El 22 de agosto de 1939 el transatlántico Chrobry llegaba al puerto de Buenos Aires. En él venía Witold Gombrowicz, un escritor polaco desconocido en ese momento en la Argentina. Su estadía en la ciudad que visitaba por primera vez iba a durar unos 15 días, un tiempo suficiente para escribir un artículo sobre el viaje inaugural del barco y dar una serie de conferencias. Luego regresaría a Varsovia. 

Pero como suele pasar a menudo, las cosas no sucedieron como estaban planeadas. Su visita fugaz se extendió por 24 años durante los cuales se convirtió en un escritor de culto y en uno de los mayores mitos literarios de todos los tiempos. En la Argentina escribió la mayor parte de sus obras y, según lo consignan Marcos Urdapilleta y Nicolás Hochman en una nota publicada en Anfibia, «reinventó sus libros anteriores. Al primero, Memorias del tiempo de la inmadurez, publicado en 1933, le cambió el nombre por Bacacay, que era la calle en la que vivía en Flores: le parecía un nombre fantástico. Decidió traducir el segundo, Ferdydurke, con un grupo de jóvenes entusiastas. La experiencia en las mesas del café Rex se recuerda como uno de los episodios más extraños y divertidos de la literatura local». 

En la extraña ceremonia de traducción, según se cuenta, participaban también los mozos y no es extraño que haya sido así, porque los bares fueron, el Rex, pero también muchos otros, sus refugios más hospitalarios. «Nadie hablaba polaco, detalla Hochman a Tiempo Argentino, la lengua en que estaba escrito el libro, pero él lo leía en francés y a partir de eso hacían una traducción más o menos informal. El texto original tenía muchos neologismos y es interesante ver cómo se pasa de un neologismo polaco a uno español. A Gombrowicz le gustaba mucho cómo sonaban fonéticamente y exigía que estuvieran en la traducción aunque no tuviera nada que ver el reemplazo de un contexto por otro. Por eso, Ferdydurke es una reescritura absoluta».

Por otra parte, la retitulación de su primer libro, que es Memorias de la inmadurez, que son cuentos, como Bacacay es, según Hochman, «una operación absolutamente inmadura, consecuente con ese concepto. El concepto de inmadurez en él tiene que ver con un ejercicio de provocación, con sostener valores de la juventud. Hay que pensar que él comienza a escribir a principios de la década del ’30, cuando la juventud no era un valor agregado como lo es hoy. Ser joven era sólo vivir la etapa anterior a ser maduro. La actitud de rescatar la juventud como valor, de rescatar la inmadurez termina siendo casi el panfleto político de una época que está vigente hoy desde otro lugar. Hoy la juventud tiene un papel que es predominante en la vida política, en la vida social, pero se sigue dejando de lado lo que tiene de bueno ser inmaduro. No es que yo esté a favor de la inmadurez, pero me parece un concepto absolutamente interesante para trabajarlo, para discutirlo, para problematizarlo. En el caso de Gombrowicz, que aparezcan situaciones inmaduras le permite poner en juego una serie de ideas, de prejuicios que vienen determinados por la tradición».

Sobre Gombrowicz circula todo tipo de anécdotas y si bien resulta imposible discernir cuáles son verdaderas y cuáles apócrifas, todas contribuyen legítimamente a construir un personaje de singularidad absoluta, un personaje excéntrico y por momentos, casi desopilante. 

Bendecido por el reconocimiento de figuras tan importantes como Ricardo Piglia y Juan José Saer, Gombrowicz sigue, sin embargo, sin entrar en ningún molde e inspirando hechos tan excéntricos como lo fue su propia vida, desde un congreso formal hasta una irrupción en la Facultad de Filosofía y Letras de actores que repiten sus textos contra la universidad, porque si algo caracterizaba a Gombrowicz era su inclaudicable voluntad de incomodar. La provocación era su forma de estar en el mundo. 

En 1947 publicó el primero y único número de Aurora. Revista de la resistencia, que surgió de una discusión con Virgilio Piñera, el poeta cubano que presidía el singular comité de traducción de Ferdydurke. Al día siguiente Piñera publicó su propia revista: Victrola. Revista de la insistencia. Hace unos pocos meses, Nicolás Hochman, presidente del Congreso Gombrowicz junto al grupo que lo organizó en 2014 integrado por Sofía Alemán, Valentino Cappelloni, Sofía Cazères, Javier Reboursin, Diego Tomasi, Marcos Urdapilleta y Wanda Wygachiewicz, decidieron repetir el gesto polémico y publicar Witolda. Revista de la persistencia, pensada como número único. En ella figuran nombres como los de Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, César Aira, Martín Kohan, Noé Jitrik y María Rosa Lojo, entre otros.

Según le cuenta Hochman a Tiempo, cuando el congreso de 2014 terminó, el grupo que lo organizó siguió trabajando y a partir de ese momento fue identificado con el nombre de Congreso Gombrowicz. «El segundo Congreso Internacional –cuenta– se hace el año que viene, en agosto. En 2015 hicimos Gombrowicz en un minuto que era una lectura de fragmentos de él que tenía esa duración. Convocamos a 30 periodistas, actores, intelectuales, psicoanalistas del mundillo cultural y les pasamos media página de Gombrowicz. En un bar iban subiendo al escenario uno detrás de otro y leían el fragmento que les había tocado. Hicimos también una intervención en Facultad de Filosofía y Letras de la UBA con actrices que memorizaron un texto de él en contra de las universidades e irrumpieron en las aulas declamándolo. Había gente que se reía, que se enojaba, que nos echaba o que nos miraba sin que le importara nada lo que estábamos haciendo». 

