La remera de Eduardo Rabasa dice 1984. No es un detalle de diseño, sino el título de una novela de Orwell. La tesis con la que culminó Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de México (UNAM) se basó, precisamente, en el concepto de poder que Orwell despliega en ese texto. También la primera novela de Rabasa, La suma de los ceros, trata sobre la naturaleza del poder y los efectos que genera. Se publicó en el país de su autor, México; en Francia y en Estados Unidos y apareció en la Argentina bajo el sello de Ediciones Godot.
En 2002 Rabasa fue el cofundador de la reconocida editorial Sexto Piso de la que es editor hasta hoy. Escribe una columna semanal para Milenio y ha traducido a autores como George Orwell, Morris Berman y Somerset Maughman. Su coterráneo Juan Villoro dijo de su novela: «La Suma de los ceros es una excepcional fantasía política». El escenario de esa fantasía, un pequeño consorcio, se parece mucho a las sociedades de hoy que disponen de mecanismos aceitados para que el absurdo se naturalice. Significativamente uno de sus personajes dice: «La propiedad nos hará libres».
¿Cuál es el concepto de poder en la obra de Orwell?
Un rasgo fundamental tiene que ver con el poder que es posible ejercer sobre las mentes, sobre la conciencia. Orwell dice que el perro de circo que hace una voltereta cuando el adiestrador hace sonar el látigo está bien entrenado. Pero el que está mejor entrenado es el que da la voltereta sin necesidad del látigo. En 1984 es muy evidente que el Estado totalitario de la novela tiene la intención de producir individuos que sean una especie de autómatas que van a terminar obedeciendo sin ejercer la violencia, que sólo se utilizaría como recurso extremo.
Ese concepto está en tu novela en la que hay una crítica a las democracias neoliberales.
Sí, creo que hay un desajuste esencial entre el discurso de esas democracias que es incluyente, igualitario, democrático y afirma que si la gente se esfuerza podrá alcanzar determinados beneficios, y la realidad es que no es así. Está demostrado que la gran mayoría de la gente muere en la misma clase social en la que nació. No hay movilidad social a gran escala, sino pequeñas excepciones. Sí hay narrativas a modo de ejemplo, como la típica del millonario, del self made man que se hizo desde abajo. Lo que está implícito en este ejemplo es que todos podríamos ser un self made man y que si no lo somos es por nuestra culpa: uno es perezoso, no es inteligente o no es lo suficientemente talentoso. En eso hay una mentira de base. Estamos asistiendo en este momento a una situación de gran desigualdad, de gran concentración del ingreso. Cada vez más gente vive en estado de precariedad. Se han perdido conquistas sociales fundamentales, los sindicatos están pulverizados. La realidad es cada vez más brutal para la mayoría, mientras circula este cuento de hadas de que todo se puede lograr con esfuerzo.
Lo que se ve en tu novela es que los poderes concentrados manejan todo, incluso o, sobre todo, el deseo.
Estoy totalmente de acuerdo con eso. Creo que uno de los mecanismos fundamentales de este tipo de sociedad es la producción de deseo, lo que Foucault y Deleuze llamaron normalización. Se trata de sociedades de control que imponen un estándar que ordena prácticamente la vida entera. Las personas que se salen de eso lo pagan bastante caro. En México, por ejemplo, cuando alguien es candidato a ingresar a una compañía trasnacional, la propia compañía lo hace desnudarse para corroborar que no tenga tatuajes porque suponen que el tatuaje es un símbolo de rebeldía. Este tipo de práctica es ilegal, pero igual se realiza para lograr una estandarización. Paradójicamente, en un momento en que se supone que hay tantas libertades, todo el mundo quiere lo mismo.
En tu novela lo que puede leerse es justamente esta microfísica del poder de la que hablaba Foucault, un poder que permea todas las esferas. Incluso mencionás, no sé si intencionalmente o no, el título de un libro de Foucault, Vigilar y castigar.
No recuerdo ese pasaje preciso, pero en la novela hay una serie de homenajes a veces más explícitos y otras menos. El texto está lleno de ideas que no son mías: Orwell, Foucault, Nietzsche, Schopenhauer, pero como tiene un tono de fábula y no está ubicada en un tiempo y un lugar precisos, preferí no llamarlos por sus nombres para no romper ese clima. Para mí, Foucault es muy importante justamente por su caracterización del poder. Tendemos a pensar que la política es la gran política: el gobierno, las instituciones, las elecciones. Incluso parece que el último acto político que nos queda es el voto. Yo creo, sin embargo, que el poder y la política se dan en los niveles macro, pero también en los niveles micro. Con Foucault creo que el poder no es una fuerza unidireccional que nos arrastra, aunque a veces pueda ser así, sino también pequeños nodos que interactúan entre sí.
Leí que no te gusta votar y que te dicen bueno, si no votás, no te quejes.
Me parece que hay un equívoco importante en quienes me dicen eso, porque no votar también es un acto político. En cada elección me dicen lo mismo: Ve y, si no te gusta ningún candidato, anula el voto. Yo creo que no es el mismo tipo de acto. Si anulas el voto lo que estás diciendo es creo en el sistema, lo que no me gustan son los candidatos. Creo que la gente que dice que hay que votar repite un slogan, hace una especie de acto de fe.
