¿Qué hay de nuevo, viejo, sobre Una excursión a los indios ranqueles? ¿Qué más se puede decir sobre la obra cumbre del coronel-dandy-político-viajero- Lucio V. Mansilla? Oremos: magnun opus de la no ficción argenta, sempiterna caja de herramientas para los obreros de la crónica y, qué duda cabe a esta altura del partido, texto capital de la literatura universal.

Una acelerada reseña diría que el 30 de marzo de 1870, Mansilla, dos frailes y un puñado de soldados partieron a caballo rumbo a las tolderías del cacique Mariano Rosas en Leubucó, actual La Pampa. Con el visto bueno de Domingo Sarmiento, ese presidente “civilización” hambriento de las tierras del indio “barbarie”, el sobrino de Juan Manuel de Rosas buscaba ratificar un acuerdo de paz con los ranqueles. Ocho años antes del comienzo de la genocida “Conquista del desierto”, siempre avant la lettre Mansilla planteaba sin rodeos: los indios son argentinos y los criollos somos indios. Cuánta razón. Una década de supervivencia tuvo el mundo narrado en Una excursión… hasta su aniquilación por parte del Estado argentino. La lucha de los pueblos originarios sigue hasta el presente. ¿Acaso no leen las noticias que llegan desde el sur y el norte de nuestro país?

Mansilla
Retrato del dandy Mansilla.

Redactadas en formato epistolar, las andanzas y desandanzas de Mansilla “tierra adentro” fueron publicadas en mayo de 1870 en el diario La Tribuna de Buenos Aires. Fue tal el éxito de las cartas, que finalmente fueron compiladas en dos tomos y poco tiempo después vieron la luz abrazadas por tapas duras. En 1875, la obra fue premiada por el Congreso Internacional Geográfico de París. Con más de 150 años de vida, Una excursión… tuvo mil y una tiradas a lo largo y ancho del planeta.

La portada de la reedición de Marea.

Una nueva edición, a cargo de la editorial Marea, nos da nuevos motivos para brindar. El bello libro cuenta con prólogo, edición e iluminadoras notas a cargo del académico Saúl Sosnowski, sabio en la comprensión del personaje, obra y excursión de Mansilla. Pero hay más: a modo de post-scriptum, la nueva entrega también incluye una crónica ejemplar firmada por el periodista Alejandro Seselovsky: su viaje de febrero de 2022 hasta Leubucó y Colonia Mitre, donde habitan los últimos descendientes del pueblo ranquel.

Alejandro Seselovsky, autor de la ejemplar crónica ¿Qué pasó con los ranqueles después?

En «¿Qué pasó con los ranqueles después?», Seselovsky narra sus encuentros y desencuentros con los bisnietos de los caciques Baigorrita, Epúmer, Mariano Rosas y el platero Ramón Cabral. Crónica de viaje, diario correcaminos, manual de supervivencia, largo poema en prosa dedicado al presente de los pueblos con rostro de tierra. Mansilla estaría admirado de la pluma de Seselovsky: “Al final, somos wincas en tierra india rescatados por los nietos de la barbarie”. Con mate, vino y aguardiente, queridos lectores, brindemos por este reencuentro. Chinchín. O mejor en ranquel: yapaí.

Botón de muestra de la crónica de Seselovsky

Yo amo, sin embargo, el dolor y hasta el remordimiento, porque me devuelve la conciencia de mí mismo.

Un siglo antes de que las literaturas del Yo anegaran el mercado editorial, Lucio Victorio Mansilla elegía estas 18 palabras para darle final a su Excursión. Con este bucle hacia el interior de la condición subjetiva, con esta línea de autorreferencialidad desatada, sobregirada de pronombres, Mansilla cerraba regiamente, con todo impudor, el texto crucial de su vida. Después, en un sentido físico, pero especialmente en un sentido político, dejaba atrás Leuvucó y se traía a la Historia con él.

¿Qué pasó con los Ranqueles después? Cabrales y Baigorritas, Rosas y Epúmeres. ¿Dónde están los Ranqueles hoy? Preguntas que pesan un siglo y medio. Son las ocho de la mañana del 6 de febrero de 2022. Bajo la escalerita del micro que me trajo hasta la terminal de Santa Rosa, La Pampa. Tengo diez días por delante para andar la provincia, encontrar Tierra Adentro e intentar responderlas.

Santa Rosa es limpia y ordenada como una maqueta. Le falta el pánico sordo de las metrópolis y el espectáculo de la indigencia pública. Es una capital que cuida su siesta y su desapuro, y alcanza con caminar unas cuadras por la Avenida San Martín para sentir el llano dominando el damero. El edificio de departamentos, esa criatura de la urbe que nos ha educado en la congregación y el rejunte, es una infrecuencia en Santa Rosa: incluso en el centro mismo de la ciudad, hay los suficientes como para comprobar su escasez. La derivada de esta circunstancia es aire y cielo esparcidos como presencias regulares durante la anchura del día pampeano. Excepto por Santa Cruz y Tierra del Fuego, La Pampa es la provincia menos poblada del país, unos 350 mil habitantes repartidos en casi 150 mil kilómetros cuadrados, extensión que la convierte en la octava provincia más grande de la Argentina. La contrasimetría es contundente: pocos, poquísimos, en una formidable cantidad de tierra. Lo primero que Santa Rosa le ofrece al que llega es lugar. Mucho lugar.

Para el mediodía ya estoy sentado en el despacho breve, apenas ambientado, de José Depetris, el dueño de las llaves que abren las puertas que vengo a timbrar, mi súbito Virgilio en la divina tragedia de la Nación Ranquel.