco de espejo. Además, en esta tercera parte, que recupera los personajes de la primera, una cosa que me gustó hacer y que he hecho ya en otro libro es que la trama se fuera descorriendo entre capítulos. Vemos más las consecuencias de lo que ocurre que lo que está ocurriendo. Entre capítulo y capítulo hay una elipsis.

En lo que respecta a la yuxtaposición y el sentido, recordé Si una noche de invierno un viajero de Ítalo Calvino, que es una novela que no comienza nunca, sino que yuxtapone varias historias diferentes.

–Me alegra mucho porque también Calvino es uno de mis escritores favoritos y ese es un libro que me encanta.

Sexo experimental

En El animal más triste aparece el sexo no solo como el territorio de lo salvaje, sino como espacio de experimentación. La experiencia homosexual de Paula con Solange parece consecuencia más de un afán de prueba casi deportiva que de pasión. ¿Es así?

–Paula es la que está más abierta a este tipo de cosas porque es la más joven. Creo que ella ejemplifica esa actitud que se tiene cuando se es joven en que uno está mucho más abierto a todo. De todos modos, fuera de Paula, los  demás son personajes de cuarenta y tantos años y, por mucho que estén viviendo  en una coyuntura determinada, no dejan de ser hijos de su época. Seguramente, si los personajes tuvieran 20 años, sus actitudes serían muy diferentes y su relación con el sexo sería muy distinta. En la novela que estoy escribiendo en este momento, que está emparentada con ésta, intento ver a través de la vida de los personajes cómo está cambiando la vida misma. Ese es un tema que me interesa mucho. Las actitudes vitales y sexuales de los chavales que tienen 20 años muestran un cambio tan grande en la sociedad como creo que no ha habido desde los ’60 o ’70. Me interesa la fricción que se produce entre quienes no están ya en esa época con la gente joven. Vamos a ver si ese cambio permanece. Por el momento es un proyecto. Vamos a ver qué sale de ahí.

En un momento hablás en la novela del poliamor, que creo que ha existido siempre, que no es algo propio solo de hoy.

–Creo que es como la comuna de los ’70. Por eso mi duda es si va a pasar como en los 7’0, que en el año ’85 ya nadie se acordaba de aquello o si de verdad va a ser algo que de verdad se convierta en la nueva normalidad. Tengo un concepto de la historia bastante pendular. Si bien se progresa, creo que siempre estamos repitiendo cosas. Soy un poco escéptico, pero bienvenidos sean los cambios, si son positivos para la sociedad.