Aquí el voto es obligatorio.
En México no, y si lo fuera, no votar sería un acto de mayor rebeldía aún.
En la Argentina la última dictadura fue tan sangrienta que nos hizo valorar la democracia aunque tenga cosas muy criticables. ¿Qué otras alternativas habría?
Pues no lo sé. Entiendo lo que planteas y no minimizo el daño de esa dictadura. Una de las pocas cosas buenas que hubo en México en el siglo XX es que no hubo dictaduras. De hecho, yo no he vivido ninguna. En México parecería que con la democracia se puede hacer todo menos cuestionarla, cuando yo creo que la crítica podría ayudar a fortalecerla. Técnicamente sería muy bueno cuestionar a la propia democracia, sobre todo cuando no funciona bien, cuando legitima realidades desiguales, espeluznantes. Me pregunto qué pasaría si en una elección, por ejemplo la próxima de Estados Unidos, que es como elegir entre el hambre y la sed, no votara nadie. Ese sería un repudio colectivo que probablemente haría que hubiera un cuestionamiento más de fondo del sistema para llevarlo a un lugar mejor. Eso no va a pasar porque sería un algo absurdo, pero el hecho de que lo sea dice mucho acerca de lo que es una democracia neoliberal. El neoliberalismo nos quita por un lado la imaginación y, por otro, la solidaridad. México es un país tremendamente racista y clasista, incluso en el lenguaje cotidiano. Por ejemplo, «indio» todavía se utiliza como un insulto. También es un país muy homofóbico. Me ha tocado ver casos de homosexuales que tienen mucho dinero y son clasistas y racistas cuando por ser una minoría oprimida deberían solidarizarse con otras minorías oprimidas. Les interesan los derechos homosexuales porque les conciernen, pero pueden decirle «indio», «narco» y «gato» a quien tienen al lado. Creo que generar espacios de solidaridad y también de resistencia en un lugar como un club de barrio, por ejemplo, sería darles a ciertas personas un espacio de sentido que está ausente.
En tu novela también aparecen los medios de comunicación. ¿Qué importancia les atribuís en el manejo del poder?
Son fundamentales. Me gusta la idea de Chomsky de crear consenso. Me llama la atención que un periódico como El País, ahora que se está quebrando el bipartidismo en España por la irrupción de fuerzas nuevas, más allá de lo que uno pueda pensar de ellas, el periódico está como aterrorizado porque si se acaba el bipartidismo se acaba con un modo de vida que es aquel con el que ellos crecieron. Los medios son también una forma de ejercer el poder. Se dice que los periodistas son líderes de opinión, una especie de sacerdotes que nos dicen qué es lo que tenemos que pensar.
El consorcio que aparece en La suma de los ceros, es como un país en miniatura en el que aparecen los ciudadanos oprimidos, los dirigentes, los guardianes y también los marginales, los pobres, los narcos. ¿Son todos elementos necesarios en la constitución de sociedades como las actuales?
Es un tema difícil y sobre el que no tengo una postura clara. El asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa fue algo espeluznante. Uno de los chicos fue desollado. Fue algo terrible que generó mucha indignación y muchas protestas. No estoy en contra de la protesta en sí, pero no sé si son muy efectivas. Cuando son multitudinarias termina yendo a protestar gente que es parte del problema y no de la solución. Por otra parte, a veces producen como un lavado de conciencia: como ya fui y ya me quejé, regreso a mi casa a seguir reproduciendo las estructuras que hacen que la realidad sea lo que es. En México es común que muchos intelectuales se indignen por algo y firmen una solicitada. Lo hacen con buena intención, pero es un mecanismo gastado que hace que luego de eso continúen con sus vidas sin ninguna modificación. Me pregunto qué pasaría si en señal de protesta todo el mundo dejara de pagar los servicios o los créditos bancarios o hubiera una elección en la que no votara nadie. A veces, aunque no es esa la intención, la protesta termina generando una legitimación porque el Estado, el gobierno o quien sea termina diciendo somos tolerantes, aceptamos la disidencia. En cuanto a los narcos, este es un tema muy, pero muy delicado en México. En los últimos diez años hubo más de 100 mil muertos, más que en las guerras de Irak y Afganistán juntas. Todos los días hay noticias de decapitados, de calcinados. Es una novela de horror, por eso es un tema que hay que abordar con mucho cuidado. Dicho esto, en un país con los niveles de pobreza y marginación de México, es evidente que mucha gente va a encontrar allí una alternativa para subsistir. En la entrevista un tanto cómica que le hizo Sean Penn al Chapo Guzmán hace algunos meses, el Chapo decía un poco eso: de donde yo soy no es que hubiera muchas más alternativas. En México el tema está muy condicionado por la cercanía de los Estados Unidos, la gran demanda de ese país y las armas que les vende a los narcos. Cada vez que capturan a un narco en México, no digo alguien del rango del Chapo, sino alguien de rango mucho menor, tiene dos bazukas, un lanzagranadas, están armados hasta los dientes. De ninguna manera estoy justificando a los narcos, pero es evidente que en un país con esas características van a tener su presencia. Tienen muy claro que en algún momento los van a apresar. No se hacen la fantasía de que van a tener una carrera de 60 años, pero piensan que de todos modos valió la pena lo que hicieron ante la vida que les esperaba.