La Revolución Rusa y las lapiceras inglesas de Lenin

Por: Mónica López Ocón

En "1917" el escritor Martín Kohan aborda el mayor acontecimiento político del siglo XX no desde los hechos históricos trascendentes, sino desde los márgenes aparentemente intrascendentes. Marca, además, la relación entre las vanguardias políticas y las vanguardias artísticas.

Durante todo 2017, en todas partes del mundo, la Argentina incluida, se conmemoraron los 100 años de la Revolución Rusa. Dentro de la nutrida programación conmemorativa los libros, por supuesto, ocuparon un lugar protagónico tanto por la edición de nuevos textos como por la reedición de algunos clásicos fundamentales, como Los diez días que estremecieron al mundo de John Reed. 

 Entre ese mare magnum de publicaciones, 1917, el libro de Martín Kohan publicado por Ediciones Godot, sumó algo original: un texto que pone el centro no en la gran historia de ese acontecimiento, sino en sus bordes, en su lateralidad. No debe confundirse esto con un anecdotario de fácil digestión para atrapar lectores ni con una adhesión a la microhistoria. Se trata de consignar lo que se dio en los márgenes de ese hecho revolucionario que quizá tenga en él una influencia más importante de lo que pueda parecer a primera vista.

 Se trata también de convertir esa lateralidad en literatura, no porque lo que se cuenta sea ficticio, sino porque en esos mini ensayos hay una escritura elaborada, un punto de vista, una serie de cuestiones que, como el buen escritor que es, Kohan pone en escorzo haciéndolas adquirir una dimensión que no tenían para la mayoría hasta que él las pusiera en foco. 

Los breves ensayos no fueron pensados para integrar un libro, sino que se publicaron en diferentes medios periodísticos y, replicando el espíritu de los textos –fogonazos o fugaces iluminaciones sobre hechos aparentemente poco signficantes- constituyeron un todo a partir de fragmentos. 

El propio Kohan explica en una entrevista los objetivos que se trazó en este trabao: “El riesgo eventual de la gran escala es que todo se pueda volver un poco abstracto. La idea era trabajar lo lateral pero en relación a lo central. Buscaba tener apoyaturas concretas. Me parece que ahí puede haber una cifra de ciertas cuestiones teóricas, políticas, culturales. No quería hacer una comparación entre la gran historia y la micro historia, eso también te tira hacia la anécdota. Quería rastrear ciertas marcas, a veces menores, que pueden tener una conexión con la literatura y la acción.” 

Eduardo Grüner, autor del prólogo de 1917, define eficazmente el carácter de estos textos: “Como sea, en todos los casos se trata de alguien que está en los bordes de la historia, y de la Historia. Seres (no “marginales” sino del margen), que pasan fugazmente, de costado, por el escenario central. Sólo que los bordes, en la escritura de MK, se transforman en el escenario, y es la Historia la que por momentos aparece como una fantasmagoría fugaz. 

En 1901, consigna Kohan, Lenin padece el destierro en Alemania. Este exilio forzado es una forma de neutralizarlo políticamente. “En Munich, Alemania, no logra trabajar del todo bien porque lo afecta, para mal, ´la desacostumbrada atmósfera del extranjero´. Lenin echa de menos la nieve y el buen aire helado y puro de los inviernos de Rusia, Lenin siente añoranzas del Volga. El internacionalista riguroso, el enemigo de los chauvinismos al uso, no puede evitar, sin embargo, ni trata de evitar tampoco esto que tan poderosamente le ocurre: que extraña el pago.” 

En ese contexto hostil, Lenin añora algo más que es fundamental para su escritura, sus “plumas inglesas”. Por eso, le escribe a su madre, M.A.Uliánova para que le envíe lo que llama “mis plumas inglesas”. Se queja porque “aquí no se las encuentra. Gente tonta, estos checos y alemanes, No hay plumas alemanas, sólo de fabricación propia, que no sirven para nada.” Antes, desde la prisión, le había reclamado a su hermana un lápiz de grafito. 

“Adorno –concluye Kohan- dirá alguna vez, hacia 1950, durante su propio exilio forzado, “la patria es la lengua”. Con Lenin habría que decir, tal vez, que la patria es la escritura (y en la cárcel rusa, por otro lado, llegado el caso, esto otro: que la libertad es libertad de escritura).”

Lenin se encuentra enfermo y su mal avanza a pasos agigantados: le cuesta hablar y le resulta imposible escribir. Sus secretarias, entonces, comienzan a tener un papel protagónico en su vida. Además, una de ellas registra el avance de la enfermedad en un texto que, seguramente, nunca pensó que sería una fuente histórica. “El dictado -explica Kohan- pasa a funcionar poco menos que como una auscultación; las secretarias van midiendo, por medio de las palabras que escuchan y escriben, las mejoras y desmejoras que día a día va presentando Lenin. 

El 23 de diciembre anota Volodícheva: «´Ha dictado rápidamente, pero se sentía que estaba mal. Al final ha preguntado qué día era.´ Y el 2 de febrero: ´no lo veía desde el 23 de enero. En su aspecto hay un notable mejoramiento: tiene un aire fresco, vivaz. Dicta, como siempre, en una forma excelente: sin detenerse, hallando muy raramente dificultad en la expresión; mejor, no dicta, sino que habla gesticulando’. Y el 4 de febrero: ´El ritmo del dictado ha sido más lento que de costumbre (…). Evidentemente se ha cansado´. Y el 7 de febrero: ´tenía la voz cansada, con un tono enfermo´. Ese mismo día, pero más tarde: ´ha dictado con rapidez y sin fatiga, sin detenerse, gesticulando´. Y la otra secretaria, L.A.Fótieva, el 10 de febrero: ´Aspecto cansado, habla con gran dificultad, perdiendo el hilo y equivocando las palabras´.” 

Según lo indica Kohan, la enfermedad de Lenin es registrada a partir de la forma en que dicta. Él ha delegado en ellas una actividad para él fundamental: la escritura.

Por otra parte, cuando en las sesiones de interrogación le perguntan a Trotski cuál es su profesión, él responde sin ironía que es escritor y se autodefine como “un hombre armado con un bolígrafo”. 

Ya sea cuando se refiere a las secretarias de Lenin, a los hijos de Gramsci o al guardaespaldas de Trotski, Kohan siempre muestra la relación de estos hombres con la literatura y la política, una idea que atraviesa todos los artículos del libro, del mismo modo que la relación entre las vanguardias artísticas y las vanguardias revolucionarias. Baste mencionar que en 1938 Trotski se reúne con André Bretón en México DF junto a Louis Aragon y Diego Rivera para elaborar juntos un Manifiesto por un arte revolucionario independiente. Desde estos márgenes o pequeños satélites que giran en torno a la gran historia de la Revolución Rusa, Kohan rescata hechos aparentemente minúsculos que, sin embargo, echan luz sobre ese gran acontecimiento histórico.

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