Y agrega: «El congreso que armamos en 2014 fue muy atípico pero fue un Congreso con ponencias, con papers, un congreso bastante tradicional. Nos dimos cuenta de que era muy bien recibido por la comunidad académica. Gombrowicz en un minuto fue más amplio, fue para un mundo cultural. En 2015 decidimos patear la pelota fuera de la cancha y decidimos hacer algo con Gombrowicz para gente que no tenía nada que ver con él ni con el mundo cultural. Hicimos un evento muy loco en el Teatro El Globo para 500 personas con entrada libre y gratuita y participaron famosos, gente de la tele, músicos, actores que no tenían nada que ver con el mundillo intelectual. Estaba organizado como un concurso televisivo de preguntas y respuestas, un delirio de producción que salió muy bien. Por eso decidimos continuar y así nació Witolda. Pensábamos hacer algo chiquito en conmemoración de los 70 años de la traducción de Ferdydurke al español y se nos fue de las manos como todo lo que terminamos armando».

«La revista –explica– tiene un diseño espectacular cuyo responsable es del director de arte Javier Reboursin que trabaja con nosotros desde el principio y que convocó a una serie de ilustradores y artistas. El diseño corresponde a una lógica gombrowicziana de incomodar, de quebrar las formas, de jugar con los conceptos de juventud y de inmadurez. Al principio iba a ser más grande porque queríamos que fuera absolutamente incómoda su manipulación, pero luego nos conformamos con que no entrara en la biblioteca. Witolda es heredera de Aurora, la revista que él hizo en el ’47 y de Victrola, de Virginio Piñera. Si una era la revista de la resistencia y la otra la de la insistencia, nosotros hicimos la de la persistencia. Esto significa persistir en el delirio de ellos dos y, por otro lado, persistir en la necesidad de que se lea a Gombrowicz. La revista está en librerías y va a seguir estando por mucho tiempo. De la distribución se encarga un conglomerado de editoriales independientes porque para nosotros ser independientes era ser coherentes con la filosofía del proyecto, con la filosofía de la edición. Para nosotros era importantísimo que la revista fuera atemporal. No es una revista de la novedad, por lo que la podés leer en un año o en veinte. La pensamos como un fetiche, como un objeto de arte».

«Para nosotros –continúa– fue una alegría que participara de Witolda alguien como Vila-Matas porque además de que nos gusta mucho como escritor, es alguien que se dedica a difundir mucho a Gombrowicz en español cuando no es algo muy habitual. Me gusta cómo habla de él porque no lo hace desde el rigor académico sino desde su experiencia de lectura. Su relación con Gombrowicz arrancó con una foto».

En Witolda Vila-Matas califica su acercamiento al escritor polaco como ridículo. «(Mi fascinación por la literatura de Gombrowicz) surgió mucho antes de leerle –afirma–. Nació exactamente de la visión de una fotografía que acompañaba la entrevista que le hacían en el número uno de la revista española Quimera. Gombrowicz posaba allí con una gorra: se le veía muy altivo en lo alto de lo que parecía un carruaje, en Tandil, Argentina. Tenía lo que yo entendía que había que tener, un arrogante rostro de persona inteligente. Aún no sabía que él había escrito: ‘Cuanto más inteligente se es, más estúpido’. Aún no sabía esto ni muchas otras cosas pero me pareció intuir que la entrevista a Gombrowicz decía cosas geniales o enrevesadas. Las frases enrevesadas terminaron pareciéndome incluso mejores que las geniales. Quiero ser como Gombrowicz, pensé inmediatamente. Durante años escribí como imaginaba que escribía él. Pero leerlo, lo que se dice leerlo, no lo leí hasta diez años después de haber reparado especialmente en aquella portada de Quimera. Lo leí pues muy tarde y convencido de que mi escritura se parecía mucho a la suya. La sorpresa fue grande cuando en esos días, en mayo del ’93, en un viaje de autobús a Teruel, leí el primer volumen del Diario y vi con gran asombro que no se parecía en nada, pero es que en nada, a lo que yo escribía. Durante años había estado copiándole imaginariamente y eso me había servido para, sin saberlo, crearme un estilo propio».

Según lo atestiguan la vida y la obra de Gombrowicz y lo confirma Vila-Matas, la literatura está hecha de muchos materiales que a priori y prejuiciosamente podrían considerarse poco nobles, entre ellos, de malentendidos. El poder de la literatura del escritor polaco parece tan arrollador que influye en otros escritores aun cuando no se la haya leído. Es que el absurdo es también uno de los materiales de la que está hecha la escritura literaria. 

Hochman, sensible a la extraordinaria fuerza gombrowicziana, sigue enumerando nuevos proyectos. «Este año –dice– tenemos previsto crear un premio internacional Gombrowicz de novela. Estamos terminando de conseguir la financiación. Queremos que sea uno de los premios más grandes de la Argentina con un muy buen jurado y que tenga una llegada internacional en serio. Además, estamos produciendo un documental sobre Gombrowiz que comenzamos en 2014 como una especie de delirio casi adolescente, no porque seamos adolescentes, sino porque tiene toda estructura de un delirio adolescente. Este año contamos con una beca del Fondo Nacional de las Artes, que no es mucho, pero nos permitió retomar el proyecto. Hay una comisión del Congreso dedicada a eso y pensamos tener el documental listo para el año que viene». En agosto, además, aparecerá un libro de Hochman sobre Gombrowicz cuyo título es Incomodar con estilo «porque creo –dice– que de eso se trata